Entrevista

Oliver Laxe

«Cuando veo que hay un camino fácil, tomo el camino inverso»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 20 minutos
Oliver Laxe (Menorca, Abr 2019) | © Alejandro Luque / M’Sur


Menorca
 |  Abril 2019

Alto, espigado, con cierto aire de jinete de las praderas de Mongolia, Oliver Laxe (París, 1982) es un cineasta gallego empeñado en hacer historia. Por ejemplo, logrando que sus tres primeras películas (Todos vosotros sois capitanes, Mimosas y la más reciente, O que arde, que se estrena el martes próximo, 21 de mayo) hayan sido seleccionadas en Cannes, las dos primeras con premio, la tercera en selección oficial. Una hazaña que hasta ahora, en el cine español, solo había logrado ese gigante llamado Víctor Erice.

Pero en su biografía también hay algunos datos curiosos, como el hecho de que, tras formarse en Barcelona y Londres, decidiera marcharse a Marruecos y residir allí durante cinco años, donde arrancó su filmografía. De sus motivaciones para aquella aventura, así como de sus resultados y también de los retos del futuro, hablamos con el director en Menorca, adonde acudió recientemente como invitado de las Trobades Albert Camus.

Nacido en París, hijo de emigrantes gallegos… ¿Algo de eso marca ya un destino viajero?

Siempre hemos sido extranjeros: en Francia éramos españoles, cuando volvimos a Galicia éramos franceses, estuvimos también errando un poco en Cataluña. De alguna manera, es una circunstancia que sufres de pequeño, pero es una buena distancia, la distancia del artista. Cuando me fui a vivir a Marruecos, estaba muy acostumbrado a ella. Y es quizá la única distancia desde la que puedes ver las cosas. De cerca no vemos nada, nunca. Todo está desenfocado.

Cuénteme precisamente cómo dio el salto a Marruecos.

Yo hice mis estudios en Londres, tenía una pequeña beca para irme a vivir allí. Verdaderamente no me sentí extranjero, me sentí extraterrestre [risas]. Pero en el fondo son los mismos, hay una homogeneización de intereses… El caso es que conocí a un par de poetas de Tánger, y al mismo tiempo tuve una corazonada: nunca había ido a Marruecos, pero tenía claro que debía abandonar todo e irme a vivir allí. Mi paso por Londres fue bastante crítico, y solo es en las crisis cuando uno conecta con la propia esencia. En esos momentos de fragilidad uno se vuelve más intuitivo, y oye mejor lo que el corazón le dicta.

¿Tenía una idea más o menos exótica de aquello?

La verdad es que no tenía muchos aprioris, pero sí es cierto que desde que llegué sentí una familiaridad, una continuidad de valores con España y Galicia.

Hay conexión atlántica y mediterránea…

«Tenía asumido que iba a ser un cineasta de los márgenes, un pequeño francotirador»

Sí, somos todos una panda de bastardos, en el buen sentido [risas]. Además, entendí el país muy rápidamente. Es lo que más tarde he dado en llamar soberana sumisión, que se ha convertido para mí en un concepto estético. Es la aceptación de lo que te da la vida, y te hace libre. A veces se expresa a través del infortunio, de la desgracia, pero visto con otros ojos, se vuelve positivo a veces. Me acuerdo de caminar mucho, de perderme en las medinas. Y que la llamada al rezo y las propias mezquitas me hacían sentir un eco interior grande, que no sabría racionalizar.

Seguramente, cuando dijo que se iba a hacer cine a un país sin industria, como Marruecos, muchos lo tomarían por loco…

Sí, en algunos momentos de mi carrera sí que he ido un poco rápido; en aquel momento, en cambio, fui despacio, fui paciente. Sabía que para hacer cine primero tenía que aprender a mirar, saber qué es la imagen, qué es un ser humano. Y en un país donde la tradición es aún importante, donde aún hay choques entre tradición y modernidad… Por otro lado, no me veía trabajando en España, ni representado, como tantos otros, en la industria del cine español.

¿Fue entonces más una escuela de mirada, que un lugar donde buscar medios, financiación?

Tenía asumido que iba a ser un cineasta de los márgenes, un pequeño francotirador. Tenía asumida una especie de diáspora. Para mí Cannes era un sitio de tontería, de ruido, de superficialidad. Sí intuí que había una gran ruptura, que ya no es posible hacer cine como lo hicieron nuestros grandes maestros.

