Las siete iglesias de Estambul
Ilya U. Topper
Estambul | Noviembre 2014 | Con Daniel Iriarte
Un grupo de figuras blancas recorre la nave central de la Catedral del Espíritu Santo de Estambul, entonando cánticos en arameo. De pie, junto al altar, representantes de las comunidades ortodoxa, armenia y católica, entre otras, contemplan la ceremonia en silencio. La misa, en la que se ordena a un sacerdote siriaco-católico, se celebra en turco, oficiada por Ignacio Yusuf III Yunan, patriarca siriaco-católico, llegado desde Beirut.
Orhan Çanli, un señor con el pelo ya blanco, podrá celebrar la comunión a partir de hoy. Durante años ha colaborado como diácono, explica una parroquiana, Laurenza, armenia pero casada con un siriaco, mientras fuma en el patio, acabada la misa. Ha sido emotivo, hubo aplausos y albórbolas en algunos momentos, y la nave estaba llena a rebosar.
También Orhan está emocionado, no sólo por su nuevo cargo, y por el encuentro con el patriarca, sino porque además, al día siguiente, sábado, tendrá el honor de leer el evangelio en la única misa que el Papa Francisco I celebrará en Estambul. Será en esta misma iglesia, un edificio de tamaño mediano ubicado a pocos centenares de metros de Taksim, la plaza central de la ciudad, pero oculto totalmente tras la fachada del liceo francés de Notre Dame de Sion.
Los siriacos de Turquía han sido algunas de las grandes víctimas del conflicto entre el PKK y el Estado turco
Orhan es oriundo de Mardin, como casi todos los siriacos de Estambul, y su lengua materna es el árabe, pero ya no domina el arameo, el idioma que se utiliza en parte de la liturgia siriaca. La Iglesia Siriaco-católica mantiene el rito arcaico de la Iglesia Siriaco-ortodoxa, de la que se escindió en 1782 para adherirse al dogma católico. Como las demás Iglesias ‘uniatas‘ tiene autonomía interna y un patriarca propio, pero se subordina al Papa de Roma.
Los siriacos de Turquía, tanto católicos como ortodoxos, han sido algunas de las grandes víctimas del interminable conflicto que desde hace tres décadas enfrenta a la guerrilla kurda del PKK con el Estado turco. La región de Mardin, fronteriza con Siria, de donde esta comunidad es originaria, fue una de las más afectadas por la violencia, lo que obligó a miles de siriacos a exiliarse a otros países, especialmente a Alemania.
Hoy, esta minoría apenas cuenta con pocos miles de miembros en Turquía, la mayoría en los pueblos de Tur Abdin. En Estambul hay unas 200 familias siriaco-católicas, explican fuentes de la comunidad. No obstante, con la mejora de la seguridad en esta zona, muchos de los refugiados están regresando, especialmente a las aldeas desperdigadas alrededor de la ciudad de Midyat.
En 2013, un tribunal determinó que los siriacos debían recibir el mismo estatus de minoría protegida que judíos, griegos y armenios
En este proceso ha resultado clave una sentencia judicial de finales del año pasado, que determinó que los siriacos debían recibir el mismo estatus de minoría protegida que los judíos, griegos y armenios, que sí están reconocidos por el Tratado de Lausana de 1923 entre Turquía y las potencias vencedoras de la I Guerra Mundial. Una semana después de dicha sentencia, el gobierno turco decretó la devolución del monasterio siriaco de Mor Gabriel, en Mardin, expropiado por las autoridades locales cinco años antes.
Los siriacos no son la única comunidad cristiana afectada por la turbulencia regional. La minoría armenia jamás se ha recuperado de la masacre de más de un millón de sus miembros en 1915, lo que Turquía siempre se ha negado a reconocer como un genocidio. En la actualidad, el número de armenios turcos que admiten serlo sin problema son poco más de 50.000. Se calcula que podría haber una cifra mucho más elevada de los llamados ‘criptoarmenios’, familias que aceptaron convertirse al islam para escapar a las matanzas de hace un siglo, pero que siguieron practicando su fe en secreto.
“Antes yo no me creía las historias de discriminación contra los armenios, pero son ciertas”, dice el armenio Ara Topakian, sacristán de la iglesia del Espíritu Santo. Este antiguo jugador de baloncesto nació en Líbano, a donde se trasladó su familia en 1949, huyendo de una abusiva tasa impuesta por las autoridades nacionalistas de la época a las minorías no musulmanas. Desde entonces, las cosas han mejorado, aunque la discriminación persiste, insiste Topakian, quien regresó a Estambul en 1984, cuando la guerra civil libanesa alcanzó su punto álgido.
