Opinión

Mafia nueva, vida nueva

Saverio Lodato
Saverio Lodato
· 14 minutos

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La tesis según la cual la mafia, cuando no recurre a las armas, no asesina a los servidores del Estado, no lleva a cabo atentados, es una mafia desnaturalizada, replegada en sí misma, degenerada con respecto a su propio código genético que debería imponerle constantemente la práctica del delito, es una tesis que alguien vuelve a proponer – desde siempre – de forma recurrente.

El razonamiento que lleva a esta tesis se resume, más o menos, de la siguiente manera: si la mafia calla, no existe; si la mafia no mata, no es mafia; si la mafia se hunde, sucede porque, por fin, tiene miedo de un Estado que ha conseguido asestarle golpes mortales.

Si la mafia calla, no existe; si la mafia no mata, no es mafia… Desgraciadamente, no es así

Sería bonito si fuera verdad. Sería bonito si esta “receta” interpretativa tuviera un fundamento. Pero, desgraciadamente, no es así. Es evidente que el fin del derramamiento de sangre es motivo de satisfacción general. No sería sensato pensar que alguno pudiera albergar “nostalgia” por los años en que los cadáveres se recogían a paladas, ya que de esta forma hoy podría existir una lucha contra la mafia más “rigurosa”, más “inflexible” y más “radical”. Son tonterías más que evidentes que tienen, sin embargo, sus seguidores.

El primero de todos, el historiador Salvatore Lupo quien desde hace tiempo libra una personalísima batalla preguntándose si la mafia ha vencido o ha perdido sin darse cuenta de que, en cambio, Y no se habla de “la mafia”, sino de “las mafias”.

Pero volvamos a la cuestión.

Todos están de acuerdo en que la mafia italiana tiene ya un siglo y medio de vida, incluso aquellos escépticos historiadores que escriben libros casi en modo automático que después se imponen a los pobres estudiantes como “libros de texto” para poder superar sus exámenes. Pero, aunque es verdad que la mafia existe desde hace 150 años, también es cierto que recorriendo a vista de pájaro su historia se podrán sumar, como mucho, dos décadas en total de uso flagrante de las armas. Quizás incluso menos.

Mussolini descubrió que la mafia había permeado las altas esferas del partido fascista en Sicilia

Los años 60, por ejemplo, con los atentados de Ciaculli y de Viale Lazio, con los ajustes de cuentas entre familias para acaparar las zonas edificables en Palermo, con el establecimiento de la primera comisión de investigación parlamentaria sobre este tema desde el final de la Guerra, representan de alguna manera la antesala de los años 80 que verían el ascenso al vértice del poder de la organización de los corleoneses. Con la consiguiente explosión de violencia terrorista mafiosa.

Durante los veinte años de fascismo, volviendo la vista hacia atrás, no se había registrado nada parecido. Pero ello no impidió a Mussolini enviar a Palermo al prefecto de hierro Cesare Mori, posteriormente llamado de nuevo a toda prisa para volver a Roma. Y no porque se hubiera descubierto que no existía la mafia sino porque se había descubierto que existía, y mucha, habiendo permeado incluso las altas esferas del propio partido fascista en Sicilia.

Y, avanzando un poco más en la historia, fueron precisamente los mafiosos quienes hicieron de “carabinieri a cavallo» -usando el título del último libro de Adelphi en el que se recogen los escritos inéditos de Leonardo Sciascia- encarnando el orden en la zona durante el desembarco de los aliados en Sicilia en vísperas de la caída del fascismo. En este caso, con el objetivo de que no hubiera muertos ni derramamiento de sangre.

Deberían ser más prudentes a la hora de deshojar la margarita del “¿dispara?” o “¿no dispara?”

