Opinión

Tocaron el mejor Palermo

Saverio Lodato
Saverio Lodato
· 11 minutos

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Palermo |  Marzo  2021

 

Cuando, hace unos días, el maestro Ignazio Garsia me pidió, con el afecto derivado de una larga amistad, que produjera un vídeo para recordar a mis amigos Luigi y Manlio, que desgraciadamente se nos fueron uno poco después del otro, le contesté que no iba a a ser capaz. Ignazio lo entendió perfectamente. Así son las cosas ahora, que todo se hace a distancia.

Así que he preferido recordar con un viejo texto escrito lo que Luigi, Manlio, Ignazio y Giangaspare representaron para mí, los años del Brass, cuando quedábamos, cenábamos juntos, incluso bebíamos, y nos reíamos mucho. Es un recuerdo muy actual, que no habría podido recuperar «a distancia».

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Storie di jazz e non solo, el último libro de Luigi Giuliana

Tengo un recuerdo de hace mucho tiempo.

Hace exactamente cuarenta años, a principios de agosto de 1974, por casualidad visité Oriente Medio, que ya entonces era escenario de guerra, como lo había sido durante casi treinta años, desde la creación del Estado de Israel, y como se ha quedado hasta hoy, a pesar de los cientos de miles de muertos, del sacrificio de los jefes de Estado considerados demasiado «blandos» por los radicales de ambos bandos y del asesinato de esos excepcionales hombres de paz que se fueron turnando en ese sangriento escenario con la falaz esperanza de que la balanza acabaría imponiéndose por el lado del sentido común.

Con un vuelo directo desde Roma, un chárter de Alitalia (precio del billete 52.000 liras), llegué a Beirut después de casi tres horas de viaje muy incómodo, en el que, sin embargo, la incomodidad no dependía de las características del avión de la aerolínea nacional, sino del hecho de que mi vecino de asiento era un hombre grande, de piel oscura, taciturno, aparentemente inexpresivo, definitivamente voluminoso. Tuve que luchar durante todo el vuelo para quitarle unos centímetros del reposabrazos derecho de mi asiento, que él, sin embargo, justificado por su enorme complexión, al menos parcialmente, que irrefutablemente creía poseer por completo. Y por derecho.

Mi compañero de viaje devoró un racimo de plátanos, limpiándose las manos en su chaqueta de safari

El hombre llevaba unos pantalones de lona sueltos, de color caqui, y una chaqueta de safari igualmente cómoda de color verde camuflaje, militar. Llevaba una barba negra muy espesa, que daba la idea de un personaje de baja extracción social, salido del subsuelo de una ciudad del siglo XIX en los primeros atisbos de la civilización industrial. Durante el vuelo, mi compañero de viaje devoró un racimo de plátanos, metiendo las cáscaras en una bolsa de papel encerado, ya que las bolsas de plástico aún no existían en los supermercados, y limpiándose las manos como pudo en su chaqueta de safari, que al mirarla de cerca parecía haber estado manchada de grasa desde hacía varios días.

Entre plátano y plátano, mi vecino no paraba de encender grandes puros Romeo y Julieta, de origen cubano, cuya venta en aquellos años estaba estrictamente prohibida en Europa, debido al embargo que perjudicaba la isla en la que Fidel Castro había llegado al poder, y que solo se podían comprar más allá del telón de acero, en Checoslovaquia y en Hungría, por ejemplo. Por lo que aumentó mi curiosidad.

Comía plátanos, fumaba puros, empujaba con su codo, mi vecino. Y en esta agotadora guerra de desgaste, por supuesto, dada su complexión, él siempre ganaba. No intercambiamos ni una palabra en todo el trayecto. Ni la azafata de Alitalia tuvo mejor suerte, cuando le ofreció las bebidas como es tradición (por aquel entonces, Alitalia no escatimaba en gastos…) y fue esencialmente ignorada.

Cuando Dios quiso, aterrizamos en Beirut.

