Entrevista

Roberto Calasso

«No sabemos muy bien qué unir, qué significa Oriente, qué Occidente»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
Roberto Calasso (Formentor, 2016) | © Cati Cladera
Roberto Calasso (Formentor, 2016) | © Cati Cladera

Formentor (Mallorca) | Septiembre 2016

En la persona de Roberto Calasso (Florencia, 1941) coinciden el editor legendario, el narrador de largo aliento y el profesor de vasta erudición, entre otras facetas. Recientemente viajó a Formentor (Mallorca), donde recibió el premio que posee el nombre de esta bahía paradisíaca; el mismo galardón que en ediciones anteriores obtuvieran autores de la talla de Samuel Beckett, Jorge Luis Borges, Saul Bellow, Carlos Fuentes o Ricardo Piglia, entre otros.

Un poco cansado después de una larga mañana de entrevistas, Calasso, autor de títulos tan celebrados como Las bodas de Cadmo y Harmonia, La Folie Baudelaire, El rosa Tiepolo o Ka, tiende a la dispersión y a menudo su discurso se vuelve oscuro, pero tiene claras ciertas cosas: para él nunca ha sido un problema la dificultad de definir sus obras en un género concreto.

«Mis libros a veces aparecen como ensayo y a veces como narración, no hay límite preciso»

«Mi literatura nació con esta forma narrativo-especulativa, es así. De hecho, en las clasificaciones de los periodistas o de los libreros a veces aparecen como ensayos y a veces como narraciones. Creo que no hay límites precisos entre unos géneros y otros. Me interesa sobre todo el modo de narrar y de pensar, uno dentro del otro», explica.

«El estilo es fundamental para mí», defiende Calasso. «Si se quita el estilo, la forma, la belleza en definitiva, se pierde la sustancia. No existe la literatura sin esto”, dice. “La primera impresión que deben dar, por ejemplo, los mitos griegos, es la extraordinaria belleza de la historia. Sin esta perfección, ya no se entiende. En ese equilibrio entre belleza e historia la mitología griega no ha sido superada”.

Muy conocido también por su mastodóntica labor al frente de la editorial Adelphi, uno de los grandes referentes de la edición italiana, Calasso resume su secreto en unas pocas palabras: «En todos los libros trato de descubrir algo: una forma, un pensamiento… cada libro es una singularidad. Nuestra regla para Adelphi siempre fue publicar solo libros que nos importaran mucho a nosotros mismos. Y así ha sido siempre», comentan el responsable de que sus compatriotas hayan podido leer a Thomas Bernhard, Vladimir Nabokov, Milan Kundera o Joseph Roth, entre muchos otros.

«El mundo de las editoriales es un mundo vivo, más incluso que el académico»

Cuando se le pregunta qué culpa tienen los editores europeos en que hoy cualquier lector pueda citar al menos una docena de escritores anglosajones, pero no árabes, persas o hindúes, comenta que “la edición es siempre un poco arbitraria, parcial, siempre ha sido así». «Hay cosas importantes que han sido descubiertas, incluso a la distancia de muchos años… Pero es un mundo vivo, más incluso que el académico. Evidentemente tenemos defectos, pero no creo que debamos entonar el mea culpa. Es un trabajo que no se completa nunca”, dice.

Calasso, que acaba de publicar en España una nueva obra, El ardor (Anagrama), en la que reflexiona sobre la tradición védica de la India para acabar proponiendo algunas reflexiones de profundo calado sobre los tiempos actuales, cree que vivimos una «venganza de la secularidad» que ha interrumpido la relación de la Humanidad con lo invisible. «Secularidad significa que ya no hay necesidad de religión. Y el hecho de que no tengamos necesidad de religión lleva a los hombres a aligerar su carga, a carecer de obligaciones. Pero esa circunstancia se vuelve contra ellos, porque la realidad es que el mundo secular no es más ligero», afirma.

“Toda la historia de Occidente, a partir de Descartes, está basada en la exclusión de la conciencia”, reflexiona Calasso. “Eso ha permitido, entre otras cosas, un gran avance científico. Pero hoy se dan cuenta de que también tienen que considerar ese aspecto, hay que estudiar la conciencia, porque es algo común a todos, y también es lo más oscuro de nuestra constitución. En la India, en cambio, llevan mucho tiempo teniendo en cuenta esta concepción. De esto se habla en El ardor todo el tiempo”.