Misión que fue magníficamente llevada a cabo por la mafia, tal y como reconoció la propia historiografía americana tras el trabajo desarrollado por una comisión del Senado creada a propósito y tal y como han declarado universalmente los estudiosos que se han dedicado a esta cuestión. A excepción – una vez más- del historiador Lupo, quien no encontró ningún rastro del papel desempeñado por la mafia durante el desembarco en los documentos que consultó. Como tampoco encontró huella su maestro, Francesco Renda, el otro historiador “negacionista” de esta cuestión. Pero este tema nos llevaría demasiado lejos.

Si se quiere abundar en la cuestión, los mafiosos hicieron también de «carabinieri a cavallo» cuando tocó cerrar el paréntesis ya insoportable del bandidaje que encarnaba Salvatore Giuliano.

¿O acaso existían ajustes de cuentas y enfrentamientos sangrientos en Palermo a inicios del siglo XX?

Ello no impidió a 20.000 palermitanos desfilar el 19 de marzo de 1909 detrás del féretro de Joe Petrosino, el policía italoamericano asesinado en Piazza Marina algunos días antes por un favor realizado por los picciotti (chicos de la mafia) de Sicilia a sus “primos” del otro lado del Océano.

¿Qué queremos decir con esto?

Queremos decir que algunos “historiadores” deberían ser más prudentes a la hora de deshojar la margarita del “¿dispara?” o “¿no dispara?” cuando pretenden conocer el estado de salud de la mafia.

¿Dispara? ¿No dispara? Depende.

Lo que queremos decir es que no es para nada cierto que la mafia haya disparado siempre. No es cierto que los mafiosos tengan como finalidad existencial el matar gente. No es cierto que los mafiosos prefieran el enfrentamiento permanente con el Estado. Los mafiosos prefieren la vida cómoda, los negocios ilegales, la tranquilidad (millonaria, por supuesto) para sus hijos y sus nietos. Pero no aceptan que se les pongan obstáculos en su camino. Así es, guste o no.

Giovanni Falcone lo sabía bien. Y la primera lección que impartía a los periodistas que le visitaban en el Palacio de Justicia de Palermo intentando descubrir qué era realmente la mafia era la siguiente: la mafia dispara solo cuando se ve obligada, la mafia dispara solo si ve obstaculizados sus asuntos.

Con respecto a esto convendría escribir hoy en día una antología cronológicamente completa de estos 150 años que pusiese de manifiesto el uso pernicioso e interesado que se ha hecho siempre de cualquier teoría que negaba, a lo largo de las décadas, la existencia de la mafia. O, de forma añadida, que subrayaba su alejamiento de sus orígenes.

Hay “políticos” convencidos de que al hablar de la mafia se rompe la belleza del clima y del mar de Sicilia

Siempre la misma sopa recalentada. Siempre las escapatorias aritméticas, como aquellas a las que recurrían el alcalde de Palermo, Nello Martellucci, y el presidente de la región de Sicilia, Mario D’Acquisto, en 1982, en los días del crimen de Dalla Chiesa, para sostener que la mafia en Sicilia no era distinta de todas las organizaciones criminales que existen en todas las latitudes. Siempre el mismo desdén resentido de aquellos “políticos” convencidos de que cuando se hablaba de la mafia se rompía la belleza del clima y del mar de Sicilia. Y mucho antes que ellos, literatos tan poco sospechosos como Verga y Capuana, que marcaban con letras de fuego a Franchetti y Sonnino, firmantes de la primera comisión de investigación, a finales del siglo XIX, como plumíferos del norte incapaces de ver las maravillas de la “isla feliz”, título de un ensayo de Capuana precisamente sobre ese tema.

La mafia fue “forzada” a matar a Scaglione, Terranova, Costa, Ciaccio Montalto, Chinnici, Giacomelli, Saetta, Livatino, Scopelliti, Falcone, Borsellino; Reina, Mattarella, La Torre, Insalaco; Giuliano, Zucchetto, Montana, Cassarà, Antiochia, Agostino, Piazza; Basile, Dalla Chiesa, D’Aleo; Bosio, Giaccone; Pisa, La Parola, Parisi, Patti, Bottone, Semilia, Boscia, Ranieri, Grassi; Bonsignore; Domino; Cristina, De Mauro, Spampinato, Impastato, Francese, Fava, Rostagno, Alfano; Puglisi; etc, etc, etc.

