Kaouther Adimi
«Solo una hija casada deja de ser un problema»
Alejandro Luque
Cádiz | Febrero 2021
La cita virtual con los medios comienza con una disculpa: “Siento no poder conversar con ustedes en español, pero el día que había que elegir lengua extranjera en la escuela yo estaba enferma en casa en cama, y me asignaron aleatoriamente el alemán. ¡Tres años estudiando alemán, y ahora no puedo hacer este encuentro sin intérprete!”
La voz de Kaouther Adimi (Argel, 1986) es cálida y sus facciones dulces solo se crispan ligeramente cuando habla del debate político en Francia. Pero la sonrisa parece ser su estado natural, al menos esta mañana en que presenta a los medios, vía zoom, la traducción al español de su novela Piedras en los bolsillos, publicada por Libros del Asteroide, al igual que la anterior, Nuestras riquezas.
La protagonista de Piedras en los bolsillos es, como la propia Adimi, una joven argelina que vive en Francia y mantiene un conflictivo vínculo con su tierra natal y con su familia. “Por mucho que Argelia esté a dos horas de vuelo, la realidad es muy distinta”, comenta. “Cuando la protagonista regresa, se siente desajustada. Siente una nostalgia profunda de sus años de infancia, cree que no podrá volver nunca a tener amistades como las de entonces, y para ella eso es el exilio: la incapacidad de crear vínculos duraderos, porque es algo que requiere mucho tiempo. Por otro lado, no llega nunca a romper el vínculo con Argelia, porque su madre la llama continuamente”.
«Una guerra suele ser un país agrediendo a otro, pero una guerra civil se libra entre vecino»
Su memoria de Argelia está marcada por los años de guerra civil, un clima de violencia permanente que ha marcado toda su generación. “Escribí este libro tras los atentados de París. Me sorprendió la reacción de los franceses, que cerraran escuelas y se abrieran muchos debates sobre cómo explicar a los niños lo sucedido. En Argelia, en el tiempo del terror, para nada se hacía eso: la situación era inexplicable, y duró más de diez años. Una guerra suele ser un país agrediendo a otro país, pero una guerra civil se libra entre vecinos, familias enteras enfrentadas, profesores que mataban a sus alumnos… Y eso a mí no me lo explicaron. Por el contrario, había una voluntad por parte de los padres de protegernos de ese caos que era la vida cotidiana, cosa que resultaba imposible por mucho que lo intentaran”.
“En la novela hay un episodio en el que la protagonista recibe una mala nota y el mismo día hay un atentado, y el hecho extraordinario es la mala nota”, prosigue la escritora. “Cuando se produjo el atentado de Bataclan, un grupo de argelinos estábamos en un bar y seguimos bebiendo, porque era algo conocido para nosotros. Habíamos crecido en esa normalidad. Hasta que nos detuvimos y dijimos: oye, estamos en París, en el siglo XXI; eso nos hizo ver que el asunto era grave”.
La huella sigue ahí. “Todavía hoy es difícil hablar del terror en Argelia. No hubo memoria colectiva, de hecho hay una ley de amnesia. Todos los libros de escritores argelinos de los 90 giran en torno al terrorismo. Haber vivido con miedo durante 20 años dice mucho de mi generación: no puedes pretender haber pasado por eso y ser un adulto sólido. Creo que necesitaremos hacer terapia colectiva algún día”, cree Adimi.
«Somos una bomba de relojería. Una boda no es un motivo de felicidad, sino un alivio»
Pero el recuerdo del terror no es el único elemento que influye en la protagonista de Piedras en los bolsillos. La vida familiar, en particular la relación de la chica con su madre, ejerce una influencia que tiene su contrapunto en la vida libre y despreocupada que lleva en París. Cuando se le pregunta cómo habría sido esta historia con un protagonista masculino, Adimi explica que completamente diferente. “Los hombres también sufren presión social en Argelia, pero no tiene nada que ver. Los más perjudicados por ello son los homosexuales, ya que si no estás casado a los 30 se te somete a un interrogatorio continuo y eres objeto de todo tipo de rumores. Hay matrimonios muy desgraciados que se hacen precisamente para evitar eso. Pero los hombres tienen siempre más tiempo para casarse, más libertad a todos los niveles, para salir y entrar, para volver tarde…”
“La expresión más adecuada para explicar lo que somos es ‘bomba de relojería’. Una boda no es un motivo de felicidad, sino un alivio. Solo una hija casada deja de ser un problema: ya se puede quedar embarazada sin que sea una vergüenza”, explica Adimi. “Yo me casé bastante tarde según los criterios argelinos, fui la primera de la familia en marcharse sola, sin marido, y padecí muchos comentarios por ello. El día que me casé, tuve la sensación de perder un poco de mi propia identidad”.
