Opinión

8 de Marzo. Crónica de un sabotaje

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos

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Cómo hemos llegado hasta aquí, se preguntan muchos, estupefactos. ¿Cómo hemos llegado hasta un 8 de Marzo dividido, enterrado bajo polémicas, acusaciones mutuas, expulsiones? ¿Cómo hemos llegado a destruir el feminismo, justo cuando parecía que íbamos avanzando? ¿Cómo puede ser que en una concentración previa al 8 de Marzo, un tipo con megáfono y hoja impresa en la mano lea públicamente un panegírico a mayor gloria de la prostitución que termina diciendo “La revuelta será puteril o no será”? ¿Y cómo puede ser que todo el corro aplauda?

¿Cómo hemos llegado al punto de que Izquierda Unida, por primera vez presente en el Gobierno, expulse a una histórica feminista e izquierdista como Lidia Falcón por haber arremetido contra la ideología queer y transactivista? ¿Y a que la directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno, se sitúe a favor de esa expulsión? ¿Y cómo puede ser que a Lidia Falcón la acabe defendiendo Barbijaputa, ese personaje que durante los últimos años ha sido la estrella de feminismo moderno, guay, cool e influencer, la que desde las páginas de eldiario.es surfeaba la ola de la misma izquierda “transversal”, “multicultural” y “deconstructiva” que ha llevado a Irene Montero al Ministerio de la Igualdad y a Beatriz Gimeno a su cargo actual? ¿Cómo puede ser que los mismos que pidieron (y obtuvieron) la cabeza de Lidia Falcón, ahora pidan también la de Barbijaputa?

En resumidas cuentas: ¿En qué momento se fue al carajo el feminismo?

Hay quien cree que el feminismo consiste en cumplir voluntariamente las normas del patriarcado

Para entenderlo no basta con mirar la pelea actual. Esta es fácil de resumir: Lidia Falcón y quienes la respaldan, en general reunidas bajo la denominación de “feministas radicales” (Radfem) defienden el feminismo de toda la vida, el que exige iguales derechos y libertades para hombres y mujeres. Un feminismo que lucha contra el patriarcado, ese sistema de valores que asigna roles, actitudes, valores, gustos, derechos y obligaciones diferenciados a las personas según su sexo: las niñas rosa, los niños azul, vírgenes y marineritos, en resumidas cuentas.

El otro bando, el que parece marcar la línea en el Instituto de la Mujer, parte de un análisis diametralmente opuesto: no existen los sexos biológicos, todo es una construcción social, por lo que ser mujer o ser hombre es un sentimiento que cada uno puede elegir y expresar como quiere (una idea conocida como ‘teoría queer’, a veces también como ‘teoría del género’). De ahí la necesidad de aprobar una ley (está ya en el Parlamento, en fase de enmiendas presentadas pero aún no debatidas) que otorgue a toda persona el derecho de declararse mujer, hombre o ni lo uno ni lo otro, según prefiera, y sin más trámite que la propia declaración. Si ser mujer y hombre es una decisión individual libremente tomada, se entiende, no puede haber opresión, porque cada uno elige los roles, actitudes, valores, gustos, derechos y obligaciones, cada uno podrá ser virgen o marinerito según quiera.

En coherencia con la idea de que todo se puede elegir, y nada es malo si se elige, la mayoría de quienes se adhieren a la teoría queer —no todos, no la propia Beatriz Gimeno, por ejemplo— consideran que no hay motivo para luchar contra lo que las feministas de toda la vida han considera lacras del patriarcado: ni contra la comercialización del cuerpo femenino, ni contra su reducción a máquina de parir, ni contra su instrumentalización por las religiones.

No es casualidad que en aquella concentración previa al 8 de Marzo, quien enarboló el megáfono para exigir que la revuelta (feminista) fuese “puteril” era alguien de quien usted y yo, lector, habríamos dicho a primera vista que era un hombre. No para quienes le aplaudieron: para ellas era una mujer con barba y pene.

Tampoco parece casualidad que 25 entidades de defensa de los derechos de gays y lesbianas o portavoces del colectivo transexual de España, capitaneadas por la histórica asociación Cogam, hayan difundido un manifiesto a favor de legalizar lo que llaman “gestación subrogada”: la utilización de la mujer como cuerpo despersonalizado al servicio de quienes desean perpetuar su estirpe genética.

Empezó con la idea de que el feminismo no era una ideología política sino un mero asunto de mujeres

Ni tampoco es casual que sean los movimientos y medios en la órbita de Podemos e Izquierda Unida que con más ahínco promocionan la imagen de mujeres veladas, en carteles o en platós de televisión, como expresión de “respeto al colectivo musulmán”: ¿qué puede haber de malo en someterse a las normas patriarcales religiosas, si esa sumisión es voluntaria?

Al igual que se puede ser puta voluntariamente, es decir ofrecer una ficción de sexo a cambio de dinero y pedir que la prostitución se regule como un trabajo más, o que se puede quedar una preñada voluntariamente de un hijo que será ajeno a cambio de dinero, se puede voluntariamente asumir (y ni siquiera a cambio de dinero) la responsabilidad de ir castamente tapada, cual caramelo envuelto, para no excitar a los hombres, violadores todos ellos en potencia y por derecho natural; esta es la consigna. Basta con declarar que es por libre voluntad.

