Taburetes y crucifijos
MJ Del Valle
“Nos escupían. Nos tiraban piedras. Nos insultaban. Eran cientos. Se abalanzaban como locos contra el minibús en el que estaban evacuándonos. Nunca imaginamos que una pequeña concentración contra la homofobia pudiera terminar así. Querían despedazarnos. Trataban de sacarnos del minibús de los pelos. Fue solo cuestión de suerte que sobreviviéramos. Unos minutos más allí y nos habrían golpeado hasta la muerte”.
Así cuenta Mariam Gagosh lo sucedido en Tiflis el pasado 17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia. En el nombre de Dios, la turba salvaje que arremetió contra ella y un puñado de activistas por los derechos de la comunidad lesbiana, gay, bisexual y transexual (LGBT) estaba liderada por sacerdotes de la Iglesia Georgiana Ortodoxa. El poder de convocatoria de esta institución reunió a miles de personas en pro de “los valores tradicionales georgianos” y en contra de “la propaganda gay”. Un intento de linchamiento que revela mucho del poder e influencia de la Iglesia en la sociedad y la política georgianas. Y de los retos que el gobierno del primer ministro Bidzina Ivanishvili tiene por delante.
La imagen de un sacerdote blandiendo un taburete ha convertido este objeto en símbolo
Veintiocho personas resultaron heridas. Algunas como resultado de una pedrada en la cabeza. Aunque bien podría también haber sido por un taburetazo (la imagen de un sacerdote blandiendo un taburete – y machacándolo más tarde contra el cristal del minibús en el que viajaba Gagosh – ha convertido este objeto en símbolo del movimiento contra lo que pasó el día 17).
No fue fruto de un arranque espontáneo. En los días previos al Día contra la Homofobia, mensajes condenatorios de la homosexualidad fueron distribuidos en forma de panfleto y a través de megafonías móviles: “La homosexualidad es un pecado”. En la víspera, el Patriarca Ilia II, máxima autoridad de la Iglesia Ortodoxa de Georgia, había emitido un comunicado llamando a las autoridades a prohibir la marcha contra la homofobia por considerarla “una violación de los derechos de la mayoría” y “un insulto a las tradiciones georgianas”.
Las palabras del Patriarca no cayeron en saco roto. Miles acudieron a la contramarcha. Y al intento de linchamiento. Con crucifijos, palos y piedras. Ataviados con trajes típicos. Con banderas y pancartas. De Tiflis y de fuera de la capital. Unidos en una opinión bastante generalizada: en 2011 el 89% de los consultados en el Barómetro del Cáucaso, una importante encuesta a nivel nacional, contestó que la homosexualidad no puede justificarse en ningún caso.
El 89% de los georgianos cree que la homosexualidad no puede justificarse en ningún caso
En 2012, la primera marcha con motivo del Día contra la Homofobia acabó en una escaramuza entre activistas pro-LGBT y simpatizantes de los valores ultraortodoxos. Así las cosas, todos sabían que la marcha contra la homofobia de este año no estaría exenta de percances. Fue la magnitud lo que sorprendió. “De haber sabido lo que iba a ocurrir hubiéramos cancelado el acto. Pero habíamos estado en contacto con el Ministerio del Interior y nos habían garantizado que contaríamos con la protección adecuada”, dijo Gagosh a M’Sur.
“Fue culpa de los activistas LGBT. Ellos nos provocaron. A mí no me importa con quien se acuesten pero no deberían salir a la calle a hacer propaganda de la homosexualidad. Y menos en un día en que el país estaba de duelo por 3 soldados georgianos caídos en Afganistán”.
Esto lo dice Irakli, un licenciado en economía de Tiflis, influido quizás por el falso rumor que aseguraba que el año pasado los pocos activistas que se atrevieron a concentrarse con motivo del Día contra la Homofobia portaban pancartas proclamando “Pruébalo. Quizás te guste”.
Un año más tarde, los dos mil policías desplegados para preservar la seguridad de los activistas pro LGBT no pudieron contener a la multitud enloquecida. Liderados por sacerdotes de largas sotanas y pobladas barbas, escoltados por ancianas agitando ortigas para azotar a los “descarriados”, miles rompieron los cordones policiales y vociferando “Matadlos, no dejéis que se escapen vivos” salieron a correr tras los autobuses que transportaban a los activistas pro-LGBT. Desde los balcones, cuajados de flores en esta época del año, muchos vitoreaban.
