Reportaje

Una república en el limbo

Irene Savio
Irene Savio
· 14 minutos
Manifestación prorrusa en Simferópol (Marzo 2014)   |  © Irene Savio
Manifestación prorrusa en Simferópol (Marzo 2014) | © Irene Savio

Simferópol | Marzo 2014

«Si hoy nace un niño en Crimea, para Ucrania no existe y para Moscú tampoco». Así resumió un funcionario ucraniano la situación de la península díscola. Era mediados de marzo; el Parlamento se acababa de declarar independiente pero todavía Rusia no había firmado el documento que certificaba el ingreso de Crimea en la Federación Rusa.

«Las nuevas autoridades de Crimea no han pensado en esto. Así, ahora la burocracia crimeana está completamente paralizada. Kiev ha dejado de registrar en sus sistemas los documentos que expiden las autoridades de la península y Rusia todavía no los ha incorporado», detallaba Víctor Nagarov, delegado del Ministerio de Interior de Ucrania en Crimea. Desde que el Parlamento crimeano fue tomado por grupos armados el 27 de febrero y votó cambiar de presidente – y con más motivo aún después de la declaración de independencia, el 12 de marzo – Kiev no considera válidos los documentos que proceden de las autoridades de esa península.

«Entendemos que es un momento delicado, pero lo que tienen que hacer todos es esperar hasta que Crimea sea Rusia y luego se solucionará todo», indicaba, por su parte, Sergéi Chubanov, diputado del Parlamento crimeano, la Rada, y miembro del partido Rusia Unida, actualmente en el poder en Simferópol.

Todo lo que era ucraniano perderá su validez: matrículas de coches, licencias comerciales, códigos bancarios…

Ahora, dos semanas más tarde, Crimea ya está formalmente reconocida como territorio ruso por parte de las autoridades del Kremlin, pero falta poner en marcha la máquina burocrática. Y nadie tiene muy claro cómo y cuándo arrancará ese procesos. La ley internacional –en concreto, la Convención de Montevideo (1933)– no exige el reconocimiento externo de otros Estados como condición previa para que considerar que un territorio tenga soberanía, señala Irene Victoria Massimino, jurista experta en derecho internacionl. Por otra parte, «los documentos crimeanos en este momento no tienen validez alguna en el exterior», añade.

No sólo en el exterior: la gente da por hecho que una vez formalizada la escisión de Kiev, todo lo que hasta ahora estaba censado como ucraniano perderá su validez: las matrículas de los automóviles, las licencias comerciales, los contratos de propiedad inmobiliaria… e incluso los códigos bancarios.

Esta es la mayor incógnita: ¿qué ocurrirá con el dinero que los crimeanos tienen en los bancos ucranianos con sucursales en Crimea? Uno de ellos, Privatbank, ya cerró sus oficinas de atención al público en la disputada península, y la mayoría de sus cajeros automáticos no permiten ya sacar dinero. Luego, el viceprimer ministro de Crimea, Rustam Temirgaliev, aseguró que los bancos ucranianos podrán seguir funcionando en Crimea únicamente con la condición de registrarse como entidades extranjeras.

De ahí tal vez que ya a mediados de marzo, Crimea anunciara que las ramas locales de las empresas estatales ucranianas serán nacionalizadas. Otro gesto era pasarse al huso horario de Moscú, dejando el de Kiev.

Sentada en una cafetería de Simferópol, la capital de la península, Nastia mata el tiempo bebiendo un té, entre otros jóvenes, todos rusófonos, que se comunican las últimas noticias. «Ahora mismo no tengo nada que hacer. Ni sé si mi título universitario es todavía válido», señala.

«Quiero pasar mis vacaciones en Grecia, pero no sé con qué documentos y si habrá que pedir un visado»

La incertidumbre no acabó tras el referéndum. «Este verano quisiera pasar mis vacaciones en Grecia, pero no sé si podré, con qué documentos y si habrá que pedir un visado», explicaba Tania, una joven que votó a favor del ingreso en Rusia. Pero no sabe cuándo le van a dar el pasaporte ruso al que tendrá derecho. Todo el proceso se asemeja a un salto estratosférico. Alexánder Ryabkov, diputado de la Rada de Crimea, admitió que los propios políticos locales ignoraban cómo iba a avanzar el proceso de integración en Moscú.

