¡Mabruk! El ramadán ha vuelto
Soumaya Naamane Guessous
Antes, los preparativos del ramadán comenzaban con meses de antelación, ya que las provisiones no estaban disponibles a diario en el mercado y, por lo tanto, había que almacenar los alimentos. Y sin embargo hoy, en la era del consumismo, los hábitos no han cambiado. Hacer el ramadán es, ante todo, comer.
Muy pronto, numerosos productos son objeto de una gran demanda, ante la angustia de que puedan agotarse: garbanzos pelados y congelados para la harira, la sopa indispensable en este periodo; lentejas, tomate concentrado, perejil, cilantro, tallos de apio…
Para las mujeres que trabajan, lo más importante es el sentido práctico. “No tengo ayuda en casa. Para no verme desbordada tengo que prepararlo todo con antelación”, nos dice Houda. Es verdad, aunque, sin duda, también se observa una especie de bulimia “ramadaniana”. Por eso hay que organizarse bien: “Congelo las almendras, las galletas y el resto de productos que suben de precio durante el mes sagrado”, continúa Houda.
“Es agotador, me siento acosada por mi marido y mis hijos, sus caprichos no tienen límites»
La amas de casa son, sobre todo, las que lo sufren. Trabajen o no fuera de casa, el ramadán suele ser para ellas sinónimo de faena: “Es agotador, me siento acosada por mi marido y mis hijos, sus caprichos no tienen límites. Me dejo la piel y me convierto en un surtidor de ch·hiwat (delicias) sin obtener el menor reconocimiento. Siempre hay uno que se queja. ¡Es desesperante!”, se lamenta Aïcha.
El ramadán también es el mes del silat arrahim (estrechar los lazos familiares). Pero como la sencillez no es lo nuestro, las visitas de la parentela no siempre son una ocasión para compartir momentos agradables y tranquilos. Recibir es un gran fastidio para la anfitriona, obligada a ofrecer una mesa generosa que combine pasteles, zumos y platos marroquíes, franceses, sirios, italianos, japoneses, chinos… Ya se sabe: la comida primero entra por los ojos… ¡y hay que deslumbrarlos! Una competencia tácita entre amas de casa, que ponen su inteligencia, su creatividad y su fuerza física al servicio de la ostentación.
Afortunadamente, los comercios ya disponen de muchos platos preparados que las mujeres adquieren sin complejos. Sin embargo, hace apenas dos décadas, ellas mismas tenían que preparar la chebakia, el msemen, el baghrir, el selú, el batbut… ¡Comprarlos era una vergüenza!
Comen en los lavabos para no ser acusadas de apostasía por los creyentes que se han autoproclamado embajadores de Dios
Para las marroquíes, el ramadán también es el mes en el que se renuevan los vestidos tradicionales. Caftanes, chilabas y otras ganduras (túnicas) compiten en creatividad y originalidad, para alegría de los estilistas y los costureros. Los desfiles abundan. Las revistas femeninas contribuyen también a la prosperidad de este mercado, al que le dedican varias páginas.
Durante el día, se prefiere la chilaba por ser una prenda práctica, pero igualmente porque es un atuendo decente, incluso para ir a trabajar. Por la noche, esta se convierte en el vestido por excelencia, al igual que el caftán. Otros modelos, más sencillos, han sido también creados especialmente para acudir a la oración del tarawih, ya que en esta última década el género femenino ha ocupado de forma masiva las mezquitas, las cuales eran, hasta ahora, un espacio más bien masculino.
Las mujeres que están menstruando sufren al no poder comer en público durante el día. En el trabajo, picotean en los lavabos para no ser acusadas de apostasía por los numerosos y numerosas creyentes que se han autoproclamado embajadores de Dios en la tierra. En cuanto a los hombres, ellos no se interesan por los preparativos. Tienen una avalancha de antojos culinarios que la esposa tiene que satisfacer. Después del trabajo, pueden llegar a casa y descansar antes de sentarse a cenar. Luego, después de la mezquita, se agolpan en los cafés, que abandonan para ir a comer y dormir.
Hay tensión en la pareja. Al nerviosismo ligado al ayuno se suman las dificultades para gestionar el presupuesto, que se dispara. Es común endeudarse: “Además de nuestra comida, hay que invitar a la gente. Y cuando te invitan a ti, no puedes presentarte con las manos vacías. ¡Menudo presupuesto!”, se lamenta Houda.
Durante el día, los creyentes están desatados. La falta de café, de té, de nicotina, de sueño, la digestión pesada y las múltiples frustraciones se unen a la hipoglucemia que deriva del ayuno, para hacer de cada uno una bomba de relojería. Estallan la violencia y la agresividad, incluso al volante. Los insultos se multiplican, y van dirigidos a ese mismo Dios y a esa misma religión que atrae a las masas hacia las mezquitas. ¡Conducir cuando se acerca el ftur, la ruptura del ayuno, se convierte en un acto suicida!
“Las chicas son un peligro. Tienen que cubrirse para no provocarnos”
La calle es invadida por los mercaderes ambulantes, quienes bloquean la acera y las calles al colocar sus mercancías en el suelo. Los mendigos acosan a los transeúntes y a los conductores. El servicio público es lamentable durante este periodo, y su lentitud alcanza el paroxismo. ¡Y pobre del que se atreva a quejarse! La rentabilidad está en su nivel más bajo. Solo prospera el sector alimentario. Hacer la compra se convierte en una carrera de obstáculos. Todo está abarrotado, incluso las pastelerías, en las que hay que estar muy temprano para hacerse con una ración antes de que se agoten las existencias.
Durante las oraciones en las mezquitas, tanto de día como de noche, los creyentes bloquean la circulación y aparcan sus coches en doble o triple fila, o delante de salidas de garaje, con total impunidad. Si protestas te tratan de infiel. ¡Es la anarquía en nombre del islam!
El ramadán y la libertad
Durante el día, los hombres están frustrados. Se sienten atormentados por esos cuerpos femeninos que se mueven sin que ellos puedan disfrutarlos. Adil nos cuenta: “Las chicas son un peligro. Tienen que cubrirse para no provocarnos”. Pero ellos se adaptan. “Ligo con las tías de día para quedar con ellas por la noche”, añade. Para las mujeres, el ramadán es el mes de la libertad. Por la noche tienen derecho a salir. Si es necesario dicen que van a la mezquita o a reuniones religiosas. Los paseos nocturnos propician el ligoteo y los idilios pasajeros o prolongados. En la playa, los hombres se ponen el bañador, se refrescan en las olas. En cambio, la que se pasee en ropa ligera se gana la ira de sus conciudadanos.
El ramadán es también el momento de entregarse a la piedad, o de reconciliarse con ella. Tolerancia cero. Hay que mostrar compasión, convertirse en moralizador, incluso los que no rezan fuera del periodo del mes sagrado. Las recitaciones del Corán se difunden hasta en los comercios y taxis, aunque este aconseje a aquellos que quieren avanzar que las escuchen con atención. ¿Cómo puede uno meditar las palabras divinas mientras negocia los precios o hace los pedidos? Tomados por un fervor religioso, los creyentes se convierten en auténticos alfaquíes, incluso los que son analfabetos.
Todos coinciden en que el ambiente durante el ramadán es estresante. Lo que causa malestar son los excesos de todo tipo, en el comportamiento, en los hábitos y en los ritos. La fe y la piedad engloban el respeto a los demás y la tolerancia. ¿Acaso el ramadán no es el mes de la generosidad, de la moderación y el perdón?
Primero publicado en illi | 8 Oct 2014 | Traducción: Idaira González León
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