Hichem Ben Ammar
«Después de la revolución debo empezar a caminar de nuevo»
Alejandro Luque
El nombre de Hichem Ben Ammar (Túnez, 1958) va fuertemente ligado a la historia del audiovisual tunecino, y sobre todo al documental, el género donde ha dado lo mejor de su talento. Títulos como Raïs Labhar, Choft ennoujoum fil qaïla o Kene ya ma kene fi hadha ezzamene lo han consagrado como uno de los grandes cronistas de su país, siempre atento a las pequeñas historias cotidianas para proyectar el relato de la historia colectiva. El pasado mes de septiembre, acudió al Salina Doc Fest de Sicilia (Italia) como invitado de honor.
¿Cuál es la primera tarea que debe asumir el documental después de una revolución como la tunecina?
Reflejar. Testimoniar, dar la dirección. En todo caso, testimoniar, porque se trata de un periodo que debe ser documentado para la Historia.
¿Y cómo será ahora en Túnez la relación del cine con el poder?
Ahora todo se está reestructurando. El cine en Túnez es un sector muy débil, no tenía la vitalidad ni las estructuras necesarias para existir. Ni siquiera se puede hablar verdaderamente de cine tunecino. No había industria, no había mercado. Había una televisión que tiene un poder de propaganda, había un cine que se hacía con ayuda extranjera, y está también la experiencia de directores que han ido sobreviviendo como individuos aislados. Pero pudiéramos hablar de ese cine tunecino, aunque se diga con frecuencia que es más corajudo que el resto del cine árabe en general, que va más contra los tabúes, hay que decir que es un cine de consenso. Se ha estado haciendo para conciliar las exigencias de mercado, política, turismo, relaciones exteriores… Así, las películas de los últimos años son un poco sin alma, porque han querido conciliar estos extremos.
Hablando de tabúes, ¿hay algo de lo que no se pueda hablar hoy en Túnez?
Hoy es difícil hablar de religión. Es difícil hablar de laicidad. Hemos visto la experiencia de Nadia el Fani, que ha presentado un título un poco provocativo, Ni Dios ni amo, que ha levantado tal polvareda que el Ministerio de Cultura dijo que el filme no podía ser autorizado, por motivos religiosos. Esto es inadmisible, esta censura religiosa no la teníamos con Ben Ali, ¿por qué vamos a aguantarla ahora?
¿Qué se puede hacer con toda la propaganda que produjo la dictadura?
Estudiarla, recordarla para evitar recaer en los mismos errores.
¿Puede hablarse de una historia del documental tunecino con Burguiba, otra con Ben Ali, y otra que comienza con esta nueva etapa?
El poder escribe siempre su historia. Ahora estamos en un periodo de esperanza, espero que no caigamos en la desilusión. Hemos visto puertas abrirse y cerrarse muy rápidamente. Cuando veo la televisión tunecina hoy, me siento decepcionado. Este movimiento que llamamos revolución no es una verdadera revolución mientras veamos la televisión que se hace todavía…
¿Qué falta todavía?
Falta la espontaneidad, la libertad, la competencia, un aire nuevo, que todavía no vemos en la pantalla… También vemos debates, ideas confrontadas. Pero esa frescura que las revoluciones pueden llevar a las imágenes, todavía no la hemos visto.
Usted habla mucho de la memoria. ¿Crees que hay una memoria objetiva, o todos los países están condenados a librar batallas por fijar una memoria u otra?
Haciendo documentales, soy consciente de que la subjetividad es la base de toda observación. Cada uno ve, percibe e interpreta la realidad según su ideología, su cultura, su educación, su carácter… La realidad objetiva no sé lo que es.
Tal vez la suma de todas las realidades subjetivas…
Puede que sea eso. Es posible un consenso, pero la realidad conserva siempre esa parte de subjetividad.
Los jóvenes directores, Karim Souaki, Lassaad Oueslati… ¿constituyen una generación que ve de un modo distinto, tal vez por haber visto más cine a través de internet?
No, yo creo que no han visto el verdadero cine, no lo han visto en las condiciones adecuadas. Y sé que hablo como un viejo [risas], pero en nuestros tiempos vimos las películas en pantalla grande, hicimos colas, vimos la comunión del público ante un filme. Ellos ven sus DVD, sus películas on line, y es algo muy diferente, no se aprecia lo mismo.También los medios son más accesibles, hoy con una telecámara o con un teléfono puedes hacer una película. Se ha democratizado el acceso, pero ha depreciado el valor del acto creativo. Lo hacen sin empeño, sin la angustia creativa. Pero espero un boom del cine tunecino dentro de tres o cuatro años, porque toda esta maduración actual dará sus resultados. Estoy seguro.
¿En qué se parece el cine documental tunecino al que se hace en Egipto, Libia, Siria…?