«Los problemas más serios los tendremos con los inmuebles pues la legislación rusa es diferente de la ucraniana», indica Sergéi Chubanov. Tampoco se sabe quién pagará este proceso que,  sin duda, tendrá un alto coste. «Parece ser que la tramitación de la documentación será gratuita para los ciudadanos y Rusia ya ha dado algo de dinero», avanza el economista Alexei Bridko. La mayoría de la gente confia en que Moscú solucionará todo.

Algunos, de hecho, sienten tal orgullo y emoción por la situación que son optimistas sobre el futuro. «Las compañías crimeanas no tendrán problemas, se adaptarán», opina el empresario Igor Iukashenko, mientras ondea una bandera con la hoz y martillo de la extinta URSS delante del Parlamento.

Entusiasmo

Entusiasmo no faltaba, desde luego, en el referéndum, que el 16 de marzo hizo acudir a las urnas la gran mayoría del millón y medio de crimeanos con derecho a voto. Había dos opciones: separarse de Ucrania y unirse a Rusia o bien regresar a la Constitución de 1992, que otorgaba a la República de Crimea mayor autonomía que el actual estatuto y que fue abolida en 1995 por el Parlamento ucraniano. Mantener el statu quo no era opción.

El resultado fue aplastante: el 97 % de los crimeanos que votaron eligió ser parte de Rusia, según cifras oficiales, que no han podido ser verificadas por observadores internacionales, al igual que la supuesta participación superior al 80% . Eso sí, la alta participación era evidente en los colegios electorales durante la jornada. Los prorrusos llegaban desde primera hora de la mañana, esgrimiendo su desacuerdo con el Gobierno interino de Kiev, integrado también por fuerzas ultranacionalistas. «Los ucranianos nos llaman traidores pero son ellos que los nos han traicionado con su revuelta fascista en Kiev», creía Alexandra Gregoriona, de 83 años.

Tatiana Bridko, una profesora de inglés de 34 años, es tajante: «Ninguna nación occidental hubiera permitido que la oposición de su país pusiera en llamas la principal plaza de su capital y tomara el poder mediante la violencia», dice, en referencia a las protestas del Maydan en Kiev que hicieron caer al prorruso Víctor Yanukovich en febrero. Y no estaba predestinada precisamente a la simpatía con Moscú:  «Mis abuelos eran alemanes y fueron asesinados por los rusos durante la segunda guerra mundial. Pero he perdonado y hoy quiero ser rusa», afirma.

«Los europeos no nos entienden y toman decisiones basadas en su visceral rusofobia»

Otros simplemente parecen rebelarse contra las críticas de las potencias europeas. «Los poderosos del mundo tienen un doble rasero. ¿Por qué Kosovo sí y nosotros no?» se preguntaba Igor Kondrashov, funcionario de 47 años. «Los europeos no nos entienden y toman decisiones basadas en su visceral rusofobia», añade. «Voté por la reunificación. Somos rusos y acabamos en Ucrania por cosas del destino, cuando nos regalaron en 1954», comenta otra votante, en referencia a la decisión de Nikita Jrushchev de desgajar la península del territorio ruso y adjudicársela a Ucrania, un gesto que apenas tenía importancia en el contexto de la Unión Soviética, donde las fronteras internas eran meramente administrativas.

De hecho, hay nostalgia por aquel estado de cosas. «¡La URSS no ha muerto y nosotros seremos parte de ella!», exclama Nicolai Derkatch, crimeano rusófono, días antes del referéndum, al saber que la Rada ha declarado la independencia. «Sabemos que Putin no es socialista, pero el futuro de Rusia sí lo es», añade el ingeniero Denis Astapend.

