Entrevista

Youssef Ziedan

«La religión no da respuesta a las preguntas esenciales»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos
Yussef Ziedan (Sevilla, 2014) | © Alejandro Luque
Yussef Ziedan (Sevilla, 2014) | © Alejandro Luque

Sevilla | Abril 2014

Aunque en España es aún un desconocido para el gran público, Youssef Ziedan (Suhag, Egipto central, 1958) es una celebridad en el país del Nilo y en el resto del mundo árabe, donde ha publicado medio centenar de libros de los más variados temas, y donde ha destacado también como columnista de opinión.

El autor no oculta su orgullo, multiplicado cuando, después de una agria polémica en torno a su novela Azazel, que llegó a sentarle en el banquillo, obtuvo el International Prize for Arabic Fiction en 2009. Ziedan, que fue a la sazón director del Centro de Manuscritos de la Bibliotheca Alexandrina, visitó recientemente España con motivo de la traducción de la citada obra al español, por la editorial Turner, que presentó en la sevillana Fundación Tres Culturas.

La novela ha levantado mucha polvareda, pero ¿por leerse como novela o por leerse como ensayo, como Historia?
No, el problema radica en que este periodo estaba completamente olvidado, especialmente en lo relativo al pensamiento árabe contemporáneo, al pensamiento en general. La separación de las Iglesias en ese tiempo histórico, y la situación en que quedaban los individuos, no eran temas que solían interesar. Recurrir a ese periodo, además con el tratamiento del monacato desde una óptica sufí, y efectivamente la mezcla entre ficción y elementos históricos que dan precisión, exactitud y veracidad, además de un trabajo importante con la lengua árabe, con toda su expresividad y sofisticación, llamaron la atención de la novela antes de que consiguiera el premio en 2009. Y también llamó la atención de algunos miembros de la Iglesia copta, sobre todo aquellos que desempeñan también un papel en la política, y que entraron en controversia. Finalmente perdieron, la novela siguió viva y mi proyecto de escritura también.

Después del proceso, ¿ha tenido otras reacciones por parte de la Iglesia?
Sí, dos representantes, uno de la Iglesia greco-ortodoxa y otro de la copta, me concedieron en momentos distintos una distinción para compensar las polémicas que había suscitado en sectores determinados de ambas iglesias. Además del gran reconocimiento que esta novela ha tenido en Italia, el país que acoge el Vaticano. Ha sido un éxito de ventas y de crítica, y por ello se han traducido otros libros míos al italiano. Todo indica que aquella polémica era artificial y buscada.

«Los coptos creen que eran los dueños de Egipto, y que vinieron luego los musulmanes y se lo arrebataron. Y no es cierto»

Una de las cosas revolucionarias de la novela es que habla de las religiones como construcción, no como una revelación, que es lo que suele ser para los fieles…
¡No, tienen que coexistir las dos! No lo veo tanto como construcción; pongo más énfasis en el aspecto humano. El ser humano necesita la religión, encontrar respuestas a preguntas esenciales. Pero la religión no ha podido dar respuesta a todas. Necesita de la interacción con una entidad superior que le permita entender el cosmos, el universo. Si no, se volvería loco…

Dice usted que los coptos pretendían que la historia de Egipto, antes del islam, fuera su coto privado. ¿El gran problema es que la religión se convierta en tablero del poder?
No exactamente. Tienen ilusiones, que son parte del imaginario de una parte del país. Creen que eran los dueños del país, y que vinieron luego los musulmanes y se lo arrebataron. Y no es cierto. Los que eran enemigos de los coptos eran los bizantinos, y cuando llegaron los musulmanes, se combatían coptos y judíos porque no podían expandirse. Egipto no fue un territorio islámico hasta el siglo IV de la Hégira (X d.c). En todo ese tiempo, la mayoría de los egipcios eran cristianos, y la lengua principal utilizada por los egipcios era la antigua lengua copta, y no el árabe. De todas formas, dos años antes de la llegada del islam, los árabes, cristianos o no cristianos, vivían ya en muchos lugares de Egipto. Y algunas de las ciudades principales del Egipto medio, como Kis, Cusae, eran ya ciudades con mayoría de población árabe. También el Sinaí, el Delta Oriental, lo que explica la facilidad con que el conquistador árabe-islámico entró en menos de dos años. El balance de víctimas de esa conquista fue de 22 personas.

Hay historiadores que hacen un planteamiento similar con la conquista de al-Andalus. ¿Ve usted la analogía?
No, es ligeramente distinto. Lo he estudiado, y hace diez años escribí un libro sobre el tema, El horizonte andalusí, que fue publicado en español. Ahí digo que Abderramán, que en muchos círculos del mundo árabe-islámico está considerado un héroe, para mí es un matarife. El 70 por ciento de las víctimas que hubo eran musulmanes de la Península ibérica. Una civilización más prestigiosa llegó con su nieto, Abderramán II. Ahí empieza a fraguarse, a mi juicio, esa mezcla entre lo árabo-islámico y lo visigodo que dio ese producto cultural que identificamos como al-Andalus. Antes de eso no hubo más que lucha por poder.

