Crítica

Ahí lleva razón

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos
Pagoda
Paolo Sorrentino
Tony Pagoda y sus amigos

Solo se me ocurre empezar esta nota señalando qué cosas no es el libro que nos ocupa: no es una obra monumental, por mucho que su autor, el cineasta Paolo Sorrentino, conquistara en su día el premio Strega y haya sido saludado como gran promesa de las letras italianas. No es un compendio de Céline y Gadda, como hiperbólicamente se ha dicho, ni su protagonista es equiparable –como también se ha exagerado- al Falstaff de Shakespeare. Ni el más grande personaje de la literatura italiana, como aseveró el Corriere. No es una continuación en prosa del filme más conocido de Sorrentino, La grande bellezza, por más que en el collage de la portada distingamos la inconfundible silueta vestida de blanco de Jep Gambardella…

Pero no salgan corriendo, oh amigos del elogio desmesurado: este libro es algo más sencillo y modesto que todo cuanto acabo de decir, pero no significa que no valga la pena asomarse a él. Asomarse a la agudeza y la habilidad de este escritor juguetón, pero de los que gustan de jugar en serio y al mismo tiempo destila guasa a granel, y que ofrece simplemente un ramillete de postales italianas. Unas estampas que perfectamente podrían aparecer en prensa (qué bien le viene a los periódicos en verano una serie como esta) firmadas por Sorrentino, si no fuera porque llegan filtradas por la voz de su personaje Tony Pagoda, aquel cantante napolitano en franca decadencia que protagonizó su primera novela, Todos tienen razón. Eso hace que el retrato periodístico se invista o se revista de literatura. Y por si cupieran dudas, después de saltarnos el extenso exordio de Eduardo Chapero-Jackson, encontramos que el prologuista del volumen es nada menos que Ughetto de Nardis, ex cuñado de Pagoda…

Cuando hemos rebasado el centenar de páginas, nos damos cuenta de que estamos atrapados como moscas en una tela de araña

Me pregunto, por otro lado, cómo acogerá el público español en general esta galería de notables que se abre con Carmen Russo, aquella bailarina, actriz y presentadora italiana que excitó la fantasía del españolito de a pie a finales de los 80, cuando Tele 5 desembarcó en nuestro país entre Mamachichos, Cacaos maravillaos, chicas de ¡Ay, qué calor!, mucho Álvaro Jaimito Vitale y de vez en cuando una de Pasolini a las tres de la mañana… Lo de Russo y su marido, el coreógrafo Enzo Paolo Turchi, es en el fondo un reportaje del tipo Un día en la vida de…, que Sorrentino estropea con un colofón en el que su alter ego enumera, sin venir a cuento, sus diez motivos por los que vale la pena vivir. Típico caso de ingenio desbordante mezclado con material de sobra y ausencia de un editor que le recuerde que menos es más.

Seguimos con el capítulo dedicado a Tonino Paziente, que no es sino una excusa para narrar un viaje a Viena –ya saben, el salvaje meriodional que cae en la civilizada Centroeuropa– en clave de pasable relato corto. Volvemos al reportaje con la pieza sobre el mago Silvan, un ilusionista veneciano muy famoso en su país, donde se percibe un plus de ternura del que carecían las anteriores. Fabietto es el protagonista de la siguiente aventura, un delirio cómico con la Corea de Kim Jong-il como telón de fondo. ¿Resulta interesante todo esto? En realidad la respuesta tiene una importancia relativa, porque a estas alturas de la lectura, cuando hemos rebasado el centenar de páginas, nos damos cuenta de que estamos atrapados: hemos vuelto a comprobar que Tony Pagoda es un inigualable chiaccherone, un gran charlatán, que nos atrapa y nos envuelve con la misma eficacia que la araña que atrapa a la mosca en su red.

Así, con el pretexto de hablar de bailarinas de striptease, ensaya una bonita reflexión sobre la depresión y el suicidio; parece que se acuerda del jugador Ezequiel Pocho Lavezzi, pero en realidad quiere hablar de algo que está detrás, o al margen, o más allá del fútbol. La historia de amor con una azafata sale por una brillante perorata sobre el modo en que ha degenerado Nueva York. La semblanza de Antonello Venditti -un cantante que no dejó mucha huella en España, a pesar de sus méritos de cantautor kitsch en éxitos como Notte prima degli esami o Che fantástica storia è la vita, y que por cierto hace un cameo en La grande bellezza– es de nuevo un reportaje donde el artista y Roma se disputan el protagonismo…

La isla siciliana de Strómboli, muy bien plasmada en toda su extrañeza; el festival de san Remo, ese misterio insondable de la Humanidad; Maurizio Ricci, el presentador showman Maurizio Costanzo, y hasta la madre de Pagoda como fin de fiesta completan la galería. Llegamos a la última página sacudiéndonos el sudario de tela de araña. ¿Ha valido la pena? Sí, es un libro bien escrito y divertido, quizá lastrado por algunos excesos de brillantez, de facilidad. Demasiada chispa a veces. Creo que me gusta más el Tony Pagoda reflexivo, con ese punto melancólico que tal vez tenemos todos los que pasamos los cuarenta y comprobamos cada día que el mundo no es el que era, pero salvado siempre por una sonrisa irónica: en el fondo, los personajes de Sorrentino son depositarios de cosas hermosas de la vida que están hoy seriamente amenazadas, y el lugar donde tratan de salvaguardarlas es la ironía. Ese Tony, en fin, que a ratos se antoja vulgar, pero que es consciente de que “en la jungla de la vulgaridad, sorpresivamente, yo soy el menos vulgar de todos”. Y tiene, como casi siempre, razón.

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