Reportaje

El cine sabe cruzar el Estrecho

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 11 minutos
Mohammed El Badaoui (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'SurÓscar Berdullas (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'SurAbdesslam Bouteyeb (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'SurEugenio Giorgiani (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'SurKamal Hachkar (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'SurTarik El Idrissi (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'SurMar Moreno (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'SurMohamed Nadif (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'SurJaïdi Moulay Driss (Nador, 2013) | © Alejandro Luque /M'Sur

Quienes aseguran que en Marruecos hay más festivales de cine que salas de proyección no exageran: medio centenar de eventos de este tipo, dedicados a materias tan diversas como el género documental o la animación, frente a poco más de 30 salas repartidas por todo el país. En Nador, donde la pasada semana se celebró la segunda edición del Festival Cine y Memoria Común, el más joven de estos certámenes, se confirma la tendencia inflacionista. No hay cines en toda la ciudad ni sus alrededores, pero durante una semana se han dado cita directores de ambas orillas del Mediterráneo en torno al lema escogido este año, Migraciones, Derechos Humanos y diversidad cultural.

La elección no es gratuita: la ciudad, a un tiro de piedra de Melilla y a una hora por carretera de territorio argelino, conoce las ventajas y los inconvenientes de vivir en la frontera. En pocos años ha pasado de ser más pequeña que la citada ciudad autónoma a casi triplicarla en tamaño, y ese crecimiento desmesurado sitúa ya su población por encima de los 180.000 habitantes. Cuentan que los bancos aquí ingresan más dinero incluso que la próspera Casablanca, gracias al contrabando y al tráfico de personas y hachís, aunque revierte muy débilmente en los servicios públicos. Nador se expande de un modo desordenado y sin gracia, pero ha sabido encontrar en el cine un buen oráculo al que interrogar.

 “Quería hablar del gran problema de la migración desde la comedia. ¿Por qué? Porque era difícil»

“Esta es una ciudad con una historia muy complicada, con una economía muy complicada, y la cultura ha sido lo último en lo que la gente podía pensar”, afirma el director del certamen, Bouteyeb Abdesslam. “Pero el Rif tiene derecho a tener un festival internacional, a aspirar a la cultura de alto nivel. Estamos dando sólo los primeros pasos”.

“Hablar de migraciones no implica únicamente mirar a la frontera”, prosigue. “Para nosotros la diversidad cultural es un hecho que tiene que ver, sobre todo, con la democracia. Una y otra van juntas, y tanto la política como el cine tienen la obligación de trabajar a favor de las personas”.

Prueba de ello es que los enfoques de los títulos presentados a concurso abarcan un espectro muy amplio: hay miradas románticas y gritos de denuncia, retratos profundamente humanos e indagaciones sociológicas, relatos duros y enfoques llenos de desenfado. A éste último pertenece Andalousie mon amour, el primer largometraje como director del popular actor marroquí Mohamed Nadif, que despoja al hecho migratorio de su habitual carga dramática. “Quería hablar de este gran problema desde la comedia”, comenta. “¿Por qué? Porque era difícil. Y porque el humor permite hablar de un montón de temas que son difíciles de abordar de otro modo”.

Una de las producciones más polémicas ha sido sin duda Tinghir-Jerusalem, les echos du mellah, la propuesta del joven Kamal Hachkar sobre el mundo de los judíos marroquíes que ya suscitó cierto escándalo en el último festival de Tánger. Dicha cinta ha sido la gran triunfadora del certamen junto con Budrus, de la palestina Julia Bacha, que narra la lucha pacífica del pueblo del mismo nombre para impedir que la valla de separación israelí afectara a sus tierras. Ambas compartieron ex aequo el premio al mejor filme documental y el premio de la prensa local.