¿Por llegar a una industria que ya es digital, y más precaria que antaño?

Bueno, yo siempre he rodado en película, pero es verdad que el espectador se ha perdido, de alguna manera lo han destruido. Me fui con ese olor a cadáver que había en ese momento en Europa, una decadencia, una deriva mecanicista y racionalista que sigue ahí.

¿Cómo colaboró, pues, Marruecos, en sus películas?

«Hay que ser perfeccionista, y al mismo tiempo hay que pelear por tener cierta espontaneidad»

Me fui a morir un poco a Marruecos, a una cueva lejana, con mi pequeña antorcha apagada, a prenderla de nuevo. Como ese personaje de Nostalgia que cruza aquella piscina con la vela. En ese sentido, fueron años de perderme, de morirme allí, y la película vino más tarde. De hecho, mi primer largometraje iba a ser una serie de cortos, empezó a crecer el proyecto. Y no se podría haber financiado desde el cine, se hizo con la ayuda de Cooperación Española y de unas becas al talento que ya tienen unos diez años, unas ayudas que van directamente a los autores. Así es como se han hecho la mayor parte de las películas gallegas que van por el mundo. La mía llegó casi al final, pero allí cultivé la pobreza de manera muy positiva. Eso hizo que pudiera dedicarme a mi obra. Hay una expresión que no me gusta nada, eso de “hacer un trabajo para comer”, me parece feo, grosero, una manera un poco bruta de llamarlo. Y si eso es el trabajo alimenticio, ¿dónde está el otro trabajo?

Antes de Mimosas vino Todos vosotros sois capitanes.

Antes hice un cortometraje con Ben Omar, con el que filmé ya tres películas. Marruecos para mí fue un choque de tiempos, la muerte, la vida, los espacios tan habitados, los aspectos arquitectónicos… Era extremadamente estimulante. Yo había grabado ya antes cosas. Soy una persona que está pelando siempre contra mi propio control, lo que es necesario en el cine, hay que ser perfeccionista, y al mismo tiempo hay que pelear por tener cierta espontaneidad. El proyecto con los niños fue volver a la infancia, fue un exorcismo sano, me reí bastante de mí y del arquetipo del artista romántico, del artista explotador, del ladrón, del europeo que idealiza todo, y bailé con la realidad, bailé con los niños, me divertí.

Y enfoca Marruecos desde una mirada muy poco idílica, y en cambio problemática.

La alteridad y la relación con el otro era inevitable. Filmarme a mí mismo con estos niños de la calle fue de una violencia extrema. Tuve que protegerme mucho para que no diera asco esa imagen. Asumí el juego de espejos deformantes, la dialéctica, y al mismo tiempo, gracias al cine y al arte, esa dualidad se rompe: me convierto en un niño, y los niños no tienen patria, no tienen cultura, todos tienen la misma conexión con su inocencia. Con Mimosa yo sentí que tenía que seguir en Marruecos, me dije que necesitaba otra muerte, y esta sí fue más fecunda. Ahí sí que creo que ensanché mi mirada de verdad, y desapareció esa dialéctica entre yo y el otro. Es un rezo que no es cultural, que trasciende la dialéctica norte-sur, occidente-oriente, categorías que ya son caducas.

En medio se cruza el proyecto de Ben Rivers, The sky… ¿Cómo se produjo?

«Quería filmar un cineasta en problemas, quería filmar mi fracaso; era como inmolarme»

Siempre me pasa, todos los cineastas que me piden para sus pelis me maltratan, me cortan la lengua, me mean encima, me dan con un látigo… [risas] Seguro que tengo que purgar muchas cosas. Con Ben Rivers la cuestión es que yo siempre estoy pidiendo cosas, así que cuando un compañero te pide si puede filmar, pues le dices que sí. Y creo que fue más por influencia de compañeros, me estimularon mucho el ego, “qué morro tiene este tío, viene a tus localizaciones, se aprovecha de tus autores”… Mi sensibilidad es muy similar a la de Ben Rivers, he hecho películas siempre yo solo, siempre tuve mucha fe en la realidad. Y en la caravana que había detrás de Mimosas era mucho más contradictorio, poético, que lo que estábamos filmando. Además, quería filmar un cineasta en problemas, quería filmar mi fracaso [risas]. Era como inmolarme. El fondo de todo aquello es lo que aprendí en Marruecos, que no somos nada, que nada es nuestro. Y me dije: como tu proyecto tiene visos de ser una catástrofe, porque es un suicido hacer una película religiosa, y de aventuras, con el presupuesto que teníamos, en cinco semanas, si tú no eres capaz de capturar esa belleza y esos sitios, que al menos esté alguien detrás y lo haga.

