Reportaje

Inmigrantes, mafiosos y curas

Darío Menor
Darío Menor
· 8 minutos
Campos cerca de Rosarno, Calabria (Italia) | GJo (GNU)
Campos cerca de Rosarno, Calabria (Italia) | GJo (GNU)

Los enfrentamientos entre jornaleros africanos y vecinos en Calabria pone de manifiesto el poder de la mafia calabresa, que se beneficia de la mano de obra barata. Sólo la Iglesia alza la voz en defensa de los temporeros, mientras que los políticos, también los de ideología cristiana, piden más mano dura contra los inmigrantes.

Habían pasado sólo unas horas desde que unos desconocidos dispararon con una escopeta de aire comprimido a un grupo de jornaleros africanos en Rosarno, una pequeña localidad de la región italiana de Calabria. Los inmigrantes reaccionaron con furia a la agresión de sus dos compañeros y tomaron las calles del pueblo ante la incredulidad de los vecinos.

En aquellos momentos de tensión e incertidumbre, en los que no estaba claro qué había motivado el ataque ni cómo terminaría la revuelta, una voz se atrevió a señalar a la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa, como responsable de todo. No fue la de un político ni la de un miembro de las fuerzas de seguridad, sino la voz de un sacerdote. Quien hablaba era Pino De Masi, vicario general de la diócesis de Oppido-Palmi y representante en Calabria de Libera, el movimiento que aglutina a 1.500 asociaciones antimafia presidido por otro sacerdote, Luigi Ciotti.

“El problema de los inmigrantes está relacionado con la ‘Ndrangheta. Hay una explotación dirigida por la criminalidad organizada y esto se debe a la ausencia del Estado, que debe intervenir. Aquí la caridad no es suficiente, no resuelve el problema de raíz. Las instituciones deben hacer una política diferente para evitar que se repitan situaciones como esta, que dañan a Calabria y a los inmigrantes”. El acelerado devenir de los acontecimientos y los análisis posteriores de la Policía y de la Fiscalía dieron la razón a monseñor De Masi.

La policía confirman que la ‘Ndrangheta explota a los inmigrantes

A la guerrilla urbana de los más de 1.000 temporeros africanos que se congregaron en Rosarno los vecinos respondieron con una auténtica ‘caza al negro’, que alcanzó su momento álgido con los nuevos disparos que sufrieron los inmigrantes. Fue entonces cuando un fiscal y un alto cargo de policía refrendaron la tesis de De Masi y señalaron igualmente a la ‘Ndrangheta como culpable, primero, de explotar a los africanos y luego, de echarles a tiros de la zona.

La Iglesia denuncia

La rápida y valiente denuncia de De Masi tuvo su continuación en la homilía que el sacerdote de la iglesia principal de Rosarno, Pino Varrà, realizó el domingo 10 de enero, cuando la limpieza étnica ya estaba hecha en la localidad. Los bancos del templo estaban abarrotados de vecinos, que acudieron en masa para saber qué tenía que decirles su pastor en aquella situación. En lugar de exaltar la cuantía de su auditorio, el cura recordó a los que no estaban. “Falta John. Y Christian, Laurent y el pequeño Didou. Faltan también sus padres. Eran como vosotros, pero con la piel más negra, venían de África. No están porque les han echado”, denunció.

Don Pino recordó además lo que significa ser cristiano: “Hay que ayudar a los hermanos que se equivocan. Hemos visto que algunos se han equivocado pero esto no nos autoriza a golpearlos, perseguirlos, echarlos y matarlos. Debemos pararnos y entender si queremos ser cristianos”.

«La violencia no debe ser nunca el modo de resolver las dificultades”

La homilía del párroco de Rosarno coincidió al milímetro con lo que dijo Benedicto XVI en el Ángelus: “El inmigrante es un ser humano, diferente por cultura y tradición, pero, de todos modos, digno de respeto. La violencia no debe ser nunca para nadie el modo de resolver las dificultades”. La Iglesia, pues, muestra una total sintonía frente a la inmigración, evidente desde el Papa hasta el sacerdote de un pequeño pueblo del deprimido sur italiano.