«Se cuenta con las mujeres cuando se las necesita, pero una vez hecha la revolución se las relega»
Con todo, cree que “la situación ha evolucionado mucho para las mujeres del Magreb. Ha habido un boom de divorcios, debido a que ellas tienen más independencia económica y cada vez más hay más mujeres que escogen su camino. El problema: durante las manifestaciones contra el quinto mandato de Bouteflika vimos a muchas mujeres ocupando el espacio público, se cuenta con ellas cuando se las necesita, pero una vez hecha la revolución se las relega a un papel subalterno”.
¿Deben los jóvenes magrebíes ‘matar a la madre’ a la manera en que el psicoanálisis exigía ‘matar al padre’? Adimi da vueltas: “El patriarcado es un problema mundial, y vemos que las leyes no consiguen resolver los problemas de las mujeres. Se habla permanentemente de islamismo, pero no es el único problema de las mujeres en Francia. Además, cada vez que las mujeres logran conquistar derechos, los hombres también evolucionan para mantener sus privilegios, pues de eso se trata…” Luego se decide: “Me llamó mucho la atención en los años 90 ver a las mujeres manifestándose en las calles cuando el islam quiso imponer la sharía: se veía a mujeres que la defendían, contribuyendo a mantener el patriarcado: las hay. Son las mismas que ponen a las hijas a hacer las tareas de casa mientras los hijos están en el sofá. En este sentido, creo que hay que ‘matar’ a la madre y al padre para existir como individuos”.
Claro que, mientras se ‘mata’ o no, toca esperar la reacción de la familia cuando se escribe sobre ella. La de Adimi fue “un poco complicada”. “Tengo una familia peculiar. Mi madre, cuando leyó la novela reaccionó bien. ‘Se parece mucho a mí, soy yo’, dijo. Se lo tomó como un cumplido, y aunque sea una mujer un poco angustiada, tiene sentido del humor. Por otro lado, el padre en esta historia no existe, lo que ha provocado algún equívoco. Una vez, en una librería, mi padre dijo orgulloso: ‘Este libro lo ha escrito mi hija’. ‘No puede ser —le respondió el librero—, ¡si el padre está muerto!’ ‘Es una ficción’, añadió mi padre, y el otro le respondió: ‘Debe haberse equivocado, no es posible que esto lo haya escrito una hija suya’. Lo cierto es que hay muchas cosas sacadas de la realidad y muchas inventadas, y para los familiares es siempre más fácil cuando se mezcla verdad y ficción”.
En todo caso, Adimi confiesa que se encuentra particularmente nostálgica en estos meses. “Hasta que vino la pandemia de la covid, yo volvía regularmente a Argelia, vivía bien entre dos aguas. Ahora hemos descubierto lo que es un confinamiento y no poder regresar a casa cuando queramos, ni siquiera saber cuándo podremos hacerlo”.
« Francia es mi casa, pero me siento como el hijo de una pareja divorciada»
Pero en ese nadar entre dos aguas, la autora elige bando cuando se trata de opinar sobre la Ley contra el separatismo, el paquete de medidas legales con el que el Gobierno de Emmanuel Macron quiere subrayar la primacía de los principios laicos por encima de los dictados islamistas. “En Francia vivimos una violencia estatal muy potente, con un gran racismo por parte de algunos ministros. Personalmente, me siento atacada como argelina y como musulmana, y ahí entra en juego la nostalgia. Francia es mi casa, pero me siento como el hijo de una pareja divorciada”, opina Adimi.
La ley, dice, “va muy dirigida a los musulmanes y no podemos sino constatar el silencio de la izquierda, que debería estar horrorizada con la ley”. “Pero también sé de mucha gente que se ha indignado con ella. Además, hoy no podemos alegar ‘no sabía, no lo he visto’, porque con las redes sociales los silencios son muy elocuentes. Es algo que afecta a todo el que no forme parte de la casilla hombre-blanco-franco-francés”, añade.
Se acabó una especie de idilio. “Yo he vivido siempre esa doble nacionalidad como una riqueza, y de hecho aconsejo a todo el mundo ser extranjero por un tiempo: te ves confrontado a la idea de ser diferente, a ser ‘el otro’. Ahora, sin embargo, siento rabia ante esa agresión. Soy escritora, soy parisina. Si yo me siento rechazada, ¿cómo será para todos los que se sienten menos afortunados que yo? ¿Cómo será su rabia?”, se pregunta Adimi.
«No se puede ceder un ápice ante la extrema derecha, ni ceder un ápice de los derechos de la mujer»
¿Y no cree que hay que tomar medidas contra la expansión del velo islámico? “En Argelia, en la época colonial, se organizaban sesiones para liberar a las mujeres del velo, pero cuando se trataba de hablar de igualdad de derechos, Francia se lavaba las manos y decía: ‘No nos metamos en los derechos de los indígenas’. La historia se repite una y otra vez. Ahora me aterroriza escuchar al ministro de Educación o a Gérald Darmanin [ministro del Interior] hablar sobre los derechos de las mujeres. Sé que un historiador de la guerra [Benjamin Stora] ha enviado un informe a Macron, pero sé que ni lo entiende ni tiene ganas de entenderlo… perdón por la vehemencia, pero quedan un año para las presidenciales y me enciendo”.