Pioneros en el Rif

El fenómeno migratorio, en efecto, no sólo afecta a Marruecos y el Magreb. Directores como el griego Constantine Giannaris, con la cinta Man at sea, o el luso Sérgio Tréfaut con su Voyage au Portugal, ofrecen su visión desde distintos extremos de Europa. También lo hace el siciliano Eugenio Giorgiani con su ópera prima, Le son du Grillage, rodada en Melilla. “Todavía hay cuestiones sobre la inmigración que no se han tocado”, afirma. “Ciudades como Palermo se han convertido en un refugio, en una especie de purgatorio al que están regresando muchos emigrantes africanos de Alemania y Francia. Allí la policía no te jode y existen espacios de respeto”, añade el director.

Tarik El Idrissi, cineasta de la vecina Alhucemas que concursa con Denya Etne9rab, un corto sobre las pateras, conoció en su propia piel la dramática aventura de la emigración clandestina. Con 19 años se embarcó como polizón en un carguero con destino a Canarias, anduvo en las islas dos años y recaló en Madrid, donde empezó por casualidad a hacer teatro y luego cine. Ahora tiene 35 y gana premios en festivales internacionales.

“Recuerdo que la primera vez que vi una furgoneta de pan bimbo creí que era la policía, que venía a por mí”, recuerda entre risas. “Me fui porque chocaba con mi padre, que quería que estudiara medicina. No pasé hambre nunca, éramos de clase media-baja, pero yo necesitaba ser yo mismo”.

Hace cuatro años, Tarik regresó a su país para quedarse. Vino a ayudar en una producción, le salieron más trabajos del mismo tipo y se dio cuenta de que le iría mejor en Marruecos que en la España depauperada de hoy. Invirtió en una cámara y abrió productora en Rabat, pero sus filmes hablan una y otra vez de su tierra, el Rif. “La cultura bereber ha sido oprimida durante siglos, por árabes, españoles y franceses. Todo lo que sabemos de nuestros antepasados se lo debemos a la tradición oral, así que tenemos que subirnos al tren de la tecnología y contar muchas cosas: estamos obligados a ello”, dice.

«Lo que sabemos de nuestros antepasados se lo debemos a la tradición oral, debemos contarlo»

Junto con Tarik, Mohammed El Badaoui, también de Alhucemas y como aquél formado en España, representa a la primera generación de cineastas de esta región: no hay precedentes. Su largometraje Soleil-man habla de los celos machistas, pero también de los abundantes cánceres diagnosticados entre los rifeños a causa de las bombas químicas que, según afirma, lanzó el ejército español en la guerra de los años 20. “Alhucemas es un pueblo maravilloso y desconocido, que no ha tenido el cariño del Estado marroquí, pero nosotros podemos mostrar al mundo a través de nuestras películas. Y también debemos hablar de la gente que sufre, y que ha vivido apartada”, subraya.

“En los últimos años el Rif ha vivido avances, pero queda mucho por hacer”, agrega Tarik. ¿Ayudarán los festivales de cine a lograr estos objetivos? “La actividad cultural de la zona es casi cero, así que cualquier esfuerzo por el arte, la cultura y la investigación es muy importante. En la última década ha habido un boom cultural en la región, pero no profesional: es gente que por su cuenta ha querido impulsar esta identidad como podía”.

A su lado, el tímido Omar Bouamar, de 13 años, debutante como actor en Soleil-man, califica su experiencia en el cine como magnífica. “Me ha gustado mucho y quiero seguir. Pero no me lo tomo como un juego: para mí esto es un oficio”, asevera. Mientras, a las puertas del centro de proyecciones, un nutrido grupo de desempleados protesta con pancartas y altavoces contra el despilfarro que supone un festival y exige trabajo para todos los vecinos de Nador.

España busca socios

Hasta hace sólo un par de años, cualquier director magrebí que quisiera sacar adelante un proyecto tenía que llamar a las puertas de España, de Francia o de Bélgica, esos acaudalados primos europeos. Ahora, debido en buena parte a la crisis económica, se empiezan a ver cineastas españoles que hacen el camino inverso. Es el caso de Óscar Berdullas, joven director ceutí afincado en Granada que estrenó el año pasado el documental El secreto de los libros plúmbeos, y que se ha dejado caer por Nador en busca de socios para sus futuros rodajes. “En Europa necesitamos más que nunca trabajar la producción internacional, y tenemos la ventaja de contar con puentes en África y en América”, explica.