La defensa por parte de la Iglesia de los derechos de los extranjeros y el empeño por facilitar su integración subleva a la Liga Norte, el partido xenófobo de Umberto Bossi, aliado de Silvio Berlusconi en el gobierno. Cuando estalló la crisis de Rosarno, a Roberto Maroni, ministro del Interior y miembro de esta formación, no se le ocurrió otra forma de calmar los ánimos que pedir más mano dura para los temporeros africanos. No le importaba que la mayoría de ellos tuviese los papeles en regla y trabajara en las condiciones de semi-esclavitud que dicta la ‘Ndrangheta.

Las palabras de Maroni conforman la última tesela del mosaico racista que la Liga Norte ha diseñado con la cuestión de la inmigración. En su construcción no han tenido empacho de enfrentarse abiertamente con la Iglesia, pese a que en sus estatutos la Liga exalta su raíz cristiana. El objetivo favorito de sus críticas es el cardenal arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, a quien no perdona que critique su cruzada contra la construcción de mezquitas en Italia. La Padania, el diario de los ‘liguistas’, le dedicó un incendiario artículo en el que llegaba a preguntarse si era en realidad un cardenal o un imam.

Las críticas de la Liga Norte no sólo van dirigidas al clero italiano, también al propio Vaticano. A Agostino Marchetto, secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, le ha llamado “catocomunista” y “comunista” por defender a los inmigrantes y criticar la política del Gobierno italiano al respecto.

Ante el secuestro de la agenda política del gobierno por parte de la Liga Norte y la virtual desaparición de la izquierda, la Iglesia ha quedado como la única institución potente que se preocupa por los extranjeros y hace frente al acoso que les dedica el Ejecutivo. Sólo le secunda un puñado de ONG.

El filósofo Giacomo Marramao, una de las conciencias del país, destaca que la “voz eclesial” es la más autorizada y la que más fuerte salvaguarda los derechos de estos nuevos italianos. “Es por ello que choca con la Liga Norte, cuyos dirigentes hacen declaraciones que serían imposibles en un país normal. En Italia parece que nos hemos acostumbrado ya a que los políticos sean xenófobos”.

Racistas, no. Superiores, sí

El racismo, considera Marramao, no es sin embargo exclusivo de la parte septentrional del país. “También se da en el sur, como hemos visto con lo que ha sucedido en Calabria. Al extranjero se le tolera cuando se obtiene un beneficio de él. Entonces se le explota. Cuando ya no hace falta se le tira como si fuera un producto inútil”, cuenta.

«En Italia nos hemos acostumbrado ya a que los políticos sean xenófobos»

La duda entre si Italia es, o no, un país racista, ha protagonizado el debate público tras lo acontecido en Rosarno. Giuseppe De Rita, presidente de la Fundación Censis, dedicada al análisis social, ha intentado lavar en parte la conciencia de los italianos en un artículo publicado en el Corriere della Sera.

“No he pensado nunca que seamos racistas en el sentido clásico del término. Creo que estamos convencidos de ser superiores por culpa de un súper-ego ligado a la historia. Los italianos se sienten más inteligentes, más despiertos y superiores a cualquiera. No sólo a las personas de un color diverso, también frente a otros occidentales”, considera De Rita.

Giovanni Sartori, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y eminente politólogo, rechaza la etiqueta racista para los italianos. “Hemos sido el pueblo donde mejor se han integrado los judíos a lo largo de la historia”, apunta a este semanario. El filósofo Marramao no está de acuerdo con el sociólogo ni con el politólogo. Piensa que en Italia existe hoy una nueva forma de racismo, la “xenofobia localista”. “Se considera que el territorio pertenece sólo a la comunidad que lo habita, la cual permanece cerrada frente al exterior. Es una concepción contraria a la democracia, que defiende que el territorio es de todos”, sostiene Marramao.

L’Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede, se ha decantado también porque Italia es racista con la publicación de un artículo de la historiadora Giulia Galeotti, quien recuerda las añejas raíces de este problema en el país y denuncia el “odio salvaje hacia los otros colores de piel”.