Así hemos llegado al 8 de Marzo de este año: con dos bandos profundamente divididos que ambos levantan la bandera violeta. ¿Hay que luchar contra el patriarcado o basta con apropiarse de sus normas y cumplirlas voluntariamente?

Ahora, si usted se pregunta, lectora, cómo puede haber gente que cree que el feminismo consiste en cumplir voluntariamente las normas del patriarcado, debería repasar el historial de columnas, entrevistas, y mensajes en las redes sociales de cientos de mujeres que hoy se llevan, espantadas, las manos a la cabeza.

Porque el sabotaje del feminismo no empezó ayer. Empezó cuando esta corriente, que Barbijaputa estaba surfeando con tanto éxito, empezó a promover la idea de que el feminismo no era una ideología política y social sino un mero asunto de mujeres.

Empezó cuando a los hombres feministas se les retiraba el calificativo y se sustituía por el de “aliado”. Un hombre nunca es feminista, esa era la consigna. El feminismo pasó así de ser una ideología a la que adherirse a ser una condición innata, genética, genital. Toda mujer se convertía en feminista, hiciera lo que hiciera. Como máximo podía ser “alienada por el patriarcado”, pero no podía tener ideas patriarcales, para eso estaban los hombres, acostumbrados a tener ideas. En consecuencia, toda idea expresada por una mujer, ya fuese la de mercantilizar el sexo, alquilar úteros o exhibir el velo islamista, se convertía en cumbre del feminismo ¿cómo podía no serlo, si una mujer lo hacía voluntariamente?

Así, el 8 de Marzo se convirtió de un reivindicación ideológica (Día de la Mujer Trabajadora, es decir, de las mujeres conscientes de su condición social y económica) en un simple Día de la Mujer: ya no hacía falta ser consciente de nada. No hacía falta plantear, debatir y consensuar un ideario: cualquier mujer podía adherirse a la marcha con cualquier pancarta y cualquier consigna. Lo de tener y defender ideas para cambiar la sociedad quedaba para los demás, no para el feminismo. El feminismo podía defender a la vez una cosa y la contraria, tanto daba; lo único que importaba es que no hubiera hombres en la marcha.

Muchas se apuntaron entusiasmadas a la moda de acallar toda voz masculina al grito de “machirulo”

Pocas expresaron la nueva división sexual del mundo con tanta claridad como la propia Beatriz Gimeno al definir su concepto del “lesbianismo político” aseverando que “en la mayor parte de los periodos históricos las mujeres, si hubieran podido elegir, hubieran escogido no mantener relaciones sexuales con los hombres, no vivir con ellos, no relacionarse con ellos”. Pero muchas se apuntaron entusiasmadas a la moda promocionada por Barbijaputa de acallar toda voz masculina en un debate al grito de “machirulo” (con independencia de la opinión proferida: importaba el sexo de quien hablaba, no su ideario) o de “mansplaining” (ídem). Y ya de la moda de asignarle sexo a las letras —he visto escribir “cuerpas” y “matrocinio”— hablaremos otro día.

Probablemente, el 8 de Marzo ha necesitado el triste espectáculo del enfrentamiento para darse cuenta de que el machismo no se combate modificando vocales sino ideas. Y si usted, lectora, es de las que creen que ser mujer es cuestión de sentirse muy femenina, que ser puta empodera, que alquilar el útero es cuestión de libre elección y que vivir segregadas de los hombres es liberador, debería leerse el manifiesto “Por un 8 de Marzo sin velos” que han difundido feministas magrebíes que viven en España: argelinas, marroquíes, saharauis. Es decir, mujeres que tienen el patriarcado tan cerca, tan violentamente cerca, que no necesitan buscarlo en las reglas gramaticales de la Real Academia.

Debería leer el blog de estas activistas: entonces quizás entenderá que la opresión a la mujer se ejerce desde el momento de nacer (y desde antes), y no acorde a como una se siente. Entenderá que la prostitución es una parte intrínseca del patriarcado, porque es el patriarcado, y especialmente el religioso, el que relega el sexo a una esfera tabú, bajo control de los hombres, un control que se puede ejercer mediante la violencia dentro de la familia (esposa, hijas) y mediante el dinero, fuera. Entenderá que es patriarcal la presión para perpetuar una genealogía y asumir la función de dócil paridora. Al servicio del marido, de la familia o incluso de la hermana o cuñada, si es estéril.

Entenderá que la obligación de taparse para no excitar el deseo sexual de los hombres es parte del patriarcado, y un parte espantosa, diseñada para desterrar a la mujer, visualmente y físicamente, de la esfera pública, apartarla, segregarla, colocándola exactamente en el lugar en el que Beatriz Gimeno propone que deberían estar las mujeres: “No mantener relaciones sexuales con los hombres, no vivir con ellos, no relacionarse con ellos”. Entenderá que es para convivir para lo que hace falta la igualdad política y social entre mujeres y hombres.

Entenderá que el sabotaje al 8 de Marzo empezó el día en el que se redujo el feminismo a un asunto de mujeres. Y que en ese sabotaje han colaborado, sin ser conscientes de ello, quienes ahora se preguntan cómo el ideario entero del feminismo lo han secuestrado, anulado y aniquilado quienes encabezan la marcha del 8 de Marzo con una única consigna: creerse mujeres.

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