El primer ministro de Georgia, Bidzina Ivanishvili, dijo en un comunicado que “[la policía] se vio desbordada por la asistencia de varios miles de contramanifestantes, algunos de ellos violentos”. Dos días después, con motivo del Día de la Policía, Ivanishvili elogió la respuesta de los agentes desplegados el día 17.
Pero Mariam Gagosh asegura que la intervención de la policía estuvo lejos de ser adecuada: “Yo estaba con un grupo de alrededor de veinte personas. La policía nos rodeó, ellos a su vez se vieron rodeados por un gran número de contramanifestantes. Los agentes nos decían que nos marcháramos, que no complicáramos la situación. Nosotros nos negábamos, les repetíamos que la muchedumbre nos atacaría y les pedíamos que nos facilitaran algún tipo de transporte para irnos. Pero se mostraban reacios. Sólo cambiaron su actitud cuando apareció una representante de ONU Mujeres en Georgia. Fue entonces cuando nos facilitaron el minibús en el que la muchedumbre iba a tratar de masacrarnos”.
Cuatro agresores pagaron una multa y otros cuatro serán juzgados, pero no están presos
El Defensor del Pueblo de Georgia, Ucha Nanuashvili, denució que la policía no había tomado las medidas suficientes para garantizar la seguridad de la marcha contra la homofobia.
En las semanas siguientes al 17 de mayo, ocho personas han sido arrestadas en conexión con los hechos. Cuatro de ellas pagaron multas de alrededor de 50 euros cada una. Otras cuatro, dos de ellas sacerdotes, serán juzgadas por “impedir ilegalmente el derecho de asamblea y manifestación con uso de fuerza o amenaza de fuerza” (la pena por este delito es de una multa, trabajo correctivo o prisión por dos años). Ninguna de estas personas permanece bajo arresto.
Según Ghia Nodia, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Ilia de Tiflis, “el gobierno de Ivanishvili está manteniendo una actitud ambivalente respecto a lo ocurrido. Por una parte, el primer ministro condenó los hechos como inaceptables. Pero por otra nadie ha afrontado cargos serios hasta el momento”.
En 2008, los extremistas religiosos atacaron una fiesta de Halloween, considerada satánica por la Iglesia
Según Nodia, un ejemplo de esta ambivalencia es que días después del ataque contra los activistas pro LGBT, en el día de la independencia de Georgia, el primer ministro Bidzina Ivanishvili compartió estrado junto al obispo Iakob de Bodbe y Tsurtaveli, una de las voces más agresivas de la Iglesia Georgiana Ortodoxa contra la homosexualidad.
El gobierno de Mikhail Saakashvili también tuvo que lidiar con manifestaciones de extremismo religioso, como el ataque en 2008 contra una fiesta de Halloween al aire libre (una celebración considerada como satánica por la institución eclesiástica). Según Nodia, las autoridades hicieron la vista gorda en situaciones como aquella.
Aunque en casos como el de Basili Mkalavishvili, sacerdote excomulgado responsable a principios de la década de 2000 de diversos ataques contra minorías religiosas, el gobierno tomó medidas y metió a los agresores en la cárcel. Algunas de estas personas fueron liberadas a principios de 2013 tras ser categorizadas como presos políticos por el gobierno de Ivanishvili, primer ministro desde octubre pasado.
“Se empieza así y se acaba queriendo legalizar el matrimonio gay y la adopción por parte de parejas homosexuales. Esta marcha era un paso en esa dirección. ¿Y qué será lo próximo? ¿Legalizar el incesto y la pederastia? Algún día añadirán las primeras letras de esas palabras a las siglas LGBT. Hay una crisis de valores, en parte debido al pensamiento postmoderno que viene de Europa y que prioriza el pensamiento individual por encima de cualquier institución.”
Enfundado en una larga sotana gris, Alexander G., sacerdote de la iglesia de la calle Usnadze en Tiflis, expresó así a M’Sur su visión de lo ocurrido el día 17. “Ellos les provocaron. Quisieron manifestarse a pesar de la gran oposición que afrontaban. En todo caso, no deberían haberles apedreado” – añadió.