Hay un movimiento de documentalistas del mundo árabe que nace con el numérico. Yo soy hijo del numérico, sin él no habría hecho nunca cine. Entonces las puertas de las corporaciones estaban cerradas, ¡he empezado a hacer películas a los 38 años! He debido esperar mi turno mucho tiempo. Hoy, con estos medios es más fácil entrar en el juego, pero, aunque depende del caso, no sé si podrán hacerlo con la verdadera exigencia de superar un desafío. Y de hacerlo ahora, donde no existe el desafío de hacer frente a una autoridad que censura, de hacer frente a una generación que te impide la entrada. Pienso que el arte sin esas barreras puede volverse un poco débil.
¿Por qué lo hago? Porque creo que hay que transmitir. Y tengo la sensación de que a mí no me han transmitido cosas, así que ahora me quiero vengar del destino.
Como cuando se decía en España, “contra Franco vivíamos mejor”. ¿Diría lo mismo de Ben Ali?
Yo he usado la dictadura como apoyo, me sostenía. Hoy no tengo este soporte para decirme que soy bueno, que estoy del lado correcto. Esto me daba un pretexto para ser distinto de la mayoría de los directores, que pertenecían a la oficilidad. ¿Qué puedo hacer ahora? Después de la revolución, lo digo en serio, lo he sentido en mi propio cuerpo, he sufrido un terrible dolor de espaldas, dificultad al caminar. Este dolor físico es una somatización, que me recuerda que debo empezar a caminar de nuevo, sin ese sistema que me daba una imagen positiva de mí mismo.
No me ha respondido a la cuestión de las semejanzas con el resto del documental árabe…
Sí, hay películas que se están haciendo con la misma lógica, una lógica de independencia, de protección de la creatividad, de deber de memoria y de testimonio. Podríamos citar directores de Argelia como Habiba Djahnine; en Marruecos está Leila Kilani con su trabajo sobre los “años de plomo” [Nuestros lugares prohibidos]; en Egipto, Nadia Kamel, Salata Baladi…Hay muchísmos filmes, todo un movimiento que se ha creado después de la generación del numérico.Es una generación que ha abierto la puerta a nuevas voces, y espero que puedan hacer algo. Queremos ser directores realizados. Yo al menos quiero realizarme profesionalmente en esta revolución.
¿Mostrar el país a los tunecinos, o a los extranjeros? ¿Qué importancia tiene escoger al público?
Pienso en el público natural antes que nada, en la gente del país a la que se le ha privado de imágenes creíbles, y han debido aceptar la violencia de la propaganda. Cuando hago un filme, pienso sobre todo en ellos. Se puede ser universal cuando alcanzas a ser verdaderamente local. Y siendo locales, tal vez podamos, exponiendo la problemática de la manera justa, llegaremos a ser universales.El defecto de muchos filmes tunecinos es caer en la lógica inversa. No es una solución. Mis películas no son radicales, pero no tienen concesiones en este punto.
Las mujeres, delante y detrás de la cámara, ¿son un elemento decisivo en este momento?
La mirada debe ser sensible, y la sensibilidad es una palabra femenina en árabe, y en francés, y en italiano, y en español.La sensibilidad debe ser un fin inteligente, y el poder masculino no conoce este valor. La imagen, como parte del poder, debe feminizarse.
Porque durante la dictadura, en el cine tunecino, la feminidad brillaba por su ausencia, ¿no?
Existía, pero sólo como pretexto, como alibi [coartada]. “Tenemos a la mujer directora, al marginado que puede hacer sus filmes…”. Teníamos el escaparate completo, teníamos de todo, pero en dosis homeopáticas. Era el sistema perverso de Ben Ali. Han ido apareciendo nuevos nombres, pero dejemos que el tiempo lo diga. Ben Ali se fue el 14 de mayo, hace sólo ocho meses. Es muy poco. Hace falta que las cosas se tomen su tiempo para crecer, madurar naturalmente. Nuestra esperanza es concretar una revolución que todavía no ha sido consumada.
“La idea de un Mediterráneo feliz y pacífico forma parte de un imaginario que me irrita”, ha dicho usted.
Sí, la realidad no es una película de Walt Disney. El mundo está lleno de conflictos de intereses, no se puede dar una visión de la realidad que los niegue. Y algunos filmes lo intentan: eso es lo que me irrita. La falsificación de la realidad, el intento de esconder los puntos de conflicto. Por el contrario, hace falta coger el toro por los cuernos y encontrar soluciones.
¿Cree que es más realista la idea histórica del Mediterráneo como un mar de sangre?
Después de hacer una película sobre la matanza del atún, créeme, sí lo he visto como un mar de sangre [risas].
¿Cómo percibes el futuro del documental en Túnez?
Soy bastante optimista, porque seremos más numerosos. Me temo que por el gran número habrá algo de cacofonía, pero estoy seguro que en el sector del documental en Túnez aparecerán nombres válidos y que haremos cosas juntos, porque todos somos jóvenes.