La mafia no mata por capricho. No podía no hacerlo: le obstaculizaban el tráfico de droga

No lo hizo por capricho. Desde su propio punto de vista, no podía no hacerlo. En Sicilia, jueces, policías y carabinieri les obstaculizaban el tráfico de droga. Los empresarios les obstaculizaban la apropiación indebida en concursos públicos. Los políticos estudiaban leyes vanguardistas que sirvieran de contención. Periodistas y escritores hacían un uso “impropio” de la palabra, haciendo tambalearse el tabú secular de la ley del silencio. Los médicos forenses se negaban a falsificar los informes. Los sacerdotes pronunciaban homilías contra la mafia. Y el niño Claudio Domino vio algo que no debía haber visto. Eso si no queremos incluir en la lista a las decenas de colaboradores de la justicia y sus familiares asesinados por haber contado los secretos de la mafia. El primero de todos, Leonardo Vitale, quien habiendo desvelado en tiempos insospechables los secretos de la organización fue encerrado en un manicomio y, años después, asesinado por la mafia.

Y el círculo, al menos hasta aquí, parecería cerrarse.

Hagamos un resumen para los distraídos: la historia nos enseña (la historia, no algunos historiadores) que la mafia siempre ha matado cuando le ha sido útil. Y que cuando no lo ha hecho, puntualmente han vuelto a aparecer los que cantan su desaparición.

¿Y hoy? ¿Cuál es la situación que estamos atravesando?

De Sicilia, región en la que estaba enraizada, la mafia hace ya tiempo que ha alzado el vuelo

De Sicilia, región en la que la mafia estaba fuertemente enraizada hace una década, hace ya tiempo que ha alzado el vuelo. Lo dicen todos los indicadores, económicos y judiciales. Y se podría añadir que, en territorio siciliano, ha quedado algo parecido a un consulado honorífico. Ante esto, la primera consideración que surge de forma espontánea es esta: ¿Cómo ha conseguido la mafia sobrevivir a la reducción de arrestos destacados que pusieron fin a la vida en la clandestinidad de sus jefes más representativos, aquellos que comandaban en los años 80 y 90?

Los historiadores escépticos (pero en este caso con satisfacción) responden así: la represión del Estado obtiene su objetivo; dejemos de compadecernos; no nos quedemos congelados en un escenario que ya no existe, aquellos tiempos no volverán; mafia nueva, vida nueva… Así será.

Nosotros quisiéramos darles la razón. Visto que no somos pesimistas incurables, ni tampoco nostálgicos de los “buenos tiempos pasados” de las masacres y del Apocalipsis, nos gustaría decir que sin lugar a dudas es así, que su clave de interpretación es a largo plazo, y que con los mafiosos de hoy se podría incluso tomar un aperitivo juntos.

Pero lo cierto es que algo no cuadra. Las cuentas no salen por la simple razón de que la palabra “Estado” no aparece jamás en sus profundos análisis. De esta forma construyen un escenario a la mitad, en el que se ha depurado cualquier referencia a otros poderes que siempre han estado en sintonía con la mafia. ¿Es el cuento de siempre de que el Estado de hace 150 años lucha-lucharía contra la mafia? ¿Es de esto de lo que estamos hablando?

¿Pero de verdad, después de un siglo y medio, se le puede permitir a un ciudadano razonable mantener que la mafia haya sido y sea aún hoy solo una invención? Nos atrevemos a decir que no hay ni un italiano que lo piense de verdad.