“Cara a cara, yo nunca he tenido problemas con los turcos. Pero en Turquía, ningún miembro de una minoría puede convertirse en policía, militar o embajador”, afirma Topakian. “He estado buscando trabajo durante dos años y medio”, dice, a modo de prueba de las dificultades a las que se enfrentan los armenios, “y siempre he tenido que trabajar para compañías extranjeras”, subraya.
“En Turquía, si uno quiere vivir su vida como cristiano puede hacerlo sin problemas”, afirma un católico levantino, que no obstante prefiere no dar su nombre. “Hay miedo, eso sí, por si te pueden hacer algo, aunque no hacia el Gobierno ni hacia el pueblo turco”, dice, refiriéndose a algunos asesinatos de misioneros y creyentes cristianos acaecidos en el pasado. Asegura, no obstante, que “no hay libertad religiosa porque si uno quiere construir una iglesia no es posible hacerlo”.
La única comunidad cristiana que considera la antigua Constantinopla como su centro espiritual es la ortodoxa
También la Iglesia Armenia consta de dos ramas: la apostólica, también conocida como gregoriana, y la católica, minoritaria, escindida de la primera en 1742 y unida con Roma. La tercera iglesia uniata de Turquía es la caldea, separada de la arcaica Iglesia Asiria (o nestoriana) que hoy existe sobre todo en Iraq. La mayoría de los caldeos en Turquía son refugiados de aquel país y su patriarca permanece en Bagdad, mientras que el armenio-católico reside en Beirut.
La única comunidad cristiana que considera que su centro espiritual es Estambul, la antigua Constantinopla, es la ortodoxa. Lejos quedan los primeros siglos de la cristiandad, cuando prácticamente todas las comunidades cristianas de la naciente Iglesia se establecieron en el oeste de Anatolia, entre Antioquía y Bizancio.
Intercambio de población
En los albores del siglo XX hubo millón y medio de cristianos de habla griega en el territorio que en 1923 se convirtió en Turquía, tras una serie de victorias militares contra el Ejército griego. Al año siguiente, toda la población greco-ortodoxa, excepto la de Estambul y dos islas cercanas, fueron enviados a Grecia, mientras que un millón de musulmanes turcoparlantes de los Balcanes se trasladaban a Turquía, en lo que se conoce como “intercambio de población”.
“Cuando yo era un adolescente en 1960, Estambul tenía 1,2 millones de habitantes, y 110.000 eran griegos”, recuerda Dositheos Anagnostopoulos, 72 años, presbítero y portavoz del Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Otros cien mil eran armenios. Sesenta mil, judíos. Luego estaban los siriacos, las iglesias antiguas orientales de habla arameo. De manera que más de la cuarta parte de Estambul en 1960 no eran musulmanes. Hoy hay quince millones de habitantes, y tres mil griegos”.
Aparte quedan 60.000 armenios, casi 18.000 judíos, y entre 20.000 y 25.000 siriacos-ortodoxos, sobre todo llegados desde Mardin, añade Dositheos, quien emigró con su familia en los sesenta a Alemania y sólo volvió a Estambul después de jubilarse. Pero la comunidad envejece sin remedio. “De los 22 chicos que hicimos el bachillerato en 1962 en el colegio griego de Fener, hoy siguen vivos 17, y el único de ellos que está en Estambul soy yo; los demás están en Grecia”, dice Anagnastopoulos.
Matemático y biólogo, el ahora padre Dositheos se dejó ordenar sacerdote para poder colaborar en la tarea de dar misa en el medio centenar de iglesias que el Patriarcado ortodoxo mantiene abierto en Estambul. “Sé hacerlo, porque mi abuelo y mi tío eran sacerdotes, vengo de una familia de clérigos, sé cómo se dice misa, desde luego leo griego… pero no debería hacer yo esta tarea”, observa. El problema es que no hay otros, prácticamente.
El clero ortodoxo no puede formarse en Estambul desde el cierre del seminario Halki tras el golpe de estado de 1971
El clero ortodoxo no puede formarse en Estambul desde 1971, año en el que las autoridades turcas cerraron el seminario Halki de la isla de Heybeliada, fundado en 1844. La medida significa que desde entonces, para estudiar teología hay que ir al extranjero.
El ahora presidente Recep Tayyip Erdogan anunció personalmente en septiembre de 2013 que la reapertura formaría parte de un paquete legal de democratización, pero luego no cumplió la promesa, recuerda Elpidophorus de Bursa, metropolitano de la Iglesia Ortodoxa. “Estábamos profundamente desilusionados, frustrados. Luego, Erdogan explicó que el motivo era la reciprocidad con Grecia, mencionó la mezquita de Atenas”.
