Crítica

Extranjeros en su propia tierra

Clara Palma
Clara Palma
· 6 minutos

Xenia
Dirección: Panos H. Koutraskoutras-xenia

Género: Largometraje
Produccción: 100% Synthetic Films / Wrong Men.
Guión: Panos H. Koutras / Panagiotis Evangelidis.
Intérpretes: Kostas Nikouli, Nikos Gelia, Yannis Stankoglou, Marissa Triandafyllidou.
Duración: 135 minutos
Estreno: 2014
País: España


Los griegos son uno de esos pueblos que saben lo que son los desplazamientos forzosos, la deportación y la diáspora. Así lo atestiguan hermosas y melancólicas palabras, como xenitiá, la tierra en la que eres extranjero, o xenitévome -literalmente, volverse un extraño, es decir, emigrar-. De la misma raíz procede la xenía que da título a nuestra película, y que no podría significar otra cosa que “hospitalidad”.

Sin embargo, la identidad griega contemporánea ha ido olvidando que todos somos extraños en algún sitio, y se ha estructurado entorno a un monolito homogéneo de lengua, religión y sangre. Y ésta última es, como de costumbre, el factor el más relevante. Un griego del Ponto puede obtener la nacionalidad griega, aunque su lengua materna sea el ruso, y le vayan a marginar por tonto y por sucio. Un griego de la minoría turca de Tracia es también ciudadano, aunque su religión sea la musulmana y le vayan a marginar por ser sin duda alguna un espía al servicio de Ankara.

Su madre, ya le vale a la muy desalmada, es albanesa, lo que les convierte en ciudadanos de segunda

Pero hay más de 100.00 personas, cuya vida ha transcurrido entera en el país heleno, a los que no se les margina, sino que directamente son parias sin ciudadanía ni derechos, porque sus padres son bárbaros venidos del extranjero. “Naces griego; nunca te vuelves griego,” se escucha con triste frecuencia. De hecho, Danny y Odyseas, los hermanos protagonistas de la película, tienen nada menos que mitad de sangre griega. Pero su madre, ya le vale a la muy desalmada, es albanesa, lo que ya les convierte automáticamente en ciudadanos de segunda.

Dado que el padre griego los abandonó sin reconocerlos legalmente, cuando muere la progenitora -titular del permiso de residencia del que dependían ambos hermanos aún menores de edad-, cae sobre ellos el riesgo de la deportación. De la deportación a un país que nunca han pisado y en el que no conocen a nadie, en el colmo de un absurdo desgraciadamente real. “Seremos extranjeros allá donde vayamos,” dice María, una chica ucraniana, en un momento dado. “O nos sentiremos en casa allá donde vayamos,” responde Odyseas en un arranque de optimismo.

El caso es que ambos hermanos se embarcan en una especie de road trip. Parten desde una Atenas decadente, marcada por el ánimo depresivo de la crisis y por el miedo de los inmigrantes a la policía y a los matones de Amanecer Dorado. Y van hacia Salónica, donde según han oído vive ahora su padre biológico, ex chulo y extorsionador ahora reconvertido en respetable candidato de la ultraderecha, del que esperan obtener algún tipo de reconocimiento legal.

Odyseas tira por la borda la vida mediocre e “integrada” lograda gracias al mimetismo y la autonegación

Paralelamente Danny, el principal protagonista, transita desde los resabios infantiles de la adolescencia -con el doble estigma de extranjero y gay- hacia una identidad más madura, que no supone sin embargo una renuncia a la rebeldía. Odyseas, por su parte, tira por la borda la vida mediocre e “integrada” lograda gracias al mimetismo y la autonegación.

El viaje iniciático de ambos hermanos lo acompaña una apabullante playlist de música italiana de los 70, en la que brilla con luz inmortal la diva Patty Pravo, breve figurante en la película. Será una de sus canciones, “Tutt’a piu”, la que Odyseas interprete en la prueba de selección de una especie de Operación Triunfo helena, el otro motivo por el que los hermanos viajan a Salónica. Aunque incluso su derecho a convertirse en un talento “griego” es puesto en duda.

Los dos jóvenes actores, Kostas Nikoloudi y Nikos Gelia, saben demasiado bien lo que es que en el colegio se metan contigo por ser albanés. En su estreno en la profesión, ambos logran crear unos personajes quizá muy extremos, pero convincentes -cuya madurez quizá contrasta un poco con los 15 y 18 años que deberían representar-.

El guión funciona en su conjunto, y logra salir airoso de uno o dos giros un poco forzados y de algún que otro interludio de realismo mágico kitsch. La cámara se desliza con comodidad por una Grecia sugerente, marginal, poblada de personajes un poco neuróticos en busca de su propio destino. No es sin motivo que el resultado final ha sido calificado por la crítica griega de “almodovariano”.

El filme sin duda forma parte de la prometedora hornada que se ha dado en llamar el “new wave griego”. Si bien es mucho más facilón que las películas tipo “Canino”, de Yorgos Lánthimos que han proliferado últimamente -herméticas, agobiantes, y desesperadas-, Koutras ofrece su propia versión de una sociedad profundamente enferma y asfixiante, representada alegóricamente por familias tirando a disfuncionales. La diferencia es que en “Xenia” se muestra un camino de salida, que permite a los protagonistas no sacrificar su humanidad, y mantener la dignidad y la capacidad de subversión.

La película cosechó buenas críticas en Cannes. Después arrasó en la sexta edición de los premios de la Academia Helénica de Cine, el pasado 30 de marzo, incluyendo los trofeos a la mejor película, el mejor director, y el mejor guión. Pero Koutras y su equipo se lo han tomado en serio, y se niegan a recoger los galardones hasta que el nuevo gobierno de Syriza cumpla una de sus promesas electorales; el proyecto de ley va camino del Parlamento, y es posible que, si la burocracia lo permite, pronto los niños nacidos en Grecia tengan garantizado su derecho a la nacionalidad..

Un cambio en la ley les facilitaría la vida considerablemente, eso es irrebatible. Aunque si no se produce un cambio en las mentalidades, seguirán sintiéndose “como el que es inmigrante en su propia tierra,” que dice la canción de María Farantouri.

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