Entrevista

Rafael Reig

«La democracia es hoy una forma eclesiástica»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 9 minutos
Rafael Reig (Sevilla, 2011) | © Juan Manuel Cabrera / Atese
Rafael Reig (Sevilla, 2011) | © Juan Manuel Cabrera / Atese

El asturiano Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) ha dejado de ser un autor de culto para abrirse al gran público. Aunque consiguió modestos éxitos con novelas como Sangre a borbotones (2002) o Guapa de cara (2003), así como el ensayo novelado Manual de literatura para caníbales (2006), ha sido Todo está perdonado, su obra más ambiciosa hasta la fecha, con la que obtuvo el premio Tusquets. Un severo y a la vez hilarante análisis de la Transición española, que desmiente las versiones edulcoradas de este periodo y pone bajo la lupa a los poderes políticos, económicos y religiosos.

¿La Transición española fue un cierre en falso, como insinúa el título de su novela?

Yo no creo mucho en el perdón, y sobre todo no creo que el poder deba imponer términos como rencor y resentimiento a lo que es una justa reclamación por parte de los que han sido avasallados durante 40 años. La reclamación de justicia es un sentimiento noble, pero nos lo venden como si ensuciara el alma. Tampoco comparto la idea de que es importante tener la fiesta en paz: eso sólo lo defienden quienes están invitados. Ceder a todo por no discutir, en fin, nunca es bueno.

Su novela, que abarca tres generaciones, bien podría llamarse Cien años de iniquidad

La acción se desarrolla entre las dos restauraciones borbónicas. Veo la novela como una Guerra y Paz, donde todos los poderosos ejercen el poder de la misma manera, mientras que los que se rebelan lo hacen de una manera distinta. Hay tres insurrecciones: la del policía cínico y alcohólico, el antihéroe que no espera nada de la vida; la del niño de familia que se hace del Grapo, y la de la chacha, la única que tiene conciencia de clase. Es la que dice “no” en nombre de todos los demás. Pienso que la Transición nos ha quitado muchas cosas, sobre todo el valor de lo colectivo. Hoy cada uno vive como en un anuncio de móviles, todos somos independientes, creativos, originales, pero la sensación de solidaridad, de que todos estamos juntos en esto, sigue siendo importante.

¿Vuelven a estar de moda los 80 en la literatura española?

Más bien creo que hemos ganado visibilidad un grupo de escritores de los años 60, que habíamos quedado emparedados entre los escritores de la Transición –los que ocuparon muy jóvenes el poder en la Universidad, la política, la empresa, la cultura y el periodismo, y no se han levantado hasta ahora– y los que nacieron en los 70 y 80, que escriben cosas medio pop ambientadas en Estados Unidos. En ese sentido, las editoriales son un poco como madames de burdel, unen a alguien que quiere decir algo y alguien que quiere escuchar algo, y le ponen una cama en forma de libro. Orejudo, Almudena Grandes, Isaac Rosa, Pérez Andújar o Belén Gopegui llevamos tiempo escribiendo sobre las mismas cosas, pero nunca hemos llevado la voz cantante, porque la Transición la han contado hasta ahora quienes piensan que la protagonizaron, y quienes evidentemente se beneficiaron de ella.

¿Qué opina de las revisiones históricas más o menos edulcoradas de la tele, tipo Cuéntame o Amar en tiempos revueltos?

No tengo tele, no he visto nunca nada de eso, pero me lo imagino. ¿Y qué me va a parecer? La misma falsificación a la que nos han sometido las versiones oficiales, ya sean de la Transición o del franquismo. ¿Qué va a decir el PSOE, si la herencia moral de la izquierda pertenece al PC? ¿Qué nos van a contar de la resistencia franquista, si no estaban por ninguna parte? ¿Y sobre las relaciones laborales, si han hundido el sindicalismo y han conseguido que los únicos que hagan huelga en España sean los controladores aéreos, y que todos los servicios estén externalizados, y que el 70 u 80 por ciento de los contratos sean basura, y no haya una cultura del trabajo?

¿Y de esa nueva derecha envalentonada, “sin complejos”, que se reivindica desde ciertas cadenas, emisoras y periódicos?

Eso es una vergüenza, pero, ¿quién se lo va a decir? ¿Boyer, con 40 cuartos de baño? Porque si hay una actitud sin complejos, es la que ha tenido el PSOE, ¿no? Es que no hay nadie. Eso viene de la Transición: no olvidemos que la frase favorita de Felipe González era sosiego, desmovilización. Esos polvos trajeron estos lodos. Los más interesados en que el PP tenga a César Vidal, Hermann Tertsch y Pío Moa son los del PSOE, para que se note la diferencia. Yo creo que están a sueldo del PSOE.

