Huevo frágil: no tocar
Ilya U. Topper
Entre un alto y sólido muro y un huevo que rompe contra él, yo siempre estaré del lado del huevo, dijo el escritor japonés Haruki Murakami en Jerusalén en 2009. Explicó, por si alguien no lo había entendido, que el muro era el poderío militar israelí y el huevo, los civiles palestinos.
Se puede aplicar el símil a cualquier conflicto, y en el 40 aniversario de la Marcha Verde toca el Sáhara Occidental. Es natural que los periodistas españoles en bloque estén del lado de los civiles saharauis frente a la represión del régimen marroquí. Es un decir, porque en esta efeméride, sólo he visto repasos a 1975 y al conflicto saharaui como un problema del colonialismo tardíofranquista. Es cómodo entrevistar en Madrid a antiguos militares destinados en el Sáhara; muy pocos periodistas han ido a hablar con saharauis en El Aaiún.
Los periodistas españoles son el portavoz dócil de la versión oficial del Frente Polisario
Por supuesto, Marruecos no permite a periodistas trabajar en El Aaiún. Otro argumento cómodo: el trabajo del periodista consiste precisamente en trabajar donde no se permite. Pero España lleva décadas intentando no ver, no conocer. Cuando llamé en 1998 desde el puerto de Algeciras al redactor jefe de un diario andaluz –un compañero que iba todos los años con la caravana humanitaria a Tinduf– para contarle que acababa de regresar de Dajla con un reportaje en la mochila, su reacción fue de perplejidad: “Ah pero ¿se puede?”
Aún recuerdo el ridículo que hice al buscar durante este viaje el festival de cine internacional que el diario El País había anunciado en su agenda cultural bajo la ubicación “Smara, Sáhara Occidental”. Sin precisar que se trataba del campamento de refugiados saharauis en Argelia, bautizado así en honor a la ciudad fundada por Ma al Ainein cuya existencia el redactor quizás ignorara.
Esta falta de cobertura de la realidad cotidiana de un conflicto, una ocupación, una población ya entremezclada, ha convertido a los periodistas españoles en portavoz dócil y complaciente de la versión oficial del Frente Polisario: nadie la cuestiona, porque nadie cuenta con la experiencia y los datos suficientes como para contrarrestarla.
Ni se intenta: al rascar el discurso, uno podría destapar alguna mentira, podría hallar datos o hechos incómodos para la causa saharaui, podría involuntariamente desmontar algunos de los argumentos estrella del Frente Polisario, dar ventaja al régimen marroquí, respaldar el discurso del agresor. Y eso sí que no. Entonces, mejor no saber, mejor no preguntar.
La cobertura del Sáhara peca de una confusión entre una causa política y los derechos humanos
Esto no sólo ocurre con el Sáhara: recuerdo la respuesta de aquella reportera a la que sugerí escribir, tras un reportaje sobre la represión de los kurdos en Turquía, otro que se centrase en la presión que la guerrilla, el PKK, ejerce en la población para atraer a militantes. “De eso no voy a escribir porque esa gente ya sufre lo suficiente y no voy a colaborar en hablar mal de ellos”, contestó.
La guerrilla, llegaba a decir, debe quedar inmune al escrutinio periodístico. Hay que arriesgar libertad y vida para contar la verdad sobre el muro pero es imperativo callar la verdad si resulta incómoda para el huevo.
Esto no quiere decir que sea falso lo que se publica en la prensa española sobre el Sáhara y la represión de los saharauis. No lo es. Pero es parcial. Y peca de una confusión entre una causa política y los derechos humanos.
Todo periodista debe denunciar cuando se pisotean los derechos humanos: en esto, creo, podemos estar de acuerdo. Lo que no debe hacer necesariamente un periodista es alzarse en adalid de una causa política concreta, tampoco si esta causa está validada como justa por tribunales internacionales y Naciones Unidas.
El “derecho a la autodeterminación de los pueblos” se está utilizando como si fuese una obligación: como si cualquiera que no se pronunciara a favor de la independencia de un determinado territorio se alinease con el régimen opresor. Especialmente en la prensa que se considera de izquierdas y que hace lo posible para llevarle la contraria a Marx y su “Obreros del mundo, uníos”.