Recuerdo un viento caliente, que ya era de noche, que las primeras inscripciones dentro de la terminal estaban exclusivamente en árabe y que el personal estaba armado con metralletas, pero no sé si ya había kalashnikovs.

¿Qué era Líbano en esos años? Era el escaparate representativo del mundo árabe

Con mi novia, una chica espléndida que hoy ya no está, que había viajado conmigo y no me había declarado la guerra con el reposabrazos izquierdo de su asiento, tomamos un taxi para Beirut.

Qué asombro el nuestro cuando, al adentrarnos en los suburbios, vimos los pisos inferiores de los primeros grandes rascacielos que bordeaban la costa que da al Mediterráneo, cubiertos por un interminable vía crucis de carteles en blanco y negro, que serpenteaba hasta el centro de la ciudad, y que reproducían el rostro oscuro y barbudo del hombre que comía plátanos y fumaba puros cubanos y empujaba con el codo, que llevaba la inscripción: «Beirut: Charles Mingus, mañana en concierto…».

En aquel momento, aunque ignoraba todo de la música jazz, ya había captado el nombre de Mingus, lo que fue suficiente para que me sintiera un auténtico cavernícola que no supo reconocer al hombre que comía plátanos…

Era Mingus, y solo había podido contar las manchas de grasa en su chaqueta de safari. Luego, una vez en Italia, me enteré de que Mingus había sido elegido por Castro (los dos eran amigos) como embajador para difundir en Oriente Medio la causa de Cuba, su revolución y el sueño utópico de que toda América Latina de esos años pudiera ser libre para siempre del monopolio estadounidense.

En Beirut, el litoral cercano a las «rocas de las palomas», un milagro de la naturaleza en medio del mar, estaba entonces animado por decenas de restaurantes que se sucedían uno tras otro, con mesas de media docena de metros de largo, diseñadas solo para dos comensales que se sentaban en el centro, mientras que toda la superficie de la mesa estaba ocupada por platos multicolores que los camareros repartían en un flujo continuo, sin que nadie hubiera pedido nada. Más allá de las ventanas, un Mediterráneo de color índigo que —sin ánimo de ofender— ni siquiera se ve en Sicilia. ¿Qué era Líbano en esos años? Era el escaparate representativo del mundo árabe.

Beirut era una ciudad de traficantes y espías, mujeres de portada,  exiliados, arruinados, artistas y cantantes

Beirut era una ciudad de traficantes y espías, mujeres de portada, de las que, en Italia, pero solo de oídas, había cantado el legendario Fred Buscaglione; una ciudad de soldados, agentes soviéticos, estadounidenses, sirios, jordanos, tahúres, exiliados, arruinados, artistas y cantantes que se desplazaban al Barrio Latino, un escaparate, efectivamente, que lo exhibía todo.

El lugar ideal para una actuación de Mingus que, como dice el título de su hermosa autobiografía, era Menos que un perro

Al día siguiente, mi amiga y yo entramos en la casbah, el casco histórico de Beirut, tan pequeño como el corazón de una nuez dentro de su cáscara, con los caminos de tierra, las alcantarillas a cielo abierto, los niños afeitados casi al cero, los velos de las mujeres musulmanas que se escabullían con movimientos ágiles a pesar del peso de las vestimentas, los fuertes olores de las especias, la llamada del muecín, los minaretes azul cielo, las placas sobre agencias de viajes de los «taxis acumulativos», que por unos pocos dólares proveían nombres de ciudades que evocaban maravillas de Las mil y una noches: Damasco, Alepo, Quneitra, Ammán, Petra…

Unos años más tarde, ese Beirut sería arrasado por la enésima guerra. Pero esa es otra historia. Nuestro viaje continuó hasta El Cairo… Con los años, los recuerdos se han hecho borrosos, se han solapado, pero algo ha quedado. Nunca escribí sobre ello, ni, por otro lado, había motivo para hacerlo.

