Opinión

La vara y el paraíso

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 7 minutos

opinion

Casablanca | Octubre 2020

 

Dicen que la vara sale del paraíso, pero ¿quién ha decretado eso? El paraíso nos lo imaginamos más bien como un remanso de belleza y clemencia. No como una fábrica de varas para azotar a los niños.

Durante siglos, los padres educaban a los hijos infligiéndoles dolor y humillaciones, algo que hoy se pone en tela de juicio. Los estudios revelan que pegar a un niño produce efectos negativos a corto y a largo plazo. Dejar de “corregir” a un niño mejora su integración escolar y sus relaciones con los demás y reduce la violencia que pueda ejercer, desde la infancia hasta la edad adulta. La violencia crea adultos agresivos.

En Marruecos, los primeros colegios eran los msid, las escuelas coránicas. A partir de los cuatro años, el niño se pasaba el día memorizando el Corán, sentado sobre lahssira (una esterilla de juncos) cerca del alfaquí. Aprendía a escribir sobre el·luha (pizarra) con elkarrak, un trozo de madera tallada con la que raspaba la pizarra mientras se balanceaba. El alfaquí tenía una larga vara para pegar a cualquiera que dormitase o se equivocara a la hora de recitar un verso. Larbi: “A los cinco años, yo estaba aterrado. Ignoraba por dónde iba a caer la vara. Golpeaba al azar”.

Los padres pedían al maestro que pegara al niño para “hacerle entrar la letra en la cabeza”

No había comunicación con el alfaquí ni entre los alumnos. ¿La pedagogía principal? El miedo, el terror. El lema era: La’sa liman ya’sa: La vara para los cabezones. El propio padre diría al alfaquí: “Nta tadbeh, wana naslaj” (Tú degüella, que yo desuello”). Al niño hay que hacerlo camuni (un término que viene del comino, cuyos granos hay que machacar para que desprendan su olor). Los padres pedían al maestro que pegara al niño para “hacerle entrar la letra en la cabeza”. Cuando se crearon las escuelas públicas, la violencia continuaba. La mayoría de los marroquíes ha pasado por una infancia violenta.

Esta violencia también es verbal e hiere la dignidad del alumno: insultos, humillaciones, “burro” y “bastardo” es lo más corriente. Equivocarse, una etapa indispensable para el aprendizaje, conlleva condena y traumas que no se olvidan nunca. “En la primera clase, todo contento, levanté la mano para responder a una pregunta. Me equivoqué. Me dieron diez golpes en los dedos”. “El maestro me pegó en la espalda la foto de un burro y me hizo dar vueltas por el aula”.

El error provoca las burlas de los compañeros de clase, con la complicidad del maestro que se supone que debería enseñar a respetar a los demás. ¿Qué es lo que el alumno recuerda? Madirsh, matjafsh (No digas nada, no hay peligro) o Dir rasek fwast arius o ‘aiat ala qattaa’ arius (Mantén la cabeza entre las demás cabezas, que se corten las que sobresalen). Así se condena el sentido de la iniciativa.

La mayoría de los adultos guarda rencor hacia sus profesores, sobre todo los hombres: los chicos solían ser menos tímidos que las chicas y por lo tanto recibían más malos tratos. Guardan una sensación de hogra (injusticia), una herida sin cerrar. “Eso era en el campo. Un maestro me masacraba porque mis padres no le llevaban regalos. Si hubiera podido, lo habría matado”. ¡Cuantos alumnos se escapan del colegio!

«Sueño con volver a ver a algunos profesores, solo para que me expliquen por qué me pegaban»

Se aplasta todo intento de desplegar una personalidad, que es lo que debería enseñar la escuela. “A mí me pegaban sin motivo. Sueño con volver a ver a algunos profesores, solo para que me expliquen por qué”. “Yo iba 12 kilómetros al colegio de ida y 12 de vuelta, bajo la nieve, el frío o el sol. El maestro se ensañaba conmigo porque me retrasaba. Me escapé de la escuela”.

Los tipos de castigos corporales incluían puntapiés, bofetadas, golpes en la nuca… “Los maestros lanzaban proyectiles: el bolígrafo, la regla, zapatos, pizarras… Tú bajabas la cabeza y le daban al que estaba sentado detrás de ti, aunque no hubiera hecho nada”

En primaria, los golpes en el culo son moneda corriente. Mina, 18 años hoy: “Me ponía boca abajo, me subía el vestido y me azotaba delante de los compañeros. No se lo pude decir a mi padre. Dejé el colegio”.

La mayoría de los marroquíes ha llegado a conocer las herramientas de tortura: la tahmila en la planta de los pies, con un palo o con la célebre falaka, un listón de madera a la que está atada una cuerda con lazos. Se retiene al alumno en el suelo, con las piernas extendidas hacia arriba. Dos alumnos fornidos le inmovilizan los tobillos con la cuerda. El maestro lo azota, bajo los gritos del alumno, el miedo y las burlas de los compañeros.

La falaka existe todavía hoy.

Aunque prohibida desde 1999 por el Ministerio de Educación, la violencia perdura en los colegios públicos

Todavía es corriente ver en las aulas instrumentos de tortura: azfela, zerwata, akurrai (en tamazigh), una regla de madera o de hierro, un cinturón de cuero, zelat o mezlat (una rama de árbol), un vergajo de toro secado, la crafache o mechuita (látigo), y hasta una cadena de motocicleta…

Hoy día, en un colegio rural, el maestro tiene a mano tres piezas de tubería que utiliza según la gravedad del error cometido: una verde y gorda, una naranja de calibre medio y una última, blanca y fina. Otros suplicios son: tirar de los pelos, pellizcar, escupir en la boca, restregar pimienta en los labios…

A menudo, el alumno no se queja a los padres, por miedo a que lo castiguen por su parte. La violencia es más frecuente en el medio rural. Es, por cierto, una de las razones del abismo educativo entre ciudad y campo. Aunque prohibida desde 1999 por el Ministerio de Educación, esta violencia sigue perdurando, sobre todo en los colegios públicos. La enseñanza debería desarrollar la autoconfianza, la imaginación, la creatividad, la autonomía, el sentido de la crítica. Pero la pedagogía está desfasada.

La enseñanza se está reformando. Pero sobre todo hay que reformar la mentalidad de demasiados profesores para que respeten la dignidad del alumno e incluso la del estudiante universitario, porque ni siquiera en el ámbito de la Facultad se le respeta siempre al alumno.

Muchos padres jóvenes rechazan los castigos físicos infligidos a sus hijos, pero esto es sobre todo en los colegios privados. En el caso de los públicos, los padres tienen miedo a protestar, especialmente en el campo. Y demasiados padres y maestros todavía piensan que la violencia es indispensable para el aprendizaje.

Hace poco ha habido una movilización contra la violencia que los alumnos ejercen contra los maestros. ¿Cuándo habrá una que denuncie la violencia de los maestros contra los alumnos?

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© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en 360.ma · 16 Oct 2020 | Traducción del francés: Ilya U. Topper

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