Usted distingue entre “recordar” y “hacer memoria”. ¿Puede explicar la diferencia?

Es lo que hizo Isaac Rosa cuando escribió El vano ayer: “Yo, que no lo viví, voy a contar el franquismo, porque quienes lo vivieron han muerto, o no quieren recordarlo. ¿Qué van a querer recordar los que estaban con el brazo en alto, los de la camisa azul? Recordar es una operación individual y sentimental, mientras que hacer memoria es pública y colectiva, un ejercicio dirigido al futuro, para coger impulso. Recordar es, por lo general, una operación sentimental complaciente con uno mismo. Por eso “la gran lucha por la democracia” es un tirano que murió en la cama, y las colas para votar eran las mismas que se hicieron para despedir al cadáver de Franco, ¡las mismas personas!, porque no hay tanta gente en España…

El fútbol plantea una trama paralela en su novela. ¿Está ahí el ADN del alma española, como dice el tópico?

El fútbol es la pura alienación. La gente lee barbaridades que pasan en el mundo en El País, El Mundo, La Razón, y no pasa nada. Los periódicos convierten todo en una eucaristía falsa, como decía Eliot, aunque estalle una central nuclear en Japón. En cambio, el As y el Marca sí dan la sensación de que cada día hay un acontecimiento que forma parte de sus vidas. Más allá de eso, no tengo ni idea de fútbol. Yo era el gordito de la clase… No he visto un partido en mi puta vida. Yo estaba en la cocina, con las chicas.

La Iglesia también tiene cierta presencia en la novela, aunque hay quien piensa que esta institución está tan de capa caída, que ya no vale la pena ni ensañarse demasiado con ella…

No creas que la Iglesia está tan mal, ¿eh?, está fuertísima, y el Opus no digamos. No hay más que ver cuando sale a la calle a defender algo tan acosadísimo como la familia. Pero más que de religión, esta novela trata de la fe, y de la credulidad. La democracia es una forma eclesiástica hoy día, y el nacionalismo es la fe en nosotros mismos, es el ¡Podemos! de los hinchas futbolísticos. Yo soy ateo congénito, en este sentido no he tenido ni siquiera dudas, y por eso he tenido que hacer un esfuerzo enorme para entender el sentimiento religioso. Y ni aún así lo he conseguido: me parece peligroso, letal, nocivo, embrutecedor y dañino para el alma. La mayor parte de la gente es religiosa, o al menos creen en otra vida, o en la recompensa de las buenas acciones, o en la existencia de un orden en el Universo. Y los fieles son como niños que duermen con la luz encendida. Lo prefieren así, frente al miedo que da la realidad. Hay poca gente que sea capaz de apagar la luz y dormirse tranquilamente.

En sus artículos, luego recogidos en el libro Visto para sentencia, se atrevió a ser juez y parte examinando a colegas escritores. ¿Cree que fue muy severo, o se quedó corto?

Fui muy light, viendo lo que luego se ha seguido escribiendo. Creo que los escritores españoles actuales no somos muy buenos y es algo que achaco a la falta de ambición. En mi novela, los niños no quieren nocilla para merendar, quieren Tulipán, algo mucho más comprometido y literario. Nos hemos conformado con novelas costumbristas y agradables, sin plantearnos retos. Yo ésta la he intentado hacer con el ánimo con que Dostoievski se sentó a escribir Los hermanos Karamazov. Si no, ¿para qué?

En su blog y prensa ha hablado mucho de la pérdida de espacios públicos, de debates públicos… ¿Es tan grave?

Sí que lo es. Habermas ya hablaba de refeudalización, estamos volviendo a la Edad Media. Vicente Verdú decía que nuestra patria es la Edad Media, ¡volvemos a casa! Creo que la esfera pública no existe, está manipulada, deteriorada, pero por ahí podríamos intentar volver a hacernos presentes, plantear un debate crítico y racional, y no un intercambio de supersticiones y dialécticas de poder.

Por último, una curiosidad. ¿Cómo se lleva con su compañero de columna en el suplemento de ABC, J.J. Armas Marcelo?

Bien, el otro día incluso escribió un artículo elogioso de mi novela, y le estoy muy agradecido. En un país tan cainita como éste, para ser generoso en público con alguien, hay que ser desde luego un tipo valiente. Es más fácil meterse con alguien.

¿Ningún problema, entonces?

Con el único con el que he tenido problemas ha sido con Pérez-Reverte, pero a ese lo reto cuando quiera a un duelo, con pistola, florete o lo que prefiera. Como está mayorcito ya, no voy a tener ningún problema. Pero tú vienes conmigo, de testigo.