Pero en el caso del Sáhara no hay diferencia de ideologías. Si la izquierda, por instinto, se alinea con cualquier movimiento independentista, la derecha no le perdona a Marruecos haberle arrebatado a España su colonia. Tener que entregar las plazas militares a los moros, humillarse ante ellos, eso fue demasiado para muchos militares, y así, con estas palabras precisas, lo expresó aún en 2005 José Taboada, presidente de la Coordinadora Estatal de Asociaciones Solidarias con el Sáhara, al denunciar que Marruecos en 1975 “humilló a nuestro país a través de la puesta en marcha de una estrategia de presión que no tiene nombre”.
Nadie recuerda que el Frente Polisario se fundó para luchar contra la ocupación colonial española
Un orgullo nacionalista herido: en esto se basa lo que se presenta como defensa de los derechos humanos de una población, la saharaui, que se ha convertido por arte de magia en el sempiterno amigo y aliado de España. Nadie recuerda que el Frente Polisario se fundó para luchar contra la ocupación colonial española. Ni que sus fundadores eran estudiantes saharauis de las universidades marroquíes. Ni que fueron herederos del llamado Ejército de Liberación del Sur, que en los años 50 agrupaba a los guerrilleros saharauis contra la ocupación española, gracias a las armas que se enviaban desde Marruecos. Ni que la enemistad entre Frente Polisario y Rabat no es consecuencia de un histórico enfrentamiento étnico, sino de la operación Teide de 1958 en la que tropas españolas y francesas masacraron a los guerrilleros saharauis ante la mirada del gobierno marroquí que se negó a darles refugio.
Mejor no saberlo, mejor no preguntar. Mejor pensar que los saharauis están oprimidos porque “son saharauis”. Mejor no contar que Rabat ha dado a los saharauis un trato preferencial respecto a los demás ciudadanos marroquíes: por el simple hecho de ser nativo saharaui se tenía derecho a un puesto en la Administración y se cobraba el paro en caso de perder un empleo. Lo pude confirmar en 1998 pero ignoro si este programa continúa aún hoy: es algo de lo que los activistas saharauis nunca hablarán con la prensa española, ni ésta lo preguntará.
La “causa saharaui” perdería glamour entre esa izquierda que necesita ondear banderas
Mejor mantener la tan convincente imagen de “minoría étnica oprimida”. Mejor no contar que Rabat promociona la “cultura saharaui” como parte de la diversidad del reino, desde la colorida melahfa de las mujeres hasta la poesía en lengua hassanía, todo ello bajo las siglas del Corcas, un consejo de notables saharauis que respaldan la postura de Rabat. ¿Una élite comprada por el régimen? Por supuesto. No representan a nadie.
Pero si se evidenciara que Marruecos no persigue a “los saharauis”, sino al independentismo, al republicanismo saharaui, que las brutales torturas, el acoso policial, el encarcelamiento arbitrario están destinadas a acallar una opción política concreta, no una identidad, la “causa saharaui” perdería mucho glamour entre esa izquierda que necesita ondear banderas para sentir que reivindica algo.
La “causa saharaui” se convertiría en una causa de derechos humanos bajo un régimen medianamente brutal y se asemejaría a la defensa de los demás ciudadanos marroquíes que hoy no tienen gallo que les cante. El régimen es el mismo. La represión es la misma: intente usted declararse republicana en Marrakech. Zahra Boudkour lo hizo y sufrió tortura, cárcel y condena. Usted, lector, no se acuerda, porque Zahra Boudkour, que casualmente era saharaui, se declaró marxista, y no independentista.
La bandera garantiza un discurso fácil, blanco y negro, Marruecos y saharauis, término convertido en sinónimo del Frente Polisario. Cierto: el Polisario está reconocido por la ONU como representante del pueblo saharaui, pero esto no permite al periodista reproducir sus comunicados como si fuesen verdad infusa, como no haría con los de Rabat, representante en la ONU del pueblo marroquí.
