Madres que regalan hijos (I)
Soumaya Naamane Guessous
La expresión “madre de alquiler” nace en los años ochenta. Una mujer acepta que se le inyecte en el útero un óvulo fecundado que pertenece a una pareja con dificultadese para tener hijos. Su papel es llevar a cabo la gestación y luego entregar el recién nacido a sus nuevos padres.
La prensa se ha hecho eco de esta nueva práctica que da a muchos la esperanza de tener un hijo con su propio material genético. Se han relatado numerosos casos, como el de la mujer, ya con menopausia, que acepta gestar el óvulo de su hija, fecundado por el espermatozoide de su yerno. Muchas mujeres en dificultades financieras se quieren transformar en madres de alquiler y recibir una suma de dinero que puede alcanzar los 70.000 dirham (7.000 euros).
Las madres de hijos ajenos forman parte de nuestra cultura: donan a su bebé sin recibir nada a cambio
Otras parejas buscan a madres de alquiler que venden sus óvulos. Se hacen inyectar el esperma del cliente para quedarse embarazadas y llevar a cabo la gestación, contra una retribución.
Otras mujeres, desesperadas, aceptan que sus maridos tengan una o varias relaciones sexuales con las madres de alquiler. Estas mujeres ahogan sus celos para poder tener un hijo que tenga, al menos, los genes del marido.
¿Madres de alquiler en Marruecos? La práctica es inconcebible porque afecta la religión y la ética. Sin embargo, las madres de hijos ajenos forman parte de nuestra cultura.
Son mujeres que donan a su bebé, de forma espontánea o por la petición de una pareja estéril, sin recibir nada a cambio, salvo una satisfacción moral.
Cuando una pareja no puede tener hijos, raramente piensa en la adopción, a causa de múltiples bloqueos culturales: “Nosotros queríamos adoptar, pero sólo hay bastardos abandonados en los hospitales o entre las qablat (las parteras tradicionales). Adoptarlos es pecado. Traen desgracias”. Si la pareja se atreve a hacerlo, puede ocurrir que la familia se oponga. “Mi suegra ha rechazado a un bastardo. Ha amenazado con renegar de su hijo, jurando que él no volvería a verla nunca más, ni muerta”.
Tener hijos es asunto de la mujer, no del marido, por eso ella se las tenía que arreglar en su familia
Hoy día, la medicina puede constatar cuál de los dos cónyugues es estéril. Antes, la sociedad declaraba culpable solo a la mujer. Tras dos o tres años, si no llegaba el primer hijo, llegaba una segunda esposa para consolar al marido. La esterilidad era temida entre las familias, porque llevaba a la poligamia o al repudio. Para evitar este drama, ocurría que una persona cercana se convirtiera en madre subrogada: “Mi hermana mayor temía que me repudiasen. Un día, su marido nos dijo que nos iba a hacer un hijo”, cuenta Mina, de 55 años.
Era corriente y normal que una mujer hermana actuara así. Normalmente era una hermana de la esposa la que se convertía en madre subrogada. Muy raramente, la propuesta venía de parte de la hermana del marido o de la mujer de su hermano. Hacía falta que la esposa tuviera una excelente relación con su familia política y que esta rechazara repudiarla. Tener hijos es asunto de la mujer, no del marido. Por eso ella se las tenía que arreglar en su familia. Era un gran favor aceptar que un hijo viviera con una mujer estéril y que adoptara un niño que no fuera suyo.
«Yo le prometí a mi hermana que mi próximo embarazo sería para ella. Mi marido lo aceptó»
Un enorme número de hijos ha sido donado al nacer, por una promesa de sus padres biológicos. Y no hay manera de retractarse. Fatima, 54 años: “Mi marido quería mucho a mi hermana y a su cuñado. Cuando le anuncié a mi hermana, estéril, que yo estaba embarazada de mi quinto hijo, ella rompió a llorar. Mi marido, emocionado, tomó la iniciativa de prometerle el niño que iba a nacer. Yo evité hacerle reproches porque al fin y al cabo era a mi hermana a quien donaba su hijo. Si hubiera sido su hermana, habría protestado. Me hice a la idea de que el niño no me pertenecía. El día del parto no pude evitar pensar que estaba sufriendo por otra persona y, Dios me perdone, hice todo lo posible para retrasar la expulsión del bebé. Yo quería tener a mi hija, pero mi marido no dio su brazo a torcer”.
La madre de Assia, de 45 años, tuvo tres hijos. En todos los partos le ayudaba su hermana, casada desde hace cuatro años, y sin hijos. La hermana sufría en silencio. “Mi madre dijo: ‘Sea niño o niña, este bebé será para ti”. Tras el parto, mi padre dijo a mi madre que si no era capaz de mantener su promesa, él se encargaría de cumplirla. Mi madre obligó a su hermana a pasar los primeros seis meses con ella para que me pudiera dar la teta. El día que mi tía abandonó la casa, llevándome a mí en sus brazos, mi madre se derrumbó”.
No todas las madres sufren. Farida, 48 años: “Mi hermana se ponía enferma cada vez que una mujer daba a luz. Las madres la temían, convencidas de que ella echaba el mal de ojo. Su marido no la quiso repudiar. Planificaba tomar otra esposa. Yo le prometí que mi próximo embarazo sería para ella. Mi marido lo aceptó. Ya teníamos seis hijos. No sufrí por la separación. Sabía que el bebé no me pertenecía. Era una limosna. Si Dios me lo daba ¿por qué no lo iba a dar yo?”
