Tánger en verso
Ilya U. Topper
Farid Othman-Bentria Ramos (Ed.)
Estrecheños
Género: Poesía
Editorial: Lápices de luna
Páginas: 88
ISBN: 978-84-6084-989-6
Precio: 20 €
Año: 2016
Idioma original: castellano
No, no son sólo de Tánger los poetas reunidos en las páginas de “Estrecheños”. Pero tampoco son exactamente, o mejor dicho, no son ampliamente estrecheños, es decir de los dos arcenes de lo que Aziz Tazi (Fes, 1961) llama “Calle de agua”: sólo están los de la acera sur. El subtítulo, ‘Poesía de dos mares compartidos’ da otra pista falsa, pero el segundo sí define cuál es el sarmiento con el que se ha atado este florilegio: ‘Antología de poesía en español nacida en Marruecos’.
Es decir, estamos ante un trabajo con aspiraciones documentalistas. Necesarias, añadiremos: levante la mano quien pueda nombrar a un poeta marroquí que escriba en castellano. ¿Hola? Nadie? Y eso que deberíamos: ¿por qué nos habría de ser más ajena la poesía en castellano que se escribe en el país vecino que la que surge allende los mares y que circula con tanta fluidez por nuestras librerías?
Francia ha sabido corresponder a esa relación de amor de los plumíferos marroquíes con su lengua
Pero ¿existe? preguntarán ustedes. Conocemos el atractivo que el francés ejerce sobre los plumíferos marroquíes, y justo es reconocer que Francia ha sabido corresponder a esa relación de amor: ahí están los premios Goncourt a Tahar Ben Jelloun y a Abdellatif Laâbi, y no hablo de ciudadanos de familia magrebí – de éstos tendremos nosotros también un día, es cuestión de una generación – sino de una legión de escritores marroquíes que ha elegido el francés como idioma de expresión, sin salirse de su tierra, y llegando a dominarlo a la perfección, sin que fuera su lengua materna.
Con el castellano no ha habido un proceso similar, pese a que la presencia de España en la zona norte duró lo mismo que la francesa en el sur, y pese a que hasta hoy, una importante parte de la población norteña se expresa con mayor fluidez en castellano que en francés (y no digamos ya en árabe literario). Pero no nos constan sus escritores. Agradezcamos, pues, el trabajo del florista, apropiadamente llamado Farid Othman-Bentria Ramos: un aplauso merecido.
Bien, ya pueden sentarse. Ahora a nosotros, lectores, nos toca mirar más de cerca este ramillete de nueve autores y decidir si premiar a alguno.
No todo el monte es orégano. Conviene hacer una primera criba: Tres de los nueve poetas no son exactamente marroquíes. Está Cloti Jiménez Guzzo, psicóloga formada en Granada y residente en Madrid, eso sí, nacida en Tánger y nostálgica de ella. Pero su poesía – a mí no me disgusta – tendrá que batirse el cobre junto a los demás poetas españoles.
Da ejemplo del legendario afán de los sefardíes marroquíes por mantener en el corazón su patria
Lo análogo cabe decir de Moisés Garzón Serfaty, nacido en Tetuán pero residente desde 1958 en Venezuela; desconociendo su edad sólo colegimos que probablemente se criara allende el océano. Además de llevar el castellano como idioma materno, como corresponde a un sefardí de pro. Al igual que Simy Zerrad Chocrón, tetuaní y sefardí también, que dejó Marruecos a los 12 años, es decir hace casi medio siglo, para acabar en Argentina. Su poesía – si no me equivoco, su único poemario es el que ha dedicado a su ciudad natal – es un buen ejemplo del legendario afán de los sefardíes marroquíes por mantener en el corazón su patria. Como poesía, el adjetivo de naïf no le va mal.
Marroquíes que eligieron el idioma español, como pudieron haber elegido otro, hay seis, pues. Está el ya citado Aziz Tazi que sí se ha batido el cobre entre sus colegas de la acera norte, y efectivamente, su poesía se puede medir con la media habitual de nuestros latitudes. Menos labrada, más perdida entre excesos de palabras, menos madura, es la de Nisrin Ibn Larbi (Tetuán, 1981), profesora en su ciudad natal y doctorada en Cervantes. Formación que comparte con el veterano de las letras hispanas marroquíes, tetuaní también pero del 64, Abderrahman El Fathi. Los tres poemas incluidos en Estrecheños no hacen más que confirmar la ya ampliamente demostrada valía de este ensayista, lírico y escritor.
También tiene ya cierto recorrido en librerías españolas Lamia Al Amrani (Tetuán, 1980), con formación en Sevilla y trabajo en Zaragoza. A su poesía sólo se le puede hacer una crítica: la excesiva fascinación con la palabra hermosa, la frase justa, la imagen perfecta, que a veces nos asalta cuando conquistamos un idioma no del todo propio. Un afán por hacerlo bien, por acertar en cada verso, que nos impide soltarnos y encontrar una voz más propia, menos encajonada en la partitura, más jam session.
Precisamente jam session, un alegre y despreocupado experimentar con imágenes plásticas, es lo que nos ofrece Abdelmoutalib Driyaf Lebdaoui, aquí firmando como Ben Zahra. Inédito al parecer, sólo sabemos de él que llegó en 1992 a España como estudiante universitario y es actor. Podría ser un descubrimiento interesante, si no dejara una impresión dispersa, de pasarse de la raya (Ratas fumando puros / que se creen burros montando leones / con sillines de segunda mano), de no aclararse qué nos quiere contar.
Una iniciativa necesaria para conocernos, transeúntes por aquella calle de agua
He dejado para el final al antólogo y poeta Farid Othman-Bentria Ramos (Tánger, 1979), bien representando con diez piezas. También aquí sólo cabe constatar que se puede medir con cualquier poeta andaluz de los que tenemos en librerías. Yo, que soy mal lector de poesía y me aburro pronto, encuentro en casi todas las muestras de Farid ese verso que me llega, que deja cierta huella al ir goteando a través de la conciencia.
Una preocupación: en todo libro son molestas las erratas, y en poesía son especialmente molestas porque nunca se sabe si quizás el poeta quiso trasformar el lenguaje adrede. Pero cuando se trata de poetas que han adoptado el idioma de forma más tardía, se cuela además la fea sospecha de que sea simplemente falta de dominio. Hay sólo tres ejemplos, pero uno se pregunta si Farid Othman-Bentria no debería haber pasado la plancha para alisar, como quien no quiere la cosa. A él mismo sólo le sobra la tilde o la hache al Leviathán, pero “tienen ojos de cuyos colores / que no estoy autorizado a desvelar” (Ben Zahra), “¿quién es su testigo a él?” ( Aziz Tazi, galicismo por …“suyo”), o incluso el simple “¿porqué te escribo?” (Abderrahman El Fathi) hacen que uno tuerza un momento los labios.
En el lado positivo, apunten el breve pero instructivo prólogo de Alberto Gómez-Font, que hace un recorrido por el ambiente literario hispanomarroquí de décadas pasadas. En el negativo, el precio: a cinco duros la página se hace algo oneroso (y eso ya incluye los dibujos de Susana Román Jiménez que quizás transmitan bien una nostalgia blanquiazul de siluetas de chilaba que albergarán los sefardíes emigrados, pero no hacen justicia al país en el que y sobre el que escriben hoy los poetas). Desde luego, la imprenta es cara, (y más a color) pero uno desearía que existieran ayudas públicas a este tipo de iniciativas, tan necesarias para conocer no sólo a los vecinos sino a nosotros mismos, transeúntes todos los días por aquella calle de agua.
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