Oficialmente, hemos vuelto a aquel murmullo de fondo: la «mafia que no existe»

Desde los tiempos del asesinato de Emanuele Notarbartolo, el director general del Banco de Sicilia asesinado porque investigaba sobre las especulaciones de la mafia de la época (1893), hasta los atentados de Capaci, de Via D’Amelio, Roma, Florencia, Milán (1992-1993), el Estado ha hecho notar su presencia de tal forma que se ha vuelto imposible, incluso para los archivistas, distinguir donde terminaba su responsabilidad y empezaba la de la mafia. Y viceversa.

Lo que nos lleva a afirmar que si la mafia, a pesar de la innegable reacción represiva que se produjo después de los atentados del 92 y el 93, ha sobrevivido emigrando a otra parte, el Estado italiano tendrá que saber algo sobre esto.

En cambio, oficialmente, hemos vuelto a aquel murmullo de fondo: la «mafia que no existe».

A esta conclusión hemos llegado tras la lectura de las dos entrevistas publicadas juntas (en el diario «La Repubblica») al historiador Salvatore Lupo y al Fiscal General de Palermo, Roberto Scarpinato. No sabemos si los dos entrevistados sabían de antemano que sus entrevistas aparecerían juntas por una elección editorial. O si se dieron cuenta de ello leyendo el periódico, cuando al final “lo que está escrito es lo que cuenta”, como suele decirse. Pero el resultado es que quien ha leído una, ha leído la otra, encontrándose, al final, encajando las piezas.

Veamos nuestro personal “encaje de piezas”.

Ninguno de los entrevistados dice si el Estado italiano ha tenido algún papel en estos 150 años de historia mafiosa

En las palabras de ambos entrevistados la palabra “Estado” no aparece jamás. Ni rastro. Está claro que expresan puntos de vista diferentes sobre el tema. El historiador vuelve puntillosamente su mirada hacia el pasado; el fiscal, partiendo del presente, se proyecta hacia el futuro. Ninguno de los dos dice si el Estado italiano ha tenido algún papel en estos 150 años de historia mafiosa. Ninguno de los dos hace referencia alguna a las relaciones entre Cosa Nostra, la política, la economía y las instituciones. Como mucho, la referencia es a la “mala política” y a la “mala economía”. Ni tampoco – y esta es la omisión más delicada, en nuestra opinión- se refieren al proceso en curso en Palermo sobre la negociación Estado-Mafia. El nombre de Nino Di Matteo, titular de la acusación en ese proceso, no se pronuncia, ni por uno ni por otro.

Precisamos, para evitar malentendidos, que nos ocupamos del pensamiento de ambos entrevistados y no solo del de Scarpinato por la simple razón de que el periódico ha hecho esta elección y el «uno-dos», como se dice en la jerga del boxeo, nos obliga a considerar ambos.

Si se le obstaculizaran sus nuevos proyectos económicos, su desacuerdo no lo manifestaría con palabras

Aunque estamos acostumbrados desde hace tiempo a la extravagancia interpretativa de Lupo, el caso de Scarpinato, con quien escribimos el libro-entrevista Il ritorno del Principe (“El retorno del Príncipe”) es muy distinto. Conociéndolo, sabemos a ciencia cierta que si hay un estudioso de la materia que haya notado la presencia, y al máximo nivel, de las instituciones tras los delitos de la mafia, ese es precisamente él. Y es un mérito que hay que reconocerle. Basta con volver a leerse aquel libro. Evidentemente, su papel de magistrado le impide hoy, por «razón de su cargo», como suele decirse, cuestionar abiertamente la responsabilidad del Estado italiano. Y es comprensible.

Lo que, sin embargo, no nos impide a nosotros seguir pensando como antes.

Que si la mafia resultara de verdad obstaculizada en sus nuevos proyectos económico-criminales – los que, por cierto, Scarpinato describe eficazmente-, quizás Matteo Messina Denaro no lo aprobaría. Y su desacuerdo no lo manifestaría «con palabras».

Por cierto, ¿alguien sabría explicarnos cómo Matteo Messina Denaro ha sido capaz de desvanecerse en la nada?

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