Entrevista

Cristina Fernández Cubas

«Una de mis características ha sido siempre la desobediencia»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 11 minutos
Cristina Fernández Cubas (Sevilla, 2008) |  ©  Javier Díaz
Cristina Fernández Cubas (Sevilla, 2008) | © Javier Díaz

Pocas escritoras españolas son tan acreedoras de la vitola mediterránea como Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945). Libros de relatos –Mi hermana Elba, Los altillos de Brumal, El ángulo del horror, Con Agatha en Estambul y Parientes pobres del diablo–, novelas –El año de Gracia y El columpio–, una obra de teatro –Hermanas de sangre– y un libro de memorias, Cosas que ya no existen, componen una producción a la que viene a sumarse una novela, La puerta entreabierta (Tusquets), firmada con un pseudónimo fácilmente reconocible, Fernanda Kubbs. La escritora disfruta recordando tanto sus largos viajes como le irrita que le mencionen un tema: las controversias que rodean a la región que la vio nacer, y donde reside.

¿Qué le debe la escritora que es usted a su pueblo natal, Arenys de Mar?

Todo. Y no porque sea Arenys, yo creo que la infancia es donde se gesta todo. Tu personalidad, tus gustos… El hecho de haber vivido en un pueblo, con largos inviernos, en una época en que no había televisión pero sí cine, que era una ventana abierta al mundo… Y una pasión por escuchar historias. Ahí empezó mi pasión por escribir, que era un juego como cualquier otro. Quizás el más individual, el más tranquilo. La familia estaba encantada cuando me veía escribir, porque no molestaba.

«Una de mis características más profundas ha sido siempre la desobediencia y la curiosidad»

¿En qué se ha convertido hoy el pueblo?

Ha seguido la evolución de todos los pueblos. Yo nací en el 45, cuando los pueblos eran pueblos. Se ha cometido algún estropicio que otro, ha crecido, hay más gente que antes. Luego me fui a Barcelona…

¿Con qué edad? Era también otra Barcelona, imagino…

Con 14 o 15 años. Todo era otra cosa, si nos ponemos así…

En una entrevista leí que en casa le daban instrucciones territoriales muy precisas. “De Plaza Catalunya para abajo, nada”. Pero ese mundo sí lo conoció…

Claro, porque una de mis características más profundas ha sido siempre la desobediencia y la curiosidad. Entiendo a los padres que quieren proteger a los hijos, etc. Pero no era el sitio de pecado que creían.

¿Qué recuerda de aquello?

Las Ramblas eran maravillosas, ahora sí han perdido para mí todo su encanto, ya es puro turismo. Pero cuando estás en la Facultad era el lugar de copas, donde bajaba con los amigos y lo pasaba en grande. Era un espacio de libertad, o así lo veíamos nosotros.

Lo de ser chica ya había dejado de ser un problema…

Y si lo era, yo aprendí a que no lo fuera. Por suerte, en la facultad de Derecho tuve la suerte de conocer, nada más entrar, a mis equivalentes.

«En Fotogramas coincidí con Vila-Matas, Maruja Torres, Terenci Moix, fui amiga de todos ellos»

¿Alguno famoso?

Muchos. Y con uno de ellos me casé.

¿Era esa la época en que empezó a colaborar con Fotogramas?

No, aún no. Yo primero hice teatro, con gente que hoy es muy conocida: Mario Gas, Carlos Velat, Emma Cohen… Luego me fui a Francia, donde estuve largo tiempo. Y fue al regreso cuando trabajé en Fotogramas, donde coincidí con Vila-Matas, Maruja Torres, Terenci Moix, fui amiga de todos ellos… Pero no fue la época más importante para mí, sino poco después, cuando mi marido y yo nos fuimos a América Latina. En el último momento se apuntó Eugenio Trías, él se quedó en Argentina y nosotros seguimos viaje. Fue estupendo, y además los tres nos llevamos maravillosamente bien, no nos peleamos un solo día, que ya es raro…

¿Viajar con pensadores, introduce algún matiz particular?