Aunque el autor bromea con el hecho de que el título de este libro, traducción del sánscrito tapas, pueda tener «un significado también erótico, como todo en esta vida», subraya que el ardor al que se refiere es un concepto equivalente «al calor y la energía primordial de la que nace el mundo, que se desarrolla a partir del choque entre los elementos. De este calor nacen las ideas y también los hombres. El mundo no nace de la nada, ex nihilo, sino de esa sustancia que existe y se transforma. Todo viene del tapas«.

«En lugares diferentes, a distancia de siglos, surgían ideas similares: Plotino era afin a Sankara»

Para Calasso, “hay una relación profunda, que se puede observar a lo largo del tiempo”, entre esta filosofía oriental y la cultura mediterránea, griega y latina, aunque “no se puede establecer como lazo histórico, solo podemos atender a casos individuales». «Estos nos demuestran que en lugares diferentes, a distancia de siglos, surgían ideas similares. Por poner un ejemplo, Plotino, uno de los grandes pensadores occidentales, un egipcio que vivía en Italia y escribía en griego, se sentía muy afín al pensamiento de Sankara. Es más, una vez, de joven, quiso seguir a las tropas del Emperador en su camino hacia la India, pero se detuvo. Ya sentía la atracción por la India como un país de sabios”, dice, y añade que se ocupa de Plotino en su próxima obra, titulada El cazador celeste, ya publicada en Italia.

El escritor, que aprendió sánscrito para adentrarse en ese terreno, lamenta que “este idioma no está muy difundido en la Universidad, ni siquiera en la India, donde se hablan 17 lenguas: el hindi deriva del sánscrito, utiliza la misma estructura, pero la gente se va incluso a América a aprender el sánscrito. Es una gran lengua, una lengua perfecta, de hecho significa perfección. Es una buena vía”, afirma con una sonrisa.

Para el italiano, aquella civilización védica que no dejó restos arquitectónicos, pero sí unos textos de enorme valor, tenían en el sacrificio como un modo de comunicar lo visible y lo invisible. «Hoy esa palabra solo se usa para referirse a cuestiones económicas. El desplazamiento de la religión por el dinero forma parte de ese mismo fenómeno que mencionábamos antes, de la secularidad», apunta Calasso. “En él, la sociedad ocupa el lugar último, todo es adoración, celebración. Todas las categorías precedentes aparecen en otra forma, de otro modo en otro sentido”.

¿Veremos algún día la reunión de Oriente y Occidente? “Nadie lo sabe, todo está sumido en un gran caos dominante”, asevera. “Tampoco sabemos muy bien qué cosas deben unirse, qué significa Oriente, qué Occidente”.

«La atracción por la clandestinidad y el camuflaje hoy aparece como un objeto obsoleto»

Después de asistir a los elogios de destacados ponentes como Ramón Andrés, Victoria Cirlot, Edgardo Dobry, Vicente Verdú o su editor en España, Jorge Herralde, Calasso pronuncia un discurso en el que elogia la importancia del galardón y desarrolla algunos aspectos de la literatura que no siempre se oyen en labios de alguien tan acreditado. Por ejemplo, la importancia de la publicidad.

«Toda forma de literatura, lo quiera o no, está enredada en esta superficie temblorosa y ubicua», aseveró. «Esa atracción por la clandestinidad y el camuflaje, que fue la vocación de eso que se denominó lo moderno y hoy aparece como un objeto obsoleto, se volvió entretanto una necesaria medida de autodefensa y supervivencia».

Y recuerda también el premio Formentor del año 1961, concedido ex aequo a Borges y Beckett. «La impresión que tuve fue que era un premio iluminado, a pesar de que ningún ex aequo resulta del todo justo», pero «parecía evidente el fundamento de la elección: la literatura», evoca.

«Difícilmente hoy un grupo de editores encontraría un territorio común en el que debatir, eligiendo al fin dos guardianes comparables a Borges y Beckett para sellar la paz», prosigue Calasso. «Difícilmente se encontraría un público amplio, que corresponde a una ya fantasmagórica République des Lettres, que pueda aprobar las motivaciones de ese acuerdo final. Tanto más feliz parece entonces el hecho de que en este magnífico lugar, en el que parece haberse recogido la magia del cielo, un grupo de personas afines se haya reunido para dar continuidad a esta historia improbable y luminosa».

 

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