Casi todos los grandes del jazz han pasado por Palermo: de Mingus a Chet Baker, de Tony Scott a Sun Ra

Estos recuerdos, sin embargo, volvieron a mi mente ayer mismo, y por eso escribo sobre ellos, al recibir como regalo el libro, recién publicado, de mi amigo Luigi Giuliana, titulado: Storie di jazz e non solo, editado por la fundación The Brass Group, que por fin llena un enorme vacío. Y lo llena para los aficionados al jazz, que en cualquier caso son unos miles en Palermo y, más en general, para todos aquellos que anhelan desesperadamente ese Palermo que supo imponerse a nivel nacional en contraste con las historias de terror.

Y en la portada, vaya casualidad, hay justo una foto de Mingus tocando el bajo (la foto es de Luigi Giuliana), sonriendo, él que no sonreía nunca, durante su concierto en Palermo, unos meses antes de que lo viera comer plátanos…

Este libro es una fascinante y minuciosa reconstrucción de una aventura musical que dura más de cuarenta años y que, basta con hojearlo, va también de los políticos y de los bancos sicilianos —tan diligentes en congraciarse con los entornos mafiosos y seudomafiosos— que, a lo largo de los años, nunca han entendido cuánto ha contribuido el «Brass» (además de Luigi Giuliana, siguen siendo miembros hoy en día el maestro Ignazio Garsia, el arquitecto Manlio Salerno y el profesor Giangaspare Ferro) a la existencia de un Palermo mejor.

Al respecto diría, pero solo es una opinión, que el único político que realmente lo entendió fue Leoluca Orlando, el actual alcalde de Palermo. Pero volvamos al libro de Giuliana. Nos permite descubrir que casi todos los grandes del jazz han pasado por Palermo: de Mingus a Chet Baker, de Tony Scott a Sun Ra, de Pepito Pignatelli a Alberto Alberti, de Charlie Ventura a Philly Joe Jones, de Ornette Coleman a Oscar Peterson… Por si fuera poco, al Brass también se le debe una famosa actuación de Frank Sinatra en el Stadio della Favorita…

El libro de Luigi Giuliana no es un palmarés, ni el catálogo de una nomenclatura musical. Es un gran fresco, más bien, de un Palermo que nunca se ha detenido. Además, contiene información de trasfondo divertida sobre el modo de vida de estos monstruos sagrados. Se puede leer de un tirón, aunque no se entienda nada de jazz.

Tal vez yo sea un lector privilegiado, al haber comprendido ahora, aunque me haya costado mucho tiempo, quién era el hombre que comía plátanos intercalados con puros Romeo y Julieta…

¿Me dio un codazo? Dios, perdona a los monstruos sagrados porque no saben lo que hacen.

(10 de enero de 2015)

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Manlio Salerno y Luigi Giuliana, a quienes se recuerda estos días en Palermo, fueron, junto a Giangaspare Ferro e Ignazio Garsia, fundadores de «The Brass Group».
Manlio Salerno murió hace un año, Luigi Giuliana dos años antes.

La Fondazione The Brass Group les dedica un evento vídeo musical en la web (bajo demanda en los canales sociales de la Fondazione The Brass Group página de Facebook, Youtube, página web www.brassgroup.it) que se caracterizará por diferentes aportaciones musicales con piezas compuestas precisamente por Manlio Salerno «Intro alla Suite», «Circolare Sinistra» y «Viva L’amore» y reinterpretadas por Claudio Giambruno con su cuarteto: Giovanni Conte, Giovanni Villafranca, Paolo Vicari y con la extraordinaria participación de Vito Giordano.

Y también habrá un verdadero recorrido por la memoria gracias al sonido del guitarrista Vincenzo Palermo y Maurizio Zerbo, que para el Centro Catalogo della Regione Siciliana ha editado la publicación de cuatro CDs «I Grandi Concerti del Brass» grabados justo por Luigi Giuliana e Ignazio Buttita.

Nosotros también participamos en la memoria.

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© Saverio Lodato | Publicado en Antimafiaduemila | 10 Marzo 2021 | Traducción del italiano: Livia Salvetti

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