Crítica

Calabria profunda

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos
Il buco
Dirección: Michelangelo Frammartino

Género: Largometraje
Reparto: Leonardo Larocca, Claudia Candusso, Mila Costi, Carlos José Crespo, Antonio Lanza, Nicola Lanza
Guion: Michelangelo Frammartino, Giovanna Giuliani
Produccción: Doppio Nodo Double Bind, Société Parisienne de Production, Essential Filmproduktion
Duración: 93 minutos
Estreno: 2021
País: Italia
Idioma: Mudo

 

Para quien esto escribe, la mejor película italiana de 2010 fue —con el debido respeto para los actores y actrices italianos— un filme mudo protagonizado por cabras. Se titulaba Le Quattro Volte y causó sensación en Cannes para adquirir en seguida prestigio internacional. Su autor, un milanés llamado Michelangelo Frammartino, ya había dado pruebas de talento con Il dono, su debut ambientado en un pueblo de la región italiana de Calabria.

Ninguno de estos trabajos tenía diálogos, y tampoco lo tiene su nueva propuesta, Il buco, en la que se reencuentra con ese ambiente rural calabrés, tan del gusto de Frammartino y de su público. Un valle bucólico, con sus vaquitas, sus campesinos con el rostro surcado de arrugas que resaltan al amor del fuego compartido y sus cabañas de madera. Ni rastro del ruido urbano, de ordenadores ni teléfonos móviles, entre otras cosas porque muy pronto vamos a descubrir que la acción se ubica 60 años atrás.

A ese valle paradisíaco en el límite entre Calabria y Basilicata llegó en 1961 una expedición científica interesada en explorar el Abismo de Bifurto, el agujero del título, también conocido como la Fosa del Lobo: una cueva casi vertical por la que los espeleólogos piamonteses se deslizarán sin saber de sus 683 metros de profundidad, lo que en aquel tiempo la convirtió en una de las más profundas del mundo: hoy ha quedado relegada al puesto 40 en ese ránking.

Logra escribir un nuevo poema en imágenes lleno de fuerza y hermosura, con alguna gota de humor

Los afanes de esos hombres del norte contrastan con la parsimonia de los lugareños, que han convivido con el agujero a lo largo de los años con perfecta indiferencia. El cineasta, sin disimular su vocación de documentalista, juega con esa mirada sobre el paso de las estaciones, la vida y la muerte que constituyen la dialéctica elemental de la Naturaleza, sin que el espectador sepa a ciencia cierta qué es más misterioso, si la oscuridad húmeda de la cueva o el espectáculo cotidiano del exterior.

La conclusión es que el ser humano es incapaz de resistirse ante un interrogante como el que plantea la fosa, escenario principal y verdadera protagonista de la cinta. La cámara de Frammartino también cae en la tentación de bajar y bajar por galerías claustrofóbicas, sin otra pretensión que saber si ese largo camino tiene fin. Y aunque una misión como esta tiene entre sus riesgos el del tedio, cualquiera que haya leído de niño a Julio Verne sentirá el placer aventurero del descenso.

Sin llegar a la fascinación que ejercía Le Quattro Volte, sí logra el milanés escribir un nuevo poema en imágenes lleno de fuerza y hermosura, con alguna gota de humor de propina. La capacidad del cineasta para descifrar la Calabria profunda, nunca mejor dicho, sigue revelándose grande: no deberían hacer falta otros once años para que siga ejercitándola.

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