No, no, lo importante es que Eugenio, entre otras cosas, era un gran conversador, y se llevaba muy bien con su hermano Carlos. Tenemos ese bonito recuerdo.

En su biografía hay también un año en El Cairo. ¿Cómo fue?

Eso tiene que ver con mis inquietudes. Estudiaba árabe por mi cuenta, y decidí irme allá. Podía haberme ido a Túnez, pero al final fue El Cairo, una ciudad interesantísima desde luego. Lo cuento en Cosas que ya no existen, en dos capítulos: uno sobre la ciudad en general, y otro sobre un alumno privilegiado que se llamaba Bumi.

¿Ha seguido lo que ha ido pasando allí desde Tahrir, o le pilla lejos?

Lo he seguido, pero estamos en la época de internet, y ningún país con internet es el mismo. Por tanto, no esperes de mí hábiles apreciaciones. Yo cumplí allí 33 años, es decir, hace más de 30. Estaba Sadat… Al principio te sorprende todo, luego haces vida normal y eres una más. Bueno, la única raya invisible es que eres estudiante extranjera, pero eres estudiante al fin y al cabo.

«En El Cairo había marcha si la buscabas. Era la vida de la gran ciudad. No sé cómo estará ahora»

Siempre se ha dicho que en El Cairo estaban los mejores bares

Los había, los había. Había marcha si la buscabas. Era la vida de la gran ciudad. No sé cómo estará ahora. Regresé hace unos años, pero no tuve tiempo de nada…

¿Y Grecia, por qué la eligió?

Mi marido era un proheleno total, le encantaban los clásicos griegos, tradujo a Esquilo… Grecia era “ventanilla Carlos”. La verdad es que estábamos felices, yo chapurreaba griego y pensábamos quedarnos tiempo, pero en una de aquellas islas fue donde mi marido tuvo el ataque, y desde entonces no he vuelto. Fue todo tan complicado, porque se me quedó paralítico, fue horroroso… Ya volveré.

Turquía. ¿Cómo surgió escribir Con Agatha en Estambul?

Fue la primera vez que visité esa ciudad maravillosa, luego quizás no lo hubiese escrito. Pero se dio la coyuntura o la gracia de que podía ser Estambul como Perpignan, porque había una niebla que no se veía de aquí hasta la mesa. Me gustó pensar en una ciudad fantasmagórica, que vivía algo así como un sueño. Pero los personajes son turistas a mucha honra, no pretendo hacerlos pasar por estambulíes. Para mí de adolescente, como para mucha gente, la lectura de Agatha Christie era un placer, y quise hacerle ese homenaje. Pero más que nada es la historia de una crisis matrimonial, que se puede dar también en Sevilla o en Barcelona.

«Cuando llegas a un sitio, ves reportajes por todas partes. Si te quedas dos meses, lo ves todo cotidiano»

Del aprendizaje del árabe, ¿qué le quedó?

Es un idioma para estudiarlo toda la vida, pero bueno, me ha quedado un gusto por las palabras, por las etimologías, un poso. Dentro de unos años continuaré, porque para mí es entrar en otro mundo. Y al mismo tiempo, cuando llegas a un sitio, ves reportajes posibles por todas partes. Si te quedas un mes, los haces. Si te quedas dos, ya no, lo ves todo tan cotidiano que no envías ni uno. Lo que parecía exótico pasó a ser el día a día. Me convertí no en una ciudadana más, pero sí en residente.

La gente dice estar cansada del tema de Cataluña. ¿Usted también?

Así es, es un cansancio. Con esto no está dicho todo, pero me niego a tocar este tema. Llegará un momento en que no haré más entrevistas, porque no estoy aquí por defender una cosa ni la otra, sino porque he escrito un libro. Escribo en castellano porque es mi primera lengua, ya está. Sobre la situación de Cataluña, qué quieres que te diga, lee los periódicos.

