Reportaje

La busca de la identidad

Miguel F. Ibáñez
Miguel F. Ibáñez
· 12 minutos
Primera bandera de Macedonia (Skopie, 2018) | © Miguel F. Ibáñez

Skopie | Mayo 2019

“Jesucristo era judío, pero ¿quién dice hoy que no era cristiano?” Con este símil ilustra el periodista Zoran Dimitrovski la génesis de la conciencia nacional de Macedonia, más exactamente Macedonia del Norte, un Estado encajonado entre Grecia, que le disputa el nombre, Serbia, anterior metrópoli política, y Bulgaria, que le cuestiona la identidad.

Desde el punto de vista de Sofia, Macedonia es simplemente una escisión del pueblo búlgaro, una creación artificial impulsada por Tito, el líder yugoslavo. El territorio, una región del Imperio otomano habitada primordialmente por cristianos ortodoxos de habla búlgara, se incorporó al reino de Serbia en 1913 y como tal pasó a formar parte del reino de Yugoslavia en 1918. Fue solo con la refundación comunista de Yugoslavia en 1944 cuando la zona se constituyó en República autónoma de Macedonia. El nombre hace referencia a una histórica región que se extiende hasta las costas del mar Egeo y que vio nacer a una de las figuras históricas más universales: Alejandro Magno. Algo que los políticos de las últimas décadas han explotado a fondo para dotar el pequeño país, independiente desde 1991, de una identidad propia.

“Hay gente que piensa que tenemos conexión con la antigua Macedonia, pero creo que quienes tienen estudios reconocen que somos eslavos. Y no es malo ser parte de la cultura eslava. De la rusa. Es un orgullo. Pero el daño ya se ha hecho, y necesitaremos décadas para alterar esta percepción”, explica Dragi Gjorgiev, director del Instituto de Historia de Macedonia.

El problema de los macedonios es que no tienen zares ni épicas medievales reconocidos

El “daño” al que se refiere Gjorgiev es el ‘Proyecto Skopie 2014’. Empezó en 2010, dos años después de que Grecia vetara la entrada de Macedonia en la OTAN por utilizar un nombre que Atenas reclama para su propia historia. Ahí, el Gobierno del populista Nikola Gruevski comenzó una campaña pública para insistir en los lazos con la antigua Macedonia. Su apuesta le llevó a transformar el centro de la ciudad con edificios de estilo neoclásico y miles estatuas de personajes históricos entre las que destacan las inmensas de Alejandro Magno, llamada ahora Guerrero a Caballo, y Filipo II de Macedonia. Eso, aunque el consenso histórico es que ambos hablaban griego y que los primero testimonios de lenguas eslavas en la región solo aparecen siglos más tarde.

Tras la aprobación del polémico acuerdo con Grecia, ratificado en septiembre de 2019, para cambiar el nombre del país a Macedonia del Norte, se puede decir que Skopie honra a líderes que no pertenecen a su nación. Con Gruevski acusado de corrupción y exiliado en Hungría, el país ha vuelto a las tesis de Kiro Gligorov, primer líder tras la independencia: los macedonios son eslavos que llegaron a los Balcanes en el siglo VI.

Pero parte de la sociedad, anclada en una propaganda incluso anterior a Gruevski, ahora cree que existe un complot internacional para humillar a Macedonia. “El problema es que mucha gente creyó en Gruevski, y perjudica a una nación que trata de buscar su identidad. Mire a Eslovenia, con la que convivimos en Yugoslavia: nadie intenta buscar lazos milenarios; dicen que provienen de un líder eslavo medieval. Muchos imperios han invadido esta región y, si mira mi ADN, puede que encuentre lazos con la comunidad armenia. En Macedonia, que está en el centro de muchas influencias, no tiene sentido buscar lazos de hace 2000 años”, considera Dimitrovski, exdirector de la conocida revista Fokus.

Los macedonios, sin Iglesia propia, se identificaban en su mayoría como búlgaros

El problema de los macedonios, a diferencia de eslovenos o serbios, es que no tienen zares ni épicas medievales reconocidos en los libros de historia. Sus figuras son las mismas que las de los búlgaros: hasta finales del siglo XIX no se consideraba que hubiese una diferencia. Solo en 1893, seis intelectuales búlgaros fundaron la Organización Interna Revolucionaria de Macedonia (IMRO-VMRO), destinada a liberar del yugo otomano la región al suroeste de Bulgaria, que acababa de confirmarse (en 1878) como principado autónomo bajo soberanía otomana formal. El objetivo, primero, era obtener una autonomía dentro del Imperio, aunque luego, cuando Sofia se hizo con el control del movimiento, la idea más bien viró a una autonomía dentro de Bulgaria.