Dos contramanifestantes en Tiflis aseguran que «en Georgia no hay gays»
La conexión entre los derechos de la comunidad LGBT y la influencia de Europa estuvo muy presente entre los contramanifestantes que se reunieron el 17 de mayo en la Plaza de la Libertad de Tiflis. Dos de ellos aseguran que “en Georgia no hay gays”. “La Iglesia se ha convertido en el punto de encuentro para quien quiera que esté en contra de la occidentalización y de los valores liberales. Para ellos el colectivo gay y el presidente Mikhail Saakashvili son la misma cosa”, explica Nodia.
En un artículo publicado en Radio Free Europe Radio Liberty en 2010, Nodia afirmaba que “en muchos países, el acelerado ritmo de modernización, sumado a la influencia de la cultura occidental, ha provocado reacciones de repulsa, encarnadas en el afán de preservar las tradiciones propias, especialmente las religiosas”. Este bien podría ser el caso de Georgia.
De acuerdo con el Barómetro del Cáucaso, la Iglesia es la institución más popular del país, especialmente entre los jóvenes. La presencia de la Iglesia Ortodoxa impregna prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana en Georgia: desde las conductas sexuales a la educación.
«El proceso de adoctrinamiento religioso a través de la escuela es muy importante”
De hecho, según Beka Mindiashvili, responsable del Departamento por la Tolerancia en la Oficina del Defensor del Pueblo de Georgia, “en teoría, la Iglesia no debería tener nada que ver con las escuelas, pero la realidad es muy diferente. La Iglesia juega un papel tremendamente importante en la vida de los niños. El proceso de adoctrinamiento religioso a través de la escuela es muy importante”.
Por otra parte, es muy común que la gente joven cuente con su sacerdote como algo así como su guía personal, cumpliendo una función de amigo/consultor.
Para algunos, el motivo por el cual la Iglesia es una institución tan valorada es la función que cumple en algunas comunidades. La iglesia de la calle Usnadze es un ejemplo. Allí acuden cada día 17 personas sin recursos para comer: “Cualquiera es bienvenido. De hecho muchas de las personas que comen aquí a diario no vienen nunca a la iglesia”.
En un país donde el desmoronamiento del coloso soviético acabó con la sanidad pública y universal, para muchos la iglesia o las ONGs son el único recurso disponible cuando se enfrentan a tratamientos médicos cuyo coste está fuera de su alcance. “Algunos de nuestros feligreses son médicos y ayudan a personas necesitadas. No recibimos ninguna subvención por parte del Patriarcado. Tanto los tratamientos médicos como el coste de la comida del comedor se cubren gracias a las contribuciones de nuestros feligreses”.
Otros creen que la herencia soviética ha dejado a Georgia la necesidad de contar con una institución central que regule todos los aspectos de la vida cotidiana y cuyo poder sea indiscutible. Así pues, la función que antes cumplía el Partido Comunista de dictaminar lo que está permitido y lo que no, proveer sustento y atención médica y ser el eje alrededor del cual todas las actividades de la sociedad giran, ahora la cumple la Iglesia ortodoxa.
También a nivel político es importante la Iglesia ortodoxa en Georgia. A pesar de que el Patriarca llamó a sus sacerdotes a mantener la neutralidad en las semanas previas a las elecciones parlamentarias de octubre de 2012, algunos clérigos hicieron campaña por la coalición opositora Sueño Georgiano de Bidzina Ivanishvili. Muchos creen que el presente gobierno lo hubiera tenido algo más difícil para ganar las elecciones de no haber contado con el apoyo de la Iglesia, cada vez más alejada del gobierno de Mikhail Saakashvili por sus proyecciones proeuropeístas y antirrusas.
La Iglesia está exenta de impuestos y recibe financiación estatal y compensaciones históricas
Algunos críticos de la Iglesia ortodoxa alegan que esta goza de privilegios incompatibles con el laicismo oficial del Estado. Se trata de la única institución exenta al 100% de pagar impuestos. Y es la única entidad religiosa que recibe una parte del presupuesto estatal (11,5 millones de euros en 2013, 10,5 en 2012). También es la única institución con derecho a recibir compensación por los bienes que le fueron confiscados durante la etapa soviética. Supuestamente bajo este acuerdo, tierras, granjas y bosques han sido transferidos del gobierno a la iglesia ortodoxa durante los últimos 10 años.
Según el director del centro de estudios Liberty Institute en Tiflis, una comisión debería haber sido establecida para evaluar esas cesiones. “En todo caso, se trataría de una formalidad ya que desde el punto de vista técnico, el presidente tiene el derecho de conceder tierra a quien considere conveniente” explica Ramishvili a M’Sur.
