Placer
Las tradiciones patriarcales de las sociedades mediterráneas consideran el sexo como una prerrogativa masculina, un derecho a ejercer sobre la mujer. En consonancia, el placer sexual se asocia al hombre, no a la mujer, que sería una parte pasiva. Ésta, al menos es la postura histórica de la religión cristiana, que asignaba a Eva, es decir a la mujer, la facultad de seducir y excitar a Adán, el hombre, pero nunca viceversa: el impulso sexual sería una debilidad puramente masculina.
Los primeros en ofrecer una nueva visión del sexo, en la que mujeres y hombres son igualmente activos, fueron los escritores de la «edad de oro» árabe, desde el siglo XII al XVI. En Europa, sólo a partir del siglo XX se le volvió a dar importancia al orgasmo femenino como experiencia importante para el bienestar físico.
Curiosamente, las posturas públicas respecto al sexo y al placer en los países islámicos de hoy corresponden mucho mejor a la doctrina de la Iglesia Cristiana que las vigentes actualmente en los países de tradición cristiana, donde se aceptan ahora como válidas las ideas desarrolladas por los sexólogos de la civilización árabe….
En gran parte de las sociedades tradicionales, tanto cristianas como islámicas, se asocia el deseo sexual de la mujer a la «indecencia»: dado que su propia virginidad es el mayor bien que una mujer puede aportar al matrimonio, nunca debe dejar entrever que tenga experiencia anterior y simplemente aceptar las prácticas sexuales del marido como si fueran las únicas posibles. Incluso la curiosidad podría ser mal vista. De ahí que no sea raro encontrar a chicas que mantienen una vida sexual aburrida, reducida o incluso inexistente con el novio formal y futuro marido al tiempo que viven una relación puramente sexual, pero excitante, con un amigo al que no les une un proyecto de matrimonio.
Cristianismo
La Iglesia considera que el sexo es pecado en todas las circunstancias, dado que refleja el «pecado original» de Eva al comer del árbol del conocimiento en el paraíso. Sólo permite practicarlo en el matrimonio y aun entonces únicamente con el fin de la procreación: incluso «el fomento del amor recíproco» y «la sedación de la concupiscencia» deben mantener «su subordinación al fin primario» que es el de engendrar hijos, según la encíclica Casta Connubii de 1930, que prohíbe estrictamente cualquier método anticonceptivo. Por supuesto, también la masturbación está prohibida por la moral católica.
Desde los años veinte, no obstante, se registraba un movimiento de liberación sexual en Europa Central, interrumpido por la II Guerra Mundial. A finales de los años sesenta, el invento de la píldora anticonceptiva cambió radicalmente la asociación del acto sexual con la procreación y llevó a un nuevo concepto de la sexualidad como elemento de placer. Esta evolución se expresó en los años setenta en grandes partes de Europa en la literatura y la educación, pero llegó con cierto retraso a España, donde la influencia de la dictadura nacionalcatólica impidió cambios radicales hasta los años ochenta. A partir de este momento, y hasta hoy, España vivió una liberalización de gran alcance.
Al mismo tiempo, Europa Central retrocedió; a mediados de los años noventa se desterraban de las librerías por «obscenos» libros de educación sexual aclamados en los setenta. No obstante, el concepto del placer como elemento fundamental de la sexualidad tanto para la mujer como para el hombre se mantiene.
Islam
Teóricamente distinta es la concepción del placer en el islam. Aunque el sexo sólo se permite entre cónyuges, en la tradición teológica islámica, el placer sexual tanto del hombre como de la mujer forma parte de la relación y constituye un aspecto no sólo compatible con una vida devota sino incluso recomendable. Existe una amplia literatura teológica sobre las prácticas permitidas según el Corán (que podrían ser todas) o los dichos del profeta Mahoma (de los que algunos derivan una prohibición del sexo anal). Hay consenso, en todo caso, de que la búsqueda del placer mutuo y la expresión del placer por parte de la mujer es recomendable.
Varios tratados sexológicos árabes describen en detalle diversas prácticas sexuales, siempre poniendo el acento en cómo procurar el placer de la mujer. La obra más conocida hoy es la del jeque tunecino Nefzaoui (cuyo libro data del siglo XV o XVI), pero no era, ni mucho menos, la única. Incluso el gran filósofo persa Ghazali explicaba en su tratado «Revivir las ciencias religiosas» (siglo XII) la inconvenencia de que el hombre eyaculara antes que la mujer. Aún a finales del siglo XVIII, el tetuaní Ibn Agiba recomendaba técnicas para excitar a la mujer antes del coito.
En los siglos posteriores, no obstante, el sexo fue tabuizado paulatinamente en el mundo islámico, en consonancia con el papel cada vez más preponderante de la religión en la vida social y política. Esta evolución pareció invertirse a finales del siglo XX, cuando los movimientos feministas magrebíes, egipcios y árabes empezaban a buscar la igualdad entre sexos en todos los ámbitos de la vida, incluida la sexualidad.
Libros como los de la médico egipcia Nawal Saadawi en los años setenta o de la socióloga marroquí Soumaya Naamane-Guessous en 1985 parecían iniciar una revolución sexual con pocas décadas de retraso respecto a Europa. Pero el movimiento fue frenado a partir de los años noventa por la expansión del fundamentalismo islámico, reforzado por la misión wahabí, que demoniza todo lo relacionado con una vida sexual libre. En consecuencia, la mayoría de las sociedades al sur del Mediterráneo son hoy netamente más pudibundas que hace treinta años. La excepción es Líbano, donde la periodista Joumana Haddad edita la revista Yasad (Cuerpo), que trata la sexualidad sin tapujos.