Turquía pierde
Daniel Iriarte
Las elecciones de este próximo domingo han sido definidas como las más críticas de la historia reciente de Turquía. El actual presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se lo juega todo. Si consigue más de 367 de los 500 escaños en el Parlamento, su Partido Justicia y Desarrollo (AKP), a estas alturas poco más que una correa de transmisión de la voluntad del Líder Supremo, tendrá poder suficiente para imponer una nueva Constitución, con un objetivo: cambiar el sistema político a un modelo presidencialista sin apenas contrapesos para el cargo de Erdogan. Vistas las escasas credenciales democráticas de éste –que tras amordazar a la prensa, parece más que dispuesto a encarcelar a todo aquel que ose criticarle-, esto supondría una transición efectiva a la Dictadura 3.0., del tipo que se estila en Rusia o Asia Central. Incluso con 330 escaños, el AKP todavía podría impulsar la idea del presidencialismo a través de un referéndum popular.
Pero por otro lado, si el partido kurdo HDP logra superar la barrera electoral del 10 % (la más alta del mundo, pensada precisamente para dejar a los kurdos fuera del Parlamento), el sistema político le otorgaría automáticamente un mínimo de 50 escaños. Y bastaría con que los otros dos grandes partidos opositores obtuviesen resultados un poquito mejores que en las elecciones anteriores –algo nada difícil, dado el hastío de gran parte del electorado con Erdogan– para que el AKP tuviese problemas incluso para formar gobierno en solitario. Entre ambos extremos, hay varias opciones, y todas son inquietantes.
Para empezar, habría que asumir que las elecciones serán limpias. Es cierto que habrá observadores por todas partes: la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) ha enviado una misión, y los partidos opositores han desplegado voluntarios en todo el país, además de los cientos de miles de miembros de la organización “Öy ve Ötesi” (“Tu voto y más allá”, en traducción libre), lo que dificultará enormemente el fraude, o al menos que este pase desapercibido. Pero si este se produce, y los observadores lo detectan, no sería de extrañar que se produjese una oleada de protestas y disturbios que dejen en pañales la revuelta de 2013 por el parque Gezi.
Si hay fraude, no sería de extrañar una oleada de disturbios que deje en pañales la revuelta de Gezi
Los primeros en rebelarse, probablemente, serán los kurdos, que llevan meses aguantando agresiones de todo tipo. Ayer mismo, dos bombas en un mitin del HDP en Diyarbakir produjeron cuatro muertos y al menos 184 heridos, por citar solo el incidente más grave entre más de medio centenar de ataques contra sedes electorales y candidatos. Los líderes del partido han llamado a la calma una y otra vez, asegurando que son “provocaciones” destinadas a generar una respuesta violenta que les perjudique electoralmente (quitándoles, por ejemplo, el apoyo de muchos turcos de izquierda y miembros de otras minorías). Pero en caso de que –bien por fraude, bien limpiamente- el HDP no llegue a entrar en el Parlamento, contener la rabia de los nacionalistas kurdos podría ser una tarea complicada.
El proceso de paz, de hecho, agoniza: si Erdogan se convierte en Superpresidente, es improbable que decida seguir adelante con unas negociaciones que le obligarían a hacer importantes concesiones al movimiento nacionalista kurdo, que ya no le reportarían demasiados beneficios y sí grandes riesgos de cara a sus propios votantes. Pero en cualquier otro escenario, la guerrilla kurda del PKK carecería de un interlocutor lo suficientemente fuerte como para poder concluir el proceso. Las perspectivas, pues, son malas.
Los resultados electorales también van a ser críticos para la economía. A los inversores no les entusiasman los entornos en los que todo depende de la caprichosa voluntad de un Gran Líder, pero tampoco la inestabilidad. La lira turca, que se cotizaba a 1,3 respecto al dólar cuando el AKP llegó al poder en 2002, está ahora a 2,6, y podría seguir bajando, tanto si el partido obtiene una mayoría aplastante como si se ve obligado a tratar de formar una coalición para gobernar. Hombres de negocios y consumidores turcos ya notan la depreciación en sus bolsillos, y una caída aún mayor podría ser devastadora. Tal vez el escenario menos catastrófico sería un gobierno en el que el AKP tuviese mayoría suficiente para gobernar, pero no para imponerse. De hecho, es el que auguran casi todas las encuestas, en las que el proyecto presidencialista puede darse por descartado. Pero incluso en estas condiciones -asumiendo que el HDP entre en el Parlamento, y que las elecciones sean limpias-, hay razones para estar alarmados. Al fin y al cabo, el gobierno turco no ha necesitado de un sistema presidencial para hacerse con el control de Bank Asya, una de las entidades bancarias vinculadas a la cofradía del teólogo Fethullah Gülen, expropiada esta semana pasada.
Erdogan ya gobierna como Presidente sin contrapesos, diga lo que diga la legislación turca
¿Asumiría Erdogan –el enviado de Dios, el Presidente del Pueblo, el primero en ser elegido por voto popular en la historia de Turquía, el político turco con mayor tirón desde Atatürk- la derrota psicológica que supondría una caída importante de votos para el AKP, la primera desde su llegada al poder? El mismo líder que hizo un llamamiento a los comerciantes de Turquía a tomarse la justicia por su mano, que no ha dudado en radicalizar a sus bases a costa de la paz social, que ha violado descaradamente su juramento de imparcialidad inherente al cargo presidencial, y que considera “traidores” a todos aquellos que se atreven a contradecirle –incluyendo al gobernador del Banco Central y a sus propios ministros-, ¿estaría dispuesto a aceptar que más de la mitad del país rechaza visceralmente el papel que se ha otorgado a sí mismo como Padre de la Nación, autoritario pero justo?
Permítanme dudarlo. Erdogan ya gobierna como presidente sin contrapesos, diga lo que diga la legislación turca, y cualquier intento de cambiar eso traerá consecuencias. Pase lo que pase en estas elecciones, Turquía pierde. Y el culpable tiene nombre y apellidos.
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