No hay una ley que castigue la incitación al odio o a la violencia
Muchos creen que a causa de estos privilegios y de la popularidad de la que la Iglesia ortodoxa goza en Georgia es poco probable que ninguno de sus miembros cumpla condena por lo sucedido el día 17. Pero existe otro motivo por el cual será muy difícil procesar a los responsables de organizar la contramarcha del día 17. Giorgi Gotsiridze, miembro de la Asociación de Jóvenes Abogados Georgianos, señala que “las autoridades georgianas no pueden procesar y castigar a un individuo porque este incite a la violencia públicamente. A pesar de que la Declaración de Naciones Unidas para la eliminación de todas las formas de discriminación racial requiere que Georgia castigue cualquier tipo de discurso que incite al odio, la legislación vigente sigue sin criminalizar este tipo de arengas”.
Según Gotsiridze, la criminalización de la incitación al odio funcionaría: “El personal religioso y otras figuras públicas se lo pensarían dos veces antes de atacar a la comunidad LGBT en un dicurso público”. Mindiashvili, sin embargo, considera que una ley así podría convertirse en un arma de doble filo, puesto que podría ser empleada por sectores próximos a la Iglesia para perseguir legalmente a sus detractores.
“Estos son días de vergüenza para nuestro país. Nosotros los georgianos estamos orgullosos de ser un pueblo tolerante. La sociedad georgiana tiene que enfrentar el fantasma de la intolerancia”. Lo dice Mavina Chidashvili en la manifestación contra la teocracia del 24 de mayo. Para esta profesora de Ciencias Sociales de la Universidad Estatal de Tiflis, el reto está en manos de los jóvenes.
Tanto ella como otros cientos de manifestantes a favor de la separación de Estado e Iglesia se reunieron en un parque del centro de Tiflis rodeados por un cordón de más de 1.000 policías. Una frágil barrera humana que ponía de manifiesto los retos que el primer ministro Bidzina Ivanishvili tiene por delante: someter a la institución más popular del país sin socavar el poder de su coalición, lograr que los responsables de ataques a minorías religiosas o sexuales respondan ante la ley, controlar el auge del extremismo religioso y del ultranacionalismo y lograr la integración europea con un creciente número de votantes que mira con aprensión los valores de la UE.
Cientos de personas se manifiestan contra la teocracia rodeados por un cordón de mil policías
Para ello, será necesario aplicar la ley a todos por igual, crear un marco legislativo compatible con las directrices de Naciones Unidas en lo referente a discursos que inciten al odio, desarrollar una política de medios que muestre una mayor diversidad de opciones religiosas y sexuales y revisar las exenciones y privilegios de los que goza la iglesia. No lo tendrá fácil Ivanishvili, sobre todo teniendo en cuenta que una parte de su coalición está compuesta por elementos ultranacionalistas, y que meterse con la Iglesia es meterse con la institución más popular entre sus votantes.
Mientras tanto, algo del halo sacrosanto que rodeaba a la Iglesia hasta ahora se ha disipado. La magnitud de lo ocurrido el día contra la homofobia ha llevado el cuestionamiento del papel de la institución eclesiástica en la sociedad y la política georgianas a primera línea de discusión. Bromas y juegos con la imagen del sacerdote blandiendo el taburete amenazadoramente han corrido como la pólvora en las redes sociales. Un hecho insólito en un país donde hasta ahora la sola mención de la Iglesia o el patriarcado generaba temor y respeto.
En las semanas posteriores a lo ocurrido el 17 de mayo, numerosos perfiles de Facebook en Georgia reemplazaron sus fotos de perfil por banderas multicolor y mensajes como “Estoy avergonzado”. Algunos, en protesta contra lo que veían como un primer paso hacia un estado teocrático, cambiaron su localización y dijeron estar ubicados en Irán.
De cuánto perdure esta reacción de indignación, de cuán extendida esté y de los esfuerzos del gobierno por preservar los derechos de las minorías en Georgia, depende que se cumpla o no lo que el obispo Iakob de Bodbe y Tsurtaveli dijo en la Catedral de la Sagrada Trinidad de Tiflis horas después del intento de linchamiento del día 17 de mayo: “Habéis visto cuánta gente vino hoy. Y podemos traer millones”.