Se dijo que Mimosas era un “western filosófico”…

Era más bien un “eastern metafísico”. Bueno, se le ha llamado de muchas maneras… [risas].

Lo pregunto porque Marruecos, y el Mediterráneo en general, a veces provocan una fascinación que tiene que ver con esa religiosidad que en Europa se ha perdido. Y por otro lado, parece que usted se inclinó por ese sufismo menos jerárquico, menos dogmático…

Bueno, el sufismo también es dogmático, y está bien que lo sea [risas]. La vida está llena de dogmas, y toda esa red espiritual necesita su disciplina y sus normas. El universo está lleno de normas. El problema de ciertas religiones materialistas, o que se han materializado, es que solo hay dogma, y no hay aquello para lo que sirven los dogmas, que es para llegar al amor. Marruecos está tan cerca de Europa que las atrofias que provoca la colisión entre tradición y modernidad son un poco más patentes. Y de la misma manera que se generan contradicciones y monstruos, todavía hay una conexión con la esencia fuerte, se encuentran auténticos devotos, gente que ejercita el desapego, la aceptación o el amor de manera muy bella y heroica, como hacían mis abuelos.

¿Más allá de las mezquitas?

O dentro. Como en el cine, hay pelis de Hollywood que son superluminosas, y en el mal llamado cine de autor también hay mucho impostor, mucho cobarde. No tengo ningún tipo de a priori a ese nivel. Y en fin, a mí me gustan mucho los templos. Hay que orar, me parece imprescindible para que este mundo se mantenga en equilibrio. De hecho, te confesaré que este mundo se mantiene en equilibro gracias a los tres o cuatro que siguen orando, los parachoques. A ver qué pasa cuando no estén…

… y no haya relevo, querrá decir.

Siempre hay relevo, sí.

Ha usado siempre actores no profesionales, ¿qué le dan?

Pues me dan verdad, esencia. Me gusta le gente, la compañía, y analizar a la gente: tengo algo de detective. Ver el misterio de cada persona. Y disfruto mucho viendo que todo el mundo tiene belleza, algo genuino, algo cinematográfico, e intentar traducir a esa persona en imágenes es un reto. El actor no profesional carece de los vicios del actor profesional. También podría trabajar con actores profesionales, trabajaría con la persona. Pero de momento no ha llegado eso.

¿Cree que eso está en la línea de lo que hacen otros directores como Isaki Lacuesta? ¿Hay una corriente generacional que vaya en esa dirección?

«Mis actores no profesionales son muy fuertes en rodaje, muy leales: es su primera experiencia y lo dan todo»

Creo que no, esto es una de las patas capitales del cine, ¿no? No hemos inventado nada. Otra cosa es que en España siempre hubiera una mirada un poco monolítica de lo que es el cine, con ese olor a alcanfor. Desde los inicios del cine existen los actores no profesionales. Me incomoda un poco esa distinción, porque si salen en pelis y actúan, son profesionales. De hecho, mis actores no profesionales ganan premios en festivales. Y son muy fuertes en rodaje, muy leales: es su primera experiencia y lo dan todo. Imagino que los profesionales, llega un punto en que están más desapegados de los proyectos, más gastados… no sé, he escuchado de todo. Ahora estoy en un momento en que es muy probable que mi próxima película sea con actores. Es el momento de tener los buenos, además.

¿Alguno en mente?