“La lógica se impone, nuestra cultura es cada día más débil, las instituciones no nos apoyan. Para los marroquíes, en cambio, un colaborador europeo es un prestigio”, añade Berdullas, quien ya pudo mostrar su trabajo en el festival de Tetuán. “Los certámenes españoles cada vez ponen más trabas, las televisiones han perdido mucha capacidad para apoyarnos, y en concreto en Andalucía parece que no hay interés en apostar por nuestra propia historia. Toca ampliar horizontes”, dice.

Un eventual rodaje en Marruecos, según algunos cálculos, abarataría los costes notablemente. “Un camión Red One, cuyo alquiler en España es de 1.200 euros, puede conseguirse aquí por la mitad de precio, si tienes los contactos adecuados”, aseguran varios directores. Otros, en cambio, ponen el acento en la censura previa de las autoridades: “Aquí, sin permiso del CCM, el Centro de Cinematografía Marroquí, no puedes rodar ni un anuncio”, señala otro realizador.

Kiko Medina, productor almeriense que concurre al certamen con el corto La hégira, de Litio Deliro, es de los que no acaban de verlo claro: “En España todos vamos a tener que abrir brecha para las producciones internacionales, pero sólo rodaremos donde podamos hacerlo con confianza. Por ejemplo, vivimos en una industria que depende de las subvenciones, y si en un lugar no te dan ni una factura, tienes un problema”, sentencia. “No me importaría buscar dinero en un país emergente como Marruecos, pero para un rodaje, de momento, hay más barreras que posibles beneficios”.

“Estéticamente, el Rif es alucinante, te garantiza una fotografía maravillosa»

Mar Moreno, española radicada en Londres que concurre al festival con el corto Mush Push, ya sabe lo que es rodar en el norte de Marruecos. ¿Volvería a hacerlo? That’s the question. “Estéticamente, el Rif es alucinante, te garantiza una fotografía maravillosa. Y la logística, en efecto, es mucho más barata, aunque los equipos tuvieran que venir de Casablanca y Marrakech. Pero ser mujer directora es algo que no todos entienden todavía, hay que hacer un esfuerzo para imponerse”, asegura. “Por otro lado, la recepción en festivales está siendo muy buena, entre otras cosas porque en mi película no hay desnudos ni sexo, cosas que todavía son en Marruecos más problemáticas que hablar de política”.

Lo seguro es que el cine marroquí está empujando con fuerza. Filmes como Los caballos de Dios, del parisino de origen marroquí Nabil Ayouch, o Zero, de Noureddine Lakhmari, certifican de algún modo la pujanza y la madurez de la industria del celuloide en este país, además de su tirón de taquilla. Por si cupieran dudas, el Festival de Valladolid, la popular Seminci, tendrá a Marruecos como país protagonista de su próxima edición.

Camino por delante

Para Jaïdi Moulay Driss, crítico cinematográfico, profesor e investigador en Rabat, el espectacular boom de los festivales marroquíes se apoya en el desarrollo económico como en la especialización: “Marrakech, Tetuán, Tánger, Agadir, ahora Nador, están ayudando mucho a algo tan necesario como el diálogo directo entre creadores y público. Lo que hace falta es una mayor profesionalización, mejorar las condiciones y aumentar la calidad de las películas si queremos acercarnos a los niveles europeos”.

Con un presupuesto de 200.000 dólares, en sólo dos años el Festival de Nador ha logrado obtener la calificación internacional B y colocarse como el quinto en importancia de Marruecos. Pero sus responsables son conscientes de que queda mucho camino por recorrer: “La infraestructura cultural en la zona es inexistente, y eso afecta a todo”, comenta Bouteyeb Abdesslam. “La calidad de la proyección todavía es malísima, el clima general debe mejorar también… Avanzamos con dificultad, pero esperamos tener fuerza para seguir en los años próximos. Tenemos muchas que discutir, y queremos hacerlo aquí”, concluye.