Esa civilización esplendente que desde la Edad Media produjo ciencia, arte y pensamiento, ¿usted la llamaría árabe, o islámica?
Árabe, porque estaba antes que el islam, en reinos gigantes, inmensos, como en el reino de Zenobia, en la zona de Siria, y se extendía desde Persia hasta Alejandría. Pero por motivos diversos desaparecieron esos pequeños imperios, y por eso mucha gente piensa que la cultura árabe comienza con el islam. Una concepción falsa, sin ningún fundamento histórico.

Esa cultura árabe, por otro lado, tuvo aportaciones de bereberes, de kurdos, de persas. ¿No es un poco injusto olvidarnos de esa parte?
Sí, contribuyeron, pero de manera adicional. El eje principal fue árabe, pero el caudillo de conquista árabe era bereber, claro. Y la reimplantación de la dinastía omeya aquí sucede cuando allí no tiene visos de sobrevivir, por eso sigo considerándolo un juego de poder y de supervivencia. Pero además aquí hubo una competencia increíble entre los miembros de las tres religiones, como no la había habido en otro sitio. Por ejemplo, hay que resaltar el papel de las comunidades judías, mayoritarias en algunas ciudades de al-Andalus, en el trasvase y la traducción de los árabes hacia el latín. Todo eso es lo que da lugar al Renacimiento.

«El sufismo no juega un papel político, excepto cuando hay peligros para la comunidad. Pero jamás entra en la lucha por el poder»

¿Piensa que el islamismo moderno perjudicó al sufismo?
Los considero contrapuestos, totalmente. Están en polos antagónicos. El sufismo no juega nunca un papel político, excepto en momentos en que hay peligros para la comunidad. Pero jamás entran en la lucha por el poder, mientras que los islamistas matan en nombre de la religión a sus oponentes. Desde la óptica sufí, cualquier persona es por definición buena, y la fe es un secreto que existe entre la persona y Dios. Jamás se podría matar por ello. También son opuestos en cuanto al objetivo y los medios para conseguirlo. En resumidas cuentas, el sufismo es algo humano, e introducir el juego de la religión en la política es algo antihumano.

En España, mucha gente se ha acercado al sufismo a través de la mística de San Juan de la Cruz. ¿Cree que es un camino adecuado?
Confieso que no lo conozco, pero hay que reconocer que muchos de los grandes sufíes son originarios de esta tierra de al-Andalus. Ahí hay algo.

Tengo entendido que es experto en Historia de la Medicina. ¿Qué le parece que los salafistas defiendan que un médico varón no pueda atender a una mujer musulmana? ¿Tiene alguna base histórica?
Los salafíes tienen una comprensión equivocada de muchas cuestiones. Por ejemplo, mucha gente piensa que todos los extremistas son salafíes, y no es así. La concepción clásica de los salafíes, no el uso que se le da hoy, es la de aquellos que miran al pasado como modelo mejor que el presente. Este es un concepto muy extendido, que se aplica a mucha gente, algunos extremistas, como los wahabíes, y otros no, gente muy culta e iluminada, que tiene esa misma manera de pensar. Por ejemplo, hay una escuela jurídica, la tahiri, que existió en al-Andalus, cuya figura más destacada fue Ibn Hazm, quien escribió el más bello tratado sobre el amor, El collar de la paloma. Ahí dice que tiene gran afección por las mujeres, en su infancia estuvo rodeado de ellas, le enseñaron todo. Pero al mismo tiempo uno de los imames de esa escuela, literalista, procalamaba esa insensibilidad por los asuntos de las mujeres.

«La biblioteca de Alejandría es un fruto del tesón, de la resistencia»

¿Qué simboliza para usted la biblioteca de Alejandría?
Trabajé allí 15 años, empecé desde cero, pero el año pasado me marché por problemas con el director. Es un fruto del tesón, de la resistencia.

Todo lo que ha pasado en Egipto ha perjudicado al patrimonio histórico, arqueológico. ¿También al literario?
Sí, porque los escritores están más ocupados con la política. Yo también participé en la revolución desde el primer día, pero al mismo tiempo advertí que no debíamos dejar nuestras ocupaciones por ella. Seguir siendo escritores, profesores, médicos. La última novela, Mohal, la escribí y la publiqué en un momento muy complicado, sin seguridad en las calles. De noche veía arder las casas y de día escribía.

Se habla mucho de cómo ha sido perjudicado el turismo. ¿También ha sufrido la industria editorial, donde Egipto siempre ha sido potencia?
También. Poco a poco se va reanudando la actividad, pero se ha visto muy perjudicada.

Una última curiosidad. Sé que es experto en Ibn Yaqzan, el precursor de Robinsón Crusoe. ¿Podríamos hablar de la primera novela de la Humanidad?
De las importantes, sí. De hecho, tengo un libro titulado Ibn Yaqzn y sus cuatro creadores, en el que abordo cuatro versiones de esta historia: Avicena, Ibn Nafis, Suhrawardi e Ibn Tufail, el andalusí.