Crítica

Malaparte Superstar

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos

malaparte
Maurizio Serra
Malaparte, vidas y leyendas

Quien haya intentado alguna vez escribir una aproximación biográfica de cualquier personaje, sabrá que el principal escollo no reside, por lo general, en la falta de datos, sino en la dificultad para verificar aquellos de los que disponemos. La vida de los hombres es un marasmo de pistas falsas y de subjetividades que no siempre resulta fácil distinguir. Y si se trata de un hombre como Curzio Malaparte, experto en jugar con todas las barajas, campeón de la ambigüedad y de la reescritura de sí mismo, el empeño puede ser titánico.

Lo es, sin duda, el que Maurizio Serra ha llevado a cabo en Vidas y leyendas, acertadísimo título por contener las siete felinas existencias de este escurridizo personaje, uno de los escritores más fascinantes de la Italia del siglo XX, y también sus versiones apócrifas, sus falsificaciones interesadas y toda la mitología que generó a su alrededor. Si bien se ganó la posteridad en dos libros (¿eran novelas, reportajes?) memorables, Kaputt y sobre todo La piel, Malaparte gastó buena parte de sus esfuerzos en la escritura de su obra maestra, su propio guión vital, éste que Serra desentraña con dos instrumentos básicos: uno, un conocimiento profundo no sólo de la obra malapartiana, sino de la época en que vivió. Y en segundo lugar, un permanente cuestionamiento de todo.

“Era incapaz de engañar, porque para eso tendría que haber aceptado la realidad”, afirma el biógrafo, y con eso está dicho casi todo. Ni se llamaba exactamente Curzio, ni se apellidaba Malaparte; ni su famoso confinamiento en Lípari –una reprimenda de Mussolini– fue como lo contó, ni su divorcio con el fascismo fue tal… Sí estuvo en Rusia, y en Etiopía, y en China, “donde el socialismo se juega su última oportunidad”, aunque hay dudas de que lo recibiera Mao para contarle que admiraba sus Técnicas de golpe de Estado… Y sólo la enfermedad y la muerte le impidieron culminar su sueño de recorrer Estados Unidos, de Nueva York a San Francisco, en una gira triunfal en bicicleta. Pocos intelectuales como él merecen la manoseada denominación de testigos del siglo; pocos reflejan también la ambigüedad moral, ideológica y artística de su tiempo.

Narcisista, políglota, veterano duelista, pendenciero –a punto estuvo, al parecer, de liarse a puñetazos con su admirado Albert Camus en una discoteca–, poeta irregular pero prosista de un poderío abrumador, periodista dotado de un envidiable olfato y una ambición vigorizante, así es el retrato que Serra hace de nuestro personaje, sin eludir algunas cuestiones íntimas de su personalidad, como su desmedido amor por los perros y su extraña relación con las mujeres, a las que al parecer seducía de un modo fulminante, pero de cuyo contacto físico nunca llegó a disfrutar en plenitud. También aborda su paso de la literatura al cine, a lo Pasolini aunque sin tanta fortuna, y refleja a la perfección el desfile político que se produjo ante su lecho de agonía, en una clínica pagada por la Democracia Cristiana, y su tardía e irónica conversión al catolicismo, según ha explicado el biógrafo, “para no tener que ir a una clínica pagada por el Partido comunista”.

Si la vida, o las vidas, de Malaparte dan para una novela, es una novela de enredo, con un personaje central de una complejidad casi mareante, y desde luego nada edificante. Más o menos como el tiempo que le tocó vivir. ¡Ah! Para disfrutarla no hace falta haber leído Kaputt ni La piel, pero resulta muy difícil no verse tentado a leerlas o releerlas después de pasar la última página de esta biografía.