No sólo las hermanas, también las madres se podían convertir en madres subrogadas. Casadas en la pubertad, y con hijas casadas de forma precoz, ellas aún seguían fecundas. Jamal, 46 años: “Mi hermana sólo tenía un hijo y fue repudiada por sus dos primeros maridos. Tras su tercer matrimonio, mi madre le prometió tener un hijo para ella. Tres días después de nacer yo me dieron a mi hermana”.
Cuando yo tenía 4 años, mi padre pidió a mi madre que me recuperara. ¡Fue el drama!
También las hijas podían ser madres subrogadas para sus madres. Nacira, 37 años, tiene una abuela viuda, que sufría de soledad. “Mi madre tenía tres hijos varones. Mi abuela siempre le pedía dar a luz a una hija para ella. Cuando yo nací, mi padre estaba feliz de tener una hija y rechazó donarme. Mi abuela venía todos los días a casa, y por la noche, cuando se iba, me llevaba consigo para tener compañía y que mi madre pudiera descansar. Cuando yo cumplí 18 meses, decidió adoptarme. Mis padres se opusieron, pero yo seguía todas las noches durmiendo en su casa. Cuando yo tenía 4 años, mi padre pidió a mi madre que me recuperara. ¡Fue el drama! Mi abuela utilizaba todos los medios de presión. Era una mujer muy autoritaria y sus hijos le obedecían ciegamente. Frente al rechazo de mis padres, ella recurrió a un medio grande: la sajta (anatema). Mi madre tuvo mucho miedo. Se sentía desgarrada entre su amor por mí, el miedo a la maldición y los reproches de su familia, que la acusaban de hacer sufrir a su madre. Por el otro lado, mi padre presionaba a mi madre y amenazaba con repudiarla si ella donaba a su hija. Ella acabó convenciendo a mi padre de que la errda (bendición) de los padres es más importante que perder a una hija”.
Zohra, 70 años, del campo, madre subrogada sin saberlo: “El hermano de mi marido no tuvo hijos con cuatro esposas sucesivas. Mi marido quería que yo tuviera un hijo para su hermano, pero yo me negué. Un día dejé a mi hijo de quince días con la mujer de él para ir a trabajar al campo. Mi cuñada desapareció con el bebé y no regresó hasta dos meses más tarde. Cada vez que le mencionaba mi hijo a mi marido me hacía un escándalo y me prohibía ir a buscar a su hermano. Le tenía demasiado miedo a mi marido. No volví a ver a mi hijo hasta que empezaba a caminar. Nunca pude reclamarlo, porque temía el enfado de mi marido. Yo tenía otros tres hijos y luego tuve otros cuatro. Pero sufrí la pérdida de mi hijo. Hoy tiene 30 años y nunca le he hablado a mi cuñada del golpe que me ha asestado. Sufro todavía, porque mi hijo no me quiere.
Según una creencia muy difundida, lo mejor para combatir la esterilidad es adoptar un niño
El caso de Zohra es escandaloso, pero hay que ponerse en la lógica de esta gente para comprenderlo. El marido tiene un hermano que no puede tener hijos; con su complicidad y la de su mujer, roba el bebé que había prometido antes de que se concibiera siquiera. “Es normal – dice Baba Ali –, mi hermano era infeliz. Mi mujer era como una coneja, ¡daba a luz todo el rato! Le prometí a mi hermano este embarazo, sin que mi mujer lo supiera; por eso mi cuñada lo robó. Mi mujer no debería quejarse: ella ha seguido teniendo más hijos después”.
Por otra parte, según una creencia muy difundida, el mejor remedio para combatir la esterilidad es adoptar un niño legítimo. Khadouj, 52 años: “Cuando yo cumplí tres años me entregaron a mi tía. Ella era estéril y su única esperanza de curarse era adoptar un niño. Le traje suerte: dos años después tuvo una hija. No supe la verdad hasta después de morir ella, cuando mi hermana intentaba impedir que yo heredara”.
«Cuarenta días después de que diera a luz mi cuñada, yo volví a casa con una linda niña en brazos»
A veces, esta situación puede crear dramas. Fue el caso de una pareja de intelectuales: “Tras ocho años de matrimonio no teníamos hijos, pese a todos los tratamientos médicos. El hermano de mi marido y su mujer, afectados por nuestra desgracia, nos prometieron un bebé. Cuarenta días después de que diera a luz mi cuñada, yo volví a casa con una linda niña en brazos. Mi felicidad no se puede describir con palabras. La pequeña crecía y resulta que me quedé embarazada. Mi madre me decía que si adoptaba un bebé, mi útero se iba a desatar. Di a luz a un varón cuando mi hija celebraba su tercer cumpleaños. Viví los gozos de la maternidad, pero fue una alegría breve. Durante el bautizo, mi cuñada me vino a ver, llorando: me tuve que separar de mi hija. Fue un momento de dolor, de desgarro. Me enfadé a muerte con mi cuñada. Fue la ruptura. Hoy ya no estoy enfadada con ella. Acabé diciéndome que Dios me había dado un hija como talismán y que me la volvió a quitar una vez que mi deseo se cumplió”.
Esto pasó hace apenas cinco años, lo que demuestra que esta práctica todavía existe, si bien menos frecuente. Si antes se consideraba algo habitual, hoy día donar a un hijo parecería algo insensato.
© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc · Octubre 1998 | Traducción del francés: Ilya U. Topper
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