Falta aún mucho tiempo, decirlo sería precipitarme. Pero no tengo nada contra contra los actores, hasta creo que podrían aportar cosas diferentes. Depende de cada proyecto. En esta nueva… es que hacer una peli sobre dos paisanos en el pueblo de mi madre, no me imagino a qué sé yo, Luis Tosar. Hubiera ayudado a financiar la peli, desde luego, pero uno de los lemas de mi vida es escapar de la facilidad como del demonio. Cuando veo que hay un camino fácil, uyuyuyuyuy, me lo pienso mucho y tomo el camino inverso. Como en Mimosas: cuando me dicen de ir por las mesetas, digo que no, que iremos por las montañas aunque estén nevadas, y llenas de bandidos. Uno de los dogmas del universo es que hay que merecerse las cosas.

Por eso iba a preguntarle: subir tres horas una montaña, en una época en la que un rodaje se hace en plan pim-pam-pum, ¿no es ir contracorriente? ¿No tiene algo de posicionamiento moral?

Sí, claro, buscábamos problemas con Mimosas. Es una cuestión de exigencia personal, de amor por la aventura. Me habitan mucho la inconsciencia, la inocencia y la locura. Y un amor un poco absurdo y un poco desatado, dionisiaco. Es muy inconsciente y muy natural. Con Mimosas hubo días en que sospechábamos que no podíamos acabar el rodaje, mil problemas, lo cual significaba una gran bofetada. Cinco años preparando la peli, imagínate, de alguna manera había sido libre, había elegido todo… Recuerdo mirar aquellos campamentos a tres mil metros de altura, y decirme: es que los productores tienen razón, yo me lo he buscado, estás verdaderamente loco…

¿Llegó a pensar que había que rectificar?

No, lo que me alivió fue decirme: sí, la vida te está dando un bofetón, crecerás. Pero sí es una disposición vital. He vivido en Marruecos muchos años: el camino de la libertad es la esclavitud. Aquí se habla mucho de libertad, pero, ¿qué libertad? La verdadera es la del alma.

¿Es más difícil sobrevivir a dos bendiciones en Cannes que a un rodaje a tres mil metros?

Están muy ligadas ambas situaciones. Todo lo que le das a la vida te lo devuelve. Yo no sé si los premios son una bendición, o una cárcel…

Sus productores no estarán de acuerdo con esa idea…

No sé. Lo importante es caminar hacia una suerte de libertad, de emancipación, de soberanía, y a veces me da la impresión de que hacer cine subraya mis neurosis, mis sombras, como que las potencia. Me ha ayudado a verlo. A todas luces, mi relación con el trabajo no es sana, es excesiva. Y que la vida es más sencilla. A lo mejor es una pirueta más a mi ego, que me hace creer que estoy sirviendo a la comunidad, y le da a mi trabajo un aura de cruzada. En fin…

¿Tenía algún modelo en mente cuando se embarcó en estas aventuras?

«Marruecos es un país donde la gente tiene un especial instinto para aprender idiomas»

Sí, creo que es de las cosas que he hecho bien. Tener un premio en Cannes hoy en día… No sé, compara nuestro trabajo con el de los maestros. Está claro que hay una decadencia grande. Me parece que hacemos muy mal nuestro trabajo. Para mí, mis exigencias son como las de mis maestros, me los imagino viendo mis películas… Me interesa mucho el trabajo de André Tarkovski, y el de Robert Bresson. Para Mimosas sí hubo un gesto, más que en el fondo, había algo herzogiano, de subir un barco a través de una montaña, algo quijotesco. El amor es un exceso, es radical. [risas] Al mismo tiempo, precisamente he vivido en Marruecos y te puedo decir que hay gente que tiene baraka, y te puedo decir que tengo bastante. Imagínate que fuera una persona genial, extremadamente sensible. A pesar de ello, es imposible meter tres pelis en Cannes. Para mí, la única explicación es que tengo estrella [risas].

Será estrella Galicia…

Eso es, cero-cero [risas].

¿Llegó a aprender árabe? ¿Le pareció tan difícil como se dice?

Sí, lo aprendí. Es difícil porque Marruecos es un país donde la gente tiene un especial instinto para aprender idiomas. Es curioso y quiere aprender tu lengua, y siempre hay una pelea, “no, soy yo quien quiere aprender tu lengua”… no es el país para aprenderlo. Ya con los niños sí pude, y en el sur, en pueblos bereberes, donde no se habla tanto francés.

¿La nueva película, es una vuelta a casa?