Es decir que si el Gobierno griego da más espacio a los inmigrantes musulmanes en Atenas, Ankara devolverá sus derechos a la histórica Iglesia turca, resume el clérigo. “No es un problema legal, sino diplomático”. “El Gobierno griego nos sigue considerando representantes de un Estado extranjero, no ciudadanos”, concluye Dositheos.
Este estigma ha acompañado a los ciudadanos grecoortodoxos desde la guerra de independencia turca de 1923. Quienes se quedaron en Estambul sufrieron leyes diseñadas para acosarlos y en septiembre de 1955 fueron víctimas de lo que los griegos conocen como la ‘Septemvriana’: decenas de griegos fueron asesinados y cientos vieron sus negocios incendiados por multitudes exaltadas. Los incidentes, orquestados por elementos de las fuerzas de seguridad para justificar un golpe de estado que tendría lugar cinco años después, provocaron una nueva oleada de emigración.
“Inducida por el conflicto de Chipre, era una especie de Kristallnacht de los griegos”, recuerda Dositheos, que vivió los sucesos con 13 años. “El tiro de gracia vino en 1964, cuando el Gobierno turco retiró el permiso de residencia a los numerosos ciudadanos griegos que vivían aquí. No eran más que quince o veinte mil, pero muchos estaban casados con ortodoxos de ciudadanía turca. Y las familias se iban enteras, como la nuestra. De esto nunca nos recuperamos”.
Hoy, Turquía es un refugio para cristianos de los países vecinos, donde sufren una persecución mucho más violenta
Hoy en cambio, Turquía es refugio para cristianos de los países vecinos, donde sufren una persecución aún mucho más violenta: Siria e Iraq. “La situación es muy dramática. La Iglesia Católica Siriaca ha sufrido el éxodo y el desarraigo de muchos miles de nuestros fieles cristianos de Mosul y la planicie de Nínive, hace cinco meses. Es muy trágico”, señala el patriarca Ignacio Yusuf III Yunan.
“Las comunidades cristianas en Oriente Medio no representan ningún interés para las naciones poderosas. No somos suficientes, ni tenemos petróleo ni dinero, ni amenazamos a nadie con el terrorismo”, se queja. Los caldeos de Bagdad vivieron su éxodo hace ya varios años: en 2010 había entre 4.000 y 6.000 refugiados de este colectivo en Estambul.
¿Optimismo?
El Papa Francisco parece ser muy consciente del problema. “Turquía, por su historia, por su posición geográfica y por la importancia en la región, tiene una gran responsabilidad: sus decisiones y su ejemplo tienen un significado especial y pueden ser de gran ayuda para favorecer un encuentro de civilizaciones e identificar vías factibles de paz”, afirmó el viernes en su discurso en Ankara.
¿Cambiarán algo las palabras del Pontífice? El católico levantino citado se muestra escéptico, recordando que desde la visita de Benedicto XVI, en 2006, “no ha mejorado nada”. Algo más positivo es Tokatian, el sacristán armenio: “Antes, no se podía discutir el pasado. Ahora, al menos, se puede”.
Miedo no hay. Las iglesias repartidas por el centro de Estambul no tienen vigilancia y nadie recuerda recientes agresiones o ataques de índole extremista contra los templos. Eso sí, no siempre es fácil dar con ellos porque muchas iglesias se hallan rodeadas por otros edificios, apenas asomando una cruz por encima de los tejados, y sólo se accede a ellas a través de un pasillo sin señalizar. Pero abren con regularidad al menos un día a la semana, aunque acojan apenas media docena de fieles, como la gran iglesia armenio-ortodoxa de Üç Horan (o Surp Yerrortutyun) oculta tras un bazar turístico y un bloque de tabernas. Su hermana católica, la de Meryem Ana, está encajonada entre un inmenso centro comercial moderno y una bolera.
Miedo no hay: las iglesias de Estambul no tienen vigilancia y nadie recuerda recientes agresiones contra los templos
La siriaco-católica tiene mejor emplazamiento, en una ladera sobre el Bósforo, pero la siriaco-ortodoxa en Tarlabasi está rodeada de ruinas e inmensos socavones donde las excavadoras se afanan en levantar un nuevo barrio. Los caldeos, casi todos refugiados, celebran misa en la cripta de la Iglesia católica de San Antonio o bien en la capilla que posee el cercano vicariato de su rama, en nada identificable desde fuera.
