Jean Echenoz
«No soy, en la vida real, especialmente viajero»
Alejandro Luque
Sevilla | Mayo 2018
En la brillante generación de escritores franceses surgida en las últimas décadas (de los Nobel Patrick Modiano y Le Clézio a Emmanuel Carrére, pasando por Pierre Michon o Pascal Quignard), el nombre de Jean Echenoz (Orange, 1947) ocupa un lugar muy destacado. Criado en una familia de melómanos, se dio a conocer con El meridiano de Greenwich, pero su popularidad creció con una serie de novelas inspiradas en vidas reales, como Ravel, Correr (sobre el atleta Zatopek) o Relámpagos (sobre el científico Nikola Tesla), que le valieron la consideración por parte de la crítica de “primer escritor post-noveau roman” de las letras galas y “uno de los últimos artesanos de la novela contemporánea”.
No menos éxito ha obtenido con sus últimas entregas, desde la mirada hacia la Primera Guerra Mundial con 14 a los relatos de Capricho de la reina y la Corea del Norte que refleja en Enviada especial, todos publicados en España por Anagrama, y todos breves, algo que atribuye al hecho de escribir en una silla muy incómoda. Un tanto lacónico también en sus respuestas, pero exquisitamente amable, visitó recientemente Andalucía, donde accedió a responder las preguntas de MSur.
La ciudad donde vive, París, ¿es distinta tras los atentados, o las grandes capitales son inconmovibles una vez pasados los hechos?
La ciudad de París, si le digo la verdad, no me parece que haya cambiado mucho, desde que comenzaron los atentados. Creo que sería inquietante si fuera al contrario.
¿Alentaron estos ataques un debate público sobre los problemas sociales en la sociedad francesa (la religión en la política, el papel del islam) o más bien alimentaron discursos extremistas?
Estos dos fenómenos se han producido a la vez, sin duda, pero hay que recordar que tampoco datan de ayer.
El premio Goncourt cuenta con escritores que no tienen el francés como lengua materna, como Tahar Ben Jelloun o Leila Slimani. ¿Es un signo de vitalidad del idioma?
La pregunta no se plantea. Tahar Ben Jelloun y Leila Slimani, si bien los dos han nacido en Marruecos, son hasta donde yo sé escritores de expresión francesa desde sus primeros libros.
Otro colega goncourt, Mathias Enard, ganó el premio con una novela sobre el orientalismo. ¿Cuánto daño cree que ha hecho la idea de exotismo, la fascinación por Oriente, a la cultura? ¿O trajo algo bueno?
Todo lo que pueda venir a enriquecer la cultura francesa, venga de Oriente, de Asia, de África, de América y en general de cualquier lugar, solo puede ser bienvenido; no puede producir el menor daño. Todo lo contrario.
Otro de sus personajes, Zatopek, vivió toda su vida bajo el comunismo y cayó en desgracia de las autoridades, pero alcanzó a ver su caída. ¿Qué pensaría del rumbo de esta ideología, hoy?
Después de haber sido el héroe, el emblema pero también el rehén de los regímenes políticos bajo los que vivió, Emil Zatopek tuvo que obtener una idea bastante precisa y poco atractiva de estas ideologías. Su compromiso durante la primavera de Praga es prueba de ello. Dicho eso, sería muy difícil para mí pensar por él.
Cada cierto tiempo nos llegan noticias del ascenso de la ultraderecha en Francia. ¿Augura muchas entregas a la saga novelística de los Le Pen?
No me siento competente para responderle, pero me da la impresión de que esta desafortunada aventura tendrá que experimentar todavía, en efecto, algunos resurgimientos.
Participó en el proyecto de reescritura de la Biblia de Bayard. ¿Tuvo la sensación de profanar un templo sagrado, o algo parecido?
Jamás he tenido la sensación de profanar nada. Intenté ser útil, como buenamente pude, a un proyecto extremadamente apasionante. Se trataba de ponerse al servicio de un texto, de tratar de traducirlo fielmente con nuestros medios – y no de reescribirlo – , y si este texto era sagrado o no, no cambiaba nada.
Florence Delay me contó que la experiencia de trabajar con un traductor de hebreo le resultó enormemente enriquecedora. ¿En qué sentido pudo serlo para usted?
El trabajo que brindé en esta empresa obviamente no habría sido posible sin esta colaboración, este intercambio permanente con un exégeta. Los intercambios que tuve con Pierre Debergé durante cuatro o cinco años fueron invaluables en todos los aspectos.
Emmanuel Carrère, que también formó parte del proyecto, se convirtió al cristianismo. ¿Ha tenido usted alguna tentación similar, o el famoso laicismo francés le protege?
Este trabajo de traducción, tan emocionante y estimulante como es, no ha cambiado nada a mis convicciones. Por cierto, no estoy seguro de tener verdaderas convicciones en este campo, salvo un agnosticismo bastante vago.
Si busca su nombre en internet, encontramos comentarios sobre la «dimensión geográfica» de varias de sus novelas. ¿Está el lector acostumbrado a novelas que no salen de un distrito de París?
Mi interés en esta dimensión más o menos viajera procede de una relación, que me parece valiosa, entre geografía y ficción. No creo ser el único en este aspecto. Por otro lado, a menudo es una geografía imaginaria, incluso si estoy trabajando siempre con una importante labor de documentación… y eso significa que no soy, en la vida real, especialmente viajero.
Estos días corren ríos de tinta recordando Mayo del 68. ¿Recuerda dónde se encontraba usted esos días, cómo los vivió?
Es difícil no recordarlos. Tenía veinte años, era estudiante de sociología y mis simpatías me llevaron a la extrema izquierda. Este período obviamente fue muy efervescente, muy emocionante, pero me temo que nunca he sido un activista muy diligente