Nunca me fui, por eso la película se ha hecho con tanta rapidez. Galicia siempre me ha habitado, la conozco muy bien, conozco los gestos que se han filmado, cuando estábamos en París íbamos todos los veranos, desde los siete años nos mudamos a Coruña… Quería hacerla precisamente para enraizarme más. El valle donde hemos filmado es donde nació mi madre, es donde tengo los recuerdos que más me han edificado, mis abuelos son mis maestros, dos grandes sumisos, libres en su sumisión ambos, humildes… No sé, estoy contento, pero sobre todo muy tranquilo, porque hemos hecho el ritual, el rezo que necesitaba de honrar a los míos.

¿Es una película comprometida, menos metafísica que Mimosas?

«Filmamos ‘O que arde’ casi el año que menos incendios ha habido en Galicia en su historia»

No, no, no es política. Lo es solo en cuanto a poética. Retratamos a dos resistentes, dos personas que siguen viviendo con un sistema de vida milenario, y resisten a esta modernidad un poco boba, infantilista, con tres vacas y su vieja perra. Hay algo también crepuscular, de un mundo que se está hundiendo. En Galicia está la mitad de las aldeas abandonadas de España. Estoy contento porque creo que he conseguido hacer una película más clara, también más cercana –todos tenemos un Amador y una Beneita en la familia–, pero no por ello deja de ser oscura, tiene una ambigüedad y una polisemia, y algo metafísico y esotérico en buen equilibrio. Es clásica sin dejar de ser avangarde, sencilla y compleja, clara y oscura… Hemos sido justos. La mejor manera de ser claro con el espectador es siendo oscuros.

Usted siempre deja una buena parte de sus películas a la interpretación del espectador…

Creo que la vida es un poco así, ¿no?

¿Asume también que el espectador pueda perderse?

No, no lo asumo. Bueno, depende del espectador. Yo también soy muy cartesiano y estamos muy acostumbrados a hacernos más preguntas de la cuenta. Hay dos tipos de estupefacción: una que es positiva, la de la inquietud extraña, en la que sientes algo aunque no sepas darle forma. Y luego otra negativa, que es a la que aludes, cuando el espectador se frustra porque cree que se le está contando algo y no lo está captando. Lo entiendo. Volvemos a lo de siempre: hay momentos en que se pueden tomar decisiones más pragmáticas, pero sería un poco un engaño, no sé…

¿Cómo la guasa de poner el título Mimosas, cuando no aparece ni uno solo de estos árboles?

No es una guasa, es que no encontrábamos ningún título mejor. Son árboles muy bonitos, es muy dulce. Es muy aromática la peli, ¿no? Me han hecho mogollón de análisis del título, y me imagino que habrá de todo. En el fondo era un gesto de: ¿por qué darle sentido al título? Fue un azar, una mezcla de factores, pero estoy cómodo con ello.

¿Qué importancia va a tener el fuego en su nueva película, O que arde?

Hemos filmado en incendios de verdad, nos hemos sacado el título de bomberos. Un primer año para ver si éramos capaces de hacerlo, y el siguiente en serio.

Una productora andaluza rodó un documental sobre bomberos forestales, con la mala pata de que no pudieron pillar apenas incendios…

Lo vi. Es lo que me pasa a mí, igual, filmamos el año pasado, casi el año que menos incendios ha habido en Galicia en su historia. Son los dogmas de la belleza: ella decide cuando levanta la faldita para que le veas las piernas, o no. Y durante el rodaje estuvo muy casta, pero hubo una noche que la levantó del todo, ¡weh!, y volvió a bajarla. Lo suficiente para que se incendiara la película y tuviéramos lo mínimo para que la peli se salvara.

Hubo un director sevillano que murió fulminado por un rayo mientras rodaba. En su caso, ¿no hay también algo de jugarse la vida por el cine?

Hasta cierto punto. Sí que es un amor radical y excesivo, estás habitado, embriagado, drogado… Y el dire de foto con el que trabajo es alguien que entra en trance con la cámara, los bomberos con los que trabajamos alucinaban. Nos ganamos su confianza así, dijeron: “Están aún más locos que nosotros”. Pero no, cada vez idealizo menos el hecho artístico. Me veo a mí como jugando con cochecitos. La realidad está mucho más cerca de lo que creemos que está. A veces me da la impresión de que estamos flipándonos con las sombras de la caverna.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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