Católicos romanos (aquí los llaman “latinos”) de origen turco prácticamente no existen. Hoy día, la parroquía es una mezcla internacional, con cifras que oscilan entre los veinticinco y cuarenta mil, estima el vicario católico de Estambul, el francés Louis Pelâtre, que lleva 44 años en la ciudad. “Hay polacos, refugiados africanos, estudiantes, algunos ‘erasmus’, empleados filipinos…” enumera. Es una grey «muy distinta a la antigua base de la comunidad, que eran los levantinos», recuerda, en referencia a las familias de descendencia francesa o italiana que llevan muchas generaciones afincadas en las costas del Mediterráneo Oriental, pero suelen conservar no sólo su idioma sino también su pasaporte original.
Convertirse es legal en Turquía y la Administración no pone pegas a quien quiera cambiar de fe, pero «muy pocos» musulmanes dan este paso, explica Pelâtre, «aunque sí hay libertad religiosa». Cada martes, la iglesia de San Antonio en la calle Istiklal, la principal arteria comercial turca, tañe sus campañas para llamar a misa en turco. La mayoría del público está más dada a curiosear o a hacerse fotos ante la estatua de Juan XXIII – predicó aquí cuando fue delegado apostólico en Turquía – pero hay algunos fieles de habla turca. Como Özge, una estudiante de relaciones públicas, que acompaña a misa a su madre Angelina, hija de armenia y polaco, casada con un musulmán.
«La mayoría de las cristianas que se casan con un musulmán se convierten, pero mi marido – ya falleció – nunca me lo pidió; desde luego no hace falta convertirse para registrar un matrimonio, la fe es un asunto personal en Turquía», explica Angelina.
No le preocupa la corriente islamista que en los últimos años se ha hecho fuerte en Turquía, permitida o incluso fomentada por el Gobierno del AKP, en el poder desde 2002. «En algunos barrios se nota, desde luego, pero en el nuestro, de clase media moderna, no. Allí, la religión a nadie le importa y puedes vestir como quieres”, añade, con una mirada a su hija, ataviada con leotardos, botas altas y blusa de tirantes.
La cristiana Özge fue registrada como musulmana, y cuando decició modificar la casilla de «religión» en su carné no tuvo problemas
Özge fue registrada como musulmana, pero un buen día decidió modificar la casilla de «religión» en su carné de identidad. «Fui al registro civil y declaré que soy cristiana; me lo cambiaron sin problemas», relata Özge. «Sin embargo, no figuro como cristiana para la Iglesia: para bautizarse hay que hacer un sinfin de cursillos y exámenes, y lo dejé».
Nunca tuvo problemas por ser cristiana turca, asegura: «En el colegio público dan clase de religión islámica, pero me dispensaron. Lo único malo es que últimamente ponen preguntas relacionadas con el islam en el examen, pero a mí no me pasó», recuerda.
La población cristiana local otorga una importancia muy relativa a las diferencias dogmáticas de las distintas confesiones, y muchas fieles armenio-ortodoxas acuden a la misa católica en San Antonio. «En nuestra iglesia, gregoriana, somos miembros del coro», confiesan dos señoras, «pero venimos los martes a la misa católica para poder simplemente oírla relajadamente, sin tener que cantar; además, es muy bonita». En teoria, las dos Iglesias no reconocen mutuamente sus eucaristías, por disputas sobre la naturaleza de Jesucristo, surgidos en el siglo V.
No son las únicas que se despreocupan del dogma. En la iglesia también hay musulmanas que buscan un rato de paz espiritual, como Nihal, ama de casa, que hace cola para un rato de conversación con el Padre Julian, el rumano que dice la misa.
«El Corán no lo entiendo y con los imanes no se puede hablar, pero el padre responde a mis preguntas», dice una musulmana
«El Corán no lo entiendo, y con los imames en la mezquita no se puede hablar; aquí me siento a gusto y el padre responde las preguntas que me hago», asevera. También ha encendido una vela, algo nada extraño en Estambul, donde muchos musulmanes realizan este pequeño gesto en las iglesias de su barrio. Esta costumbre llega a su apogeo el día de San Jorge, cuando miles de vecinos de Estambul, prácticamente todos musulmanes, peregrinan a una isla cercana para rendir homenaje al santo de a iglesia ortodoxa local.
Muchos atan hilos de coser a los árboles e intentan acercarse a la iglesia con el rollo entre las manos, cuidando de no romper el filamento para que así se cumpla un deseo. Otros guardan cola durante horas para poder entrar en la iglesia y colocar una vela, pese a no identificarse como cristianos.
«¿Qué importa? Una iglesia es la casa de Dios ¿no? y da igual de qué forma se le venera», asegura una peregrina kurda que ha venido del sur de Turquía.