Hubo escisiones, voces discordantes, sobre todo tras las fracasadas revueltas de 1903. En San Petersburgo, donde nació la corriente en torno a la Macedonian Literary Society, organización que ensalzó en las diferencias entre macedonios y búlgaros, figuras como Dimitrija Chupovski hablaban ya de independencia. Lo mismo que hizo el filólogo y periodista Krste Petkov Misirkov (1874-1926). Ambos fueron esenciales para el desarrollo de la identidad macedonia.

Todo este proceso estuvo dominado entre bastidores por las potencias centroeuropeas y Rusia que jugaban al equilibrio en los Balcanes a la vez que iban socavando el ya débil Imperio otomano. Dentro de esta ecuación, la Iglesia serbia y la vuelta a la actividad de la Iglesia búlgara en 1870 jugaron un papel determinante para contrarrestar la influencia griega y extender la propaganda nacionalista a través de empleos y educación. Los macedonios, sin Iglesia propia ni centros educativos, se identificaban, en su mayoría, como búlgaros: héroes como Gotse Delçev, el líder del IMRO fallecido en la revuelta armada de 1903, lo refrendaron decenas de veces. “Delçev o Misirkov crecieron como búlgaros, en sus casas y colegios”, asegura Dimitrovski. El símil de Jesucristo sirve para explicar que pese a ser búlgaros fundaron una nación distinta.

«Pelearse por Cirilo y Metodio es estúpido: eran de Bizancio, e importantes para todo el mundo eslavo»

“La mayor parte de la élite política tenía una identidad búlgara, pero al mismo tiempo se apoyaba la idea regional de Macedonia. Se describían como búlgaros, ensalzaban sus estudios en Bulgaria y muchas veces se refugiaban allí huyendo de la represión otomana, pero lucharon por la autonomía y, más tarde, por la independencia (con la República de Krusevo, de 10 días, en las revueltas de Ilinden de 1903). Por lo tanto, eran búlgaros y macedonios”, explica Gjorgiev.

Hoy, pese a las similitudes, son dos naciones diferentes que se disputan a Cirilo y Metodio, los misioneros de Salónica que crearon el alfabeto eslavo en el siglo IX, el zar Samoil, quien estableció un Imperio medieval que luchó contra Bizancio y que tuvo su capital en Ohrid, y las figuras revolucionarias que lucharon contra los otomanos desde finales del siglo XIX.

“Los dos países tenemos una historia en común. En el caso de Cirilo y Metodio, estamos contentos con señalar que fueron parte fundacional de la cultura cristiana de los pueblos eslavos y que sus hazañas fueron preservadas y desarrolladas gracias a los centros culturales del Estado medieval búlgaro, que entonces incluía la actual Macedonia del Norte”, remarca Naoum Kaytchev, representante por Bulgaria en la comisión conjunta de hechos históricos y educacionales.

Su colega por Macedonia, Petar Todorov, busca otro enfoque: “Las naciones son construcciones sociales desarrolladas por motivos políticos y económicos. No apoyo el concepto etnonacionalista de nación. En siglo XIX, quienes querían crear un Estado-nación buscaron lazos anteriores a la invasión del Imperio otomano”. Es rotundo: “Pelearse por Cirilo y Metodio es estúpido: eran de Bizancio, pero fueron importantes para todo el mundo eslavo porque desarrollaron el alfabeto. Nosotros no decimos que son macedonios, decimos que son líderes de los eslavos”.

“No se puede reducir la identidad medieval a la búlgara contemporánea. Era una identidad eslava medieval, una masa cristianizada. Eran eslavos bajo el nombre de un reino: no creo que hubiera el sentimiento de nación actual”, considera también Katerina Kolozova, directora del Institute of Social Sciences and Humanities en Skopie. “No tenemos que reclamar una identidad macedonia pura: Gruevski intentó falsificar nuestro pasado. El macedonio es una lengua eslava. Nos entendemos con rusos y ucranianos. Hemos crecido con libros que nos enseñaban que somos eslavos del sur, que es lo que significa Yugoslavia”, agrega esta investigadora, filósofa de formación.

Pero precisamente la época yugoslava fue la que consolidó la identidad nacional. En 1967, Belgrado estableció la Iglesia ortodoxa autocéfala de Macedonia. Ya antes, en 1944-45, había codificado la lengua macedonia usando el dialecto de las regiones Bitola-Ohrid y Veles-Prilep. Introdujo un alfabeto cirílico inspirado en el serbio y con variaciones importantes respecto al búlgaro, más similar al ruso. Para algunos, el objetivo de Tito fue desbulgarizar a los macedonios: enrocada, Sofía aún asegura que el macedonio es un dialecto del búlgaro. Y desde un punto de vista filológico lo es… o viceversa.