Tampoco permite hablar de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) como si existiese, más allá de un simbolismo enarbolado desde Tinduf. Menos aún, cerrar los ojos ante una realidad: si la RASD existiera sería una dictadura. Sin elecciones, sin diferencia entre partido y Estado, sin prensa libre y con un aparato administrativo enormemente corrupto, como sabe cualquier cooperante que haya pasado en Tinduf un poco más del tiempo necesario para beber té en un festival de cine. Esto, sin hablar del patriarcado institucionalizado que el Frente nunca ha querido tocar: respecto a matrimonio o divorcio, una mujer saharaui en El Aaiún tiene más derechos legales que una en Tinduf.
Quien habla mal del Frente Polisario pasa por un mercenario pagado por Rabat
Pero hablar mal del Frente Polisario parece anatema en España: quien lo hace pasa por un mercenario pagado por Rabat. Una acusación fácil y, además, probablemente cierta en más de un caso. Recuerdo foros en internet que bajo la fachada de una pretendida visión equidistante no sólo desenterraban viejas e infundadas acusaciones de “terrorismo” – el lenguaje habitual de Rabat – contra el Polisario sino también nuevas calumnias de “yihadismo”, igualmente infundadas.
Este mercenarismo en la cuestión saharaui es un obstáculo para el periodista: cualquier voz disidente que se alza desde dentro del Frente Polisario es posible que sea efectivamente una maniobra política dirigida desde Rabat o fagocitada tan pronto desde allí que no llega a tomar cuerpo. La única disidencia que parece haber es la de los jóvenes que piden volver a la guerra. Y esto no es disidencia porque la opción bélica es imposible, como sabe cualquiera, y proclamarla no es más que una rutinaria maniobra de marketing ante la prensa internacional: gustan los fusiles.
No cabe duda de que una importante parte -quizás la gran mayoría – de la población saharaui de los territorios bajo dominio marroquí es independentista y se reconoce en el discurso del Polisario. Pero esto no autoriza al periodista a reproducir este discurso sin cuestionarlo, simplemente porque sea la elección de los oprimidos. Hoy día, una parte de la población siria se reconoce en el discurso islamista contra los “herejes alauíes” del régimen de Damasco. Esto no autoriza al reportero a presentar el islamismo como solución al conflicto. Ser víctima no significa tener razón.
Conozco la tentación de no incomodar al heroico activista quizás recién salido de la cárcel
Conozco la tentación de no incomodar al heroico activista quizás recién salido de la cárcel, de no subrayarle sus incoherencias. Pero la prensa de todo un país no puede caer en esta actitud de reverencia. Cabe aplaudir el pulso con Rabat que se marcó Aminatu Haidar en 2009 con su huelga de hambre en Canarias después de ser deportada por negarse a poner “marroquí” en su ficha aeroportuaria: consiguió llevar el conflicto del Sáhara a la agenda de presidentes y reyes de medio mundo, sin violencia, sin armas, sólo con el propio cuerpo. Expuso acertadamente el inmenso tabú con el que el gobierno marroquí quiere ahogar todo debate. Y encima ganó el pulso.
Aplaudo a la activista. Ojalá hubiera más como ella. No aplaudo a la prensa que ni antes ni después le preguntó si realmente cree que la independencia del territorio demarcado por el colonialismo español es la única opción posible para garantizar los derechos humanos de la población saharaui, y qué futuro prevé para los habitantes de esa franja de cien kilómetros entre Tarfaya y Gulimim que son saharauis, pero viven desde hace siglos al norte de la línea que cruzó hace 40 años la Marcha Verde organizada por el régimen de Rabat.
¿Deben ellos aceptar ser ciudadanos marroquíes? ¿Deben modificarse las fronteras coloniales para abarcar todas las tierras saharauis? ¿Debe procederse, llegada la independencia, a un ‘intercambio de población’, vulgo limpieza étnica, acordado por ambos lados?
A estas preguntas, Aminatu Haidar podría haber respondido mejor que nadie: ella nació en Akka, a 200 kilómetros de distancia de la frontera de lo que hoy se marca como Sáhara Occidental en los mapas, y vivió hasta los nueve años en Tan Tan, también al norte de esa línea en la arena que hoy trae tanto quebradero de cabeza a políticas y diseñadores de mapas.
Nadie se lo preguntó, por supuesto. No queremos saber.
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