A este respecto, Kaouther Adimi reflexiona también sobre el auge de la ultraderecha en toda Europa. “Viajar siempre es un lujo, pero teniendo siempre en cuenta hasta qué punto es un lujo hacerlo para los argelinos y todos los que no tienen pasaporte. Yo llevo diez años viviendo en París, mi hermano se instaló en Londres, pero no podíamos visitarnos. Aunque parezca absurdo, solo nos veíamos en Argelia. Esa es la realidad”, dice. “Creo que la cultura es la mejor muralla contra el extremismo. No se puede ceder un ápice ante la extrema derecha, ni ceder un ápice de los derechos de la mujer. No hay que dejar pasar nada, y eso es difícil en un contexto de crisis económica, porque esa derecha siempre gana terreno cuando hay crisis”.
«Se considera que el hecho de ser escritor de otro país ya te obliga a ser portavoz de algo»
Lo seguro es que tener, sentimentalmente hablando, un pie en Francia y otro en Argelia puede ser motivo de grandes tribulaciones. “La doble identidad, cuando recibes presiones de un lado y de otro, te puede volver esquizofrénica, y a mí de hecho me llevó tiempo liberarme de los dictados que me metían en la cabeza sin parar. Pero conocí a una mujer argelina que cambió su nombre, porque quería dejar de ser argelina y ser más francesa que los franceses. Terminó muy mal, porque no había intentado entender lo que se esperaba de ella, qué era importante y qué podía mandar a hacer puñetas. Yo luché porque mis decisiones fueran mías y conformes a mí misma. Eso es lo que me permite volver a casa sin las piedras en el bolsillo de las que habla el título”.
Adimi pertenece a una hornada de escritores argelinos –encabezada por Yasmina Khadra, Boualem Sansal, Malika Mokeddem y Wassyla Tamzali– que ha conquistado su espacio en el mercado francés, a veces con más facilidad que en su propia tierra. “La percepción sobre los escritores argelinos es distinta en Francia que en Argelia. Algunos podemos tener éxito en un país y no en otro, no siempre ocurre simultáneamente. Además, los libros franceses no son fáciles de encontrar, y menos de pagar, en Argelia. Los libros impresos allí son diez o quince veces más baratos. Por eso algunos autores como Kamel Daoud o yo misma tenemos editores argelinos también, y trabajamos en paralelo para que nuestros libros aparezcan en los dos países”.
“Por otro lado”, matiza Adimi, “hay expectativas muy fuertes sobre la gente que habla de Argelia en el extranjero. No somos relaciones públicas de Argelia, a lo sumo podemos aportar nuestra opinión personal, pero en Francia se considera que el hecho de ser escritor de otro país ya te obliga a ser portavoz de algo. Eso no se le pide a los escritores franceses en Francia, no les preguntas por sistema por todos los temas políticos. Por otra parte, si das tu opinión sobre cualquier cosa en tu país está todo bien. Pero si la das en el extranjero, se recibe muy negativamente, como si salieras a hablar mal de lo tuyo”.
«Hemos hecho caer un poder y tenemos otro poder gemelo del anterior»
Descubierta para el público español con El reverso de los demás, publicado por Xórdica, y más tarde por Nuestra riquezas, sobre la legendaria librería de Argel, Adimi piensa que “la memoria es importante, es importante saber que Edmund Charlot existió. Que en los años 30 y 40 hubo alguien que supo resistir y superar las dificultades, y que fue una esperanza para todos. Me encantan las historias de los loosers resilientes, que crean y pierden, crean y pierden, pero siguen adelante. Desconfío de quienes quieren clausurar la historia, o echarle la culpa de los males de hoy al pasado, como si, por ejemplo, la corrupción fuera una consecuencia de los años de la guerra”.
Porque tampoco se ha resuelto tanto haciendo caer a Bouteflika: “Hemos hecho caer un poder y tenemos otro poder gemelo del anterior, y tenemos una andadura histórica con miles de desaparecidos, archivos sin explotar, una historia de la inmigración desconocida… Para abordar todo esto hace falta mucho valor”.
Ahora, Adimi aguarda como todos al fin de la pandemia, aunque asegura que “durante diez años viví en Argelia acostumbrada a los confinamientos y los toques de queda, así que estoy muy bragada en eso. En estos momentos escribo otra novela, que no tiene nada que ver con la pandemia. No sé si me inspiraría, la verdad”, duda. “Espero que de mayor no me vuelva una pesada hablando de estos días, como mis padres hablan de la Guerra de la Independencia”.
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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur
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