«Es una absoluta humillación que nuestra lengua, rica en tradición escrita, se considere un dialecto»

Hay casi una decena de variantes del llamado eslavo meridional oriental, de las que la mitad se hablan en Bulgaria y la otra en Macedonia, sin que la linde entre ambos países sea una ‘isoglosa’, es decir una línea que separe dialectos o variantes fonéticas: a ambos lados de la frontera se habla la misma lengua —ligeramente distinta tanto de la variante utilizadas más al este, en Sofia, como más al oeste, en Skopie— pero en un lado se supone que es un habla regional del búlgaro y en el otro, uno del macedonio. De todas formas, las diferencias entre las lenguas eslavas en general son tan escasas que cuesta incluso trazar claramente la línea divisoria entre el conjunto búlgaro-macedonio y el serbocroata, perteneciente al bloque eslavo meridional occidental: entre ambos hay dialectos intermedios, como el torlaco.

“Es una absoluta humillación que nuestra lengua, rica en tradición escrita, se considere inferior o un dialecto: el problema es mayor con Bulgaria, pero esas tendencias también existen en menor medida en Serbia”, opina Kristina Velevska, filóloga especializada en lenguas sureslavas y macedonio y editora en Antolog Publishing House. Rechaza que su pueblo sea una creación artificial de Tito: “La influencia del serbio no tiene que extrañar. Primero, las dos lenguas tienen el mismo origen, por lo que las similitudes son inevitables. Segundo, las lenguas que están en contacto cercano, de forma inevitable, desarrollan y toman prestado parte del léxico”.

Sin embargo, Dimitrovski sí cree que hubo un proceso de desbulgarización: “Se rechazaban palabras que eran nuestras solo por ser comunes en Bulgaria”. Este proceso, no obstante, no ha impedido que la influencia histórica se represente en diferentes dialectos: el del este es más cercano al búlgaro; el del norte usa más palabras serbias; y el del suroeste, la región de Bitola y Ohrid, presenta más palabras turcas.

“La bandera macedonia con el símbolo (heleno) del Sol de Vergina no era conocida aquí»

“En algunos casos, por la necesidad purista de huir de la influencia serbia, muchas palabras son tratadas como serbias y no se aceptan en el macedonio. Le pongo un ejemplo: la palabra ‘ланец’ (lanets, que significa cadena) es común en el macedonio, pero no se la acepta; en cambio, la palabra ‘синџир’ (‘sindjir’), que es de origen turco, sí se acepta”. Los ejemplos de Velevska sirven para mostrar uno de los cambios de rumbo que trajo la independencia de 1991: el creciente recelo hacia Serbia y el coqueteo con Bulgaria.

Curiosamente, Bulgaria fue el primer país en reconocer Macedonia. En este cuarto de siglo, Sofía ha sido el principal aliado de Skopie: en los años 90, cuando Grecia impuso un embargo por la disputa del nombre que se resolvió en 2018-19, fue la única salida comercial. Así, “el somos eslavos” de Kiro Gligorov empezaba a diluirse en un mar de confusiones, de discursos políticos antagónicos que, dependiendo del momento, se acercarían o alejarían de Serbia y Bulgaria: Ljubço Georgievski, exlíder del nacionalista VMRO y líder del país entre 1998 y 2002, reconoció que los macedonios eran más cercanos a los búlgaros y criticaba la excesiva influencia serbia.

A todo ello, en los primeros años después de la independencia, alcanzada en 1991, la principal causa en Macedonia fue la confrontación con Grecia. “La bandera macedonia con el símbolo (heleno) del Sol de Vergina no era conocida aquí. Entonces la gente no prestaba mucha atención a la historia, pero como Grecia nos bloqueaba, los partidos políticos se pusieron de acuerdo para adoptar la bandera con el Sol de Vergina”, recuerda Dimitrovsk, en referencia a estrella de dieciséis puntas que figuraba en la primera bandera macedonia. “Fue una estupidez. No digo que Grecia no nos hubiera bloqueado sin esta causa, pero ayudó a que dijeran que teníamos aspiraciones territoriales”, agrega. En 1995, el país cambio la estrella de 16 puntas por un sol de 8 rayos más anchos.

Con la firma y ratificación de los acuerdos con Grecia, el conflicto con el vecino del sur parece haber concluido. Queda por ver si se supera también la cuestión de la identidad frente a Bulgaria.

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