¿Le ha tentado alguna vez hacer literatura política?

La literatura siempre es política, de alguna manera siempre lo es. Ahora, a lo que tú te refieres, no… ¿Por qué me preguntas lo que yo podía ser, y no lo que soy?

Alguna pregunta provocadora le tengo que hacer, o esto será un aburrimiento como el de Cataluña… ¿El misterio es para usted una militancia?

Mira, ése sí es mi tema. Ahora bien, tanto como una militancia… Digamos que me interesa lo que todavía no tiene nombre. No me conformo con la realidad palpable, con la fotografía plana. Porque no veamos algo, no tiene por qué no existir. Me gusta moverme por terrenos inexplorados. Viajar, esto es para mí la idea del viaje. Viajar por donde ya sé, no me interesa mucho.

¿Eso implica cuestionar la realidad en todos los sentidos? ¿También los periódicos?

Se puede hacer, porque, ¿qué es la realidad? El mundo de los sueños forma parte de nuestra realidad, de nuestra vida, y aprendemos mucho de ellos, nos revelan cosas que no sabíamos en la vigilia.

¿Qué terreno no ha pisado nunca que le atraiga?

No lo sé, dame tiempo… Tampoco se trata de decir “allí no he estado nunca, quiero ir”. Quiero ser más inocente, a menudo los lugares a los que quieres ir se te revelan escribiendo. Una palabra te llega a otra, y a veces te llevan a un lugar.

Un pseudónimo que no oculta

Es curioso que el de Fernanda Kubbs es un pseudónimo que no oculta, sino que revela, ¿no?

Exactamente, se trata de esto. Es un pseudónimo que no tiene la voluntad de ocultación, sino simplemente de avisar a mis lectores: ojo, aquí hay una línea nueva. El nombre es muy parecido a Fernández Cubas, es un chiste casi. Son unas aventuras, que pienso continuar además, que se desenvuelven en un registro diferente. La mirada y el registro son otros.

¿Eso tiene que ver con la fantasía?

Hasta ahora, en todo lo que he escrito con mi verdadero nombre, entre lo real y lo desconocido había un equilibrio. Con Fernanda Kubbs me he atrevido a atravesar esta puerta. Es un poco el mecanismo de los sueños.

¿Usted se considera más Isa, o más Pitonisa?

Con Isa comparto el haber estudiado Periodismo, y con Pitonisa no comparto nada, pero me cae estupendamente…

Lo preguntaba porque la he visto retratada con una bola de adivina, y no sabía si era un modo de identificarse con el personaje…

Ah, sí, yo tengo una bola en casa, pero solo porque me gusta como objeto, el cristal. La fotógrafa se fijó en él, pero no practico, si es lo que pretendes averiguar sibilinamente [risas].

Estos tiempos, ¿son más dados que otros a la superstición?

Claro, siempre que hay crisis, los gabinetes se llenan de gente, pero no era esa mi intención. Empecé a escribir hace tres años, y lo que yo quería narrar es cómo a veces ocurren cosas imprevistas, incluso para una supuesta farsante como mi personaje, cómo de repente ocurre todo tipo de prodigios.

Fue usted una de las pocas artífices fieles del relato. ¿Le molesta que ahora todo el mundo lo practique, que se ponga de moda?

Estoy encantada, soy una defensora del relato de verdad. De hecho, esta es una novela llena de cuentos. Pero todo tiene que ver con todo. Sí es cierto que esta fórmula me ha permitido rescatar cosas de mi interés.

Fernanda y Cristina, ¿se pelearán por la silla del despacho?

No, yo creo que este cambio de nombre no es tan superficial como pueda parecer. Ese aviso con que intento orientar a mis lectores también me sirve para mí. Si firmara con el mismo nombre, no sería quizás tan sencillo. Y en caso de fricción, que ya sería alarmante y de visita de especialista, dispongo de otro despachito…

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