«Rusia luchó contra Hitler, nos protegió. ¿Estados Unidos qué hace? Divide los pueblos, crea conflictos», afirma el economista Kostantin. Le respalda Elena Senchira, de 50 años: «Nadie ha ocupado Crimea». Otros son pragmáticos: «Peor de como estamos, no nos puede ir». Así de clara es la empresaria Ludmila, quien culpa al Gobierno de Kiev de la pobreza y desigualdad social que hay en Crimea. «Lo único que sé es que con todo el corazón quiero ser ruso y no quiero que destrocen mi cultura», añade Sergei Leonov, de 40 años, mientras un grupo empieza a gritar «¡Rusia! ¡Rusia! ¡Rusia!»

«Sabemos que Putin no es socialista, pero el futuro de Rusia sí lo es» dicen nostálgicos de la URSS

Entre cantos y danzas, centenares de prorrusos salieron a las calles de Simferópol. A ratos, parecía que Crimea entera había ganado la lotería. «Volvemos a casa», lanzó el dirigente separatista crimeano Serguei Axionov. Las banderas de Rusia ondeaban por doquier. Delante del Parlamento, los cosacos sacaban pecho en formación militar. En los alrededores de la plaza Lenin, entre milicianos, soldados y unidades policiales berkut – las ya ex fuerzas especiales ucranianas – hubo atascos, mientras el escenario preparado desde la mañana difundía a todo volumen músicas tradicionales, acompañada por fuegos artificiales. Poco les importaba que Unión Europea (UE) y Estados Unidos hubiesen dejado claro que no reconocerían los resultados de una consulta que consideraban «ilegal».

Temores

Pero hay quien se preocupa. Antes del referéndum, muchos almacenaban comida en casa. «Mi familia, como otras, hace acopio de alimentos. Yo he comprado harina, agua y azúcar», explicaba Yekaterina, que es rusoparlante, habla un perfecto inglés y está en contra de la unificación de Crimea a Rusia, como muchos de los jóvenes crimeanos. La incertidumbre alimenta los rumores. «Algunos dicen que hay milicianos que están pasado por las casas de todos aquellos que están en contra [de la anexión a Rusia], anotan sus nombres y destruyen sus pasaportes», dice Yekaterina.

Otros han votado con los pies, ya antes del plebiscito. «Nos podrían matar si nos quedamos», dice un jóven en el andén de Simferópol, esperando el tren hacia Kiev. No es el único. También se va Viktoria Polishchuk, de 29 años, originaria de la región de Jmelnitskyi, en el este de Ucrania, pero afincada desde hace 10 años en la península. «No puedo creer que pase esto. Yo soy ucraniana y hablo ruso. ¿Por qué nos han dividido?» pregunta antes de subirse al vagón, con el billete en las manos.

«Me voy. Me llevo algo de ropa y mi cámara fotográfica. El resto lo dejo aquí, quizá así no tendré problemas para cruzar la frontera. Nos han dicho que están revisando y apuntando los nombres de aquellos que se van. Lo cierto es que tengo miedo», concluye Vicktoria que, a causa de su decisión, también rompió con su novio. «Soy crimeano desde hace cuatro generaciones y nunca he tenido problema. Pero ahora se están creando las circunstancias para que nos vayamos», abunda otro joven.

Según el Ministerio del Interior de Ucrania, al menos 300 personas dejaron Crimea antes del referéndum y en los últimos días ha subido la cifra a 1.700, pero es difícil de comprobar. «Personalmente, he visto a unas 100 personas, la mayoría mujeres. Nuestros hombres nos han dicho que era mejor que nos fuéramos de la península pero ellos se han quedado», señalaba una chica a mediados de marzo.

Algunos relatan incluso que redes ucranianas han puesto en marcha programas secretos para el traslado de los crimeanos que desean irse de la península porque tienen miedo o han sufrido agresiones. «Se les da dinero para el viaje y alojamiento», cuenta una joven de una organización ucraniana que opera en Crimea desde el inicio de la crisis. «El dinero proviene de donaciones de ucranianos», añade esta mujer, que solo acepta hablar bajo condición de anonimato.

El presidente desconocido

Entre los que se han quedado también hay cierta desconfianza. El temor más inmediato es caer en manos de alguna organización mafiosa. En Crimea las hay. Según un informe del 2002 del Departamento de Estado de EEUU, desde la independencia de Ucrania en 1991, «las tensiones entre la república autónoma y Kiev han ofrecido un entorno muy apetecible para el crecimiento del crimen organizado» en la península.

Incluso hay quien relaciona con la mafia a Sergei Axiónov, el nuevo presidente del Parlamento de Crimea. «En los años 90, Axiónov era conocido con el apodo de «El duende», al ser miembro de una banda criminal conocida en Crimea», ha dicho Andriy Senchenko, miembro del partido Batkivchina. Según otros, tiene fama de corrupto.

A Axiónov se le tiene por un títere de Moscú, pero no se sabe si será capaz de controlar la situación

Axiónov niega todas las acusaciones y se define como «un hombre de paz». Pero lo cierto es que nadie sabe muy bien por qué ha llegado a su puesto. La mayoría, tanto los ucranianos como los rusoparlantes, poco o nada sabían de él hasta el 27 de febrero, fecha en la que una cincuentena de hombres armados con metralletas y encapuchados se presentaron delante de la Rada, el Parlamento regional de Crimea, lo ocuparon, izaron la bandera rusa y, en pocas horas, obligaron a quien hasta ese momento había sido jefe de Gobierno de Crimea, Anatoliy Mogilev, a renunciar a su cargo.

Acto seguido, 53 parlamentarios votaron que Sergei Axiónov, exmilitar y empresario, asumiese el mando. La sorpresa general fue absoluta. Axiónov no formaba parte de las figuras de relieve de la política crimeana, ni su nombre había aparecido en las quinielas para liderar un futuro gobierno de esta península.

Axiónov llegó a la política en el 2008 y figuraba entre los dirigentes del partido Unidad Rusa (UR), uno de los partidos pequeños que defendían los intereses de la comunidad rusófona en la península.

En las elecciones del 2010, este político nacido en 1972 en Balti –un territorio de la extinta URSS y hoy en Moldavia– cosechó su primer éxito electoral: logró ser nombrado diputado en un Parlamento dominado por otras tres grandes formaciones políticas. Pero su partido apenas obtuvo tres escaños en un hemiciclo de 100 parlamentarios.

«Se puede decir que era un completo desconocido. Pero está claro es que es un títere de Moscú», explica Zahir Akabirov, un periodista independiente afincado en Simferópol. «También hay dudas sobre el alcance de su capacidad para controlar la situación en Crimea. Las tropas rusas solo responden a Moscú y parte de los jueces de la magistratura se han negado a obedecerle», agrega.

Por lo pronto, el Parlamento de Crimea ha prohibido dos formaciones políticas ucranianas: el movimiento Pravy Sektor (Sector Derecho) y el partido ultranacionalista Svoboda, este último heredero del Partido Social Nacional de Ucrania (SNPU), de ideología cercana al nazismo y que en la actualidad cuenta con un puesto importante en el Ejecutivo de Kiev: el de Oleksandr Sych, viceprimer ministro de Ucrania.

Por su parte, Kiev acusa Axiónov de «derrocar por la fuerza un gobierno democráticamente elegido», delito punible con diez años de cárcel. Podría ser detenido si pisa territorio de lo que ahora ya es un país vecino.

crimea

Las fechas

siglo XV: Janato tártaro.
siglo XVI: Soberanía otomana.
1783: Anexión de Crimea por el Imperio Ruso.
1853–1856: Guerra de Crimea.
1921: República Autónoma soviética (dentro de Rusia).
1954: Transferencia de la república autónoma a Ucrania.
1991: Colapso de la Unión Soviética. Crimea permanece en Ucrania.
2014: Crisis de Ucrania.
22 Feb: Derrocado el presidente  ucraniano Víctor Yanukovich.
27 Feb: Grupos armados toman el Parlamento de Crimea.
11 Mar:  Parlamento de Crimea y Consejo de Sevastopol se declaran unidos.
     16 Mar: Referéndum. Gana el Sí a la adhesión a Rusia.
     21 Mar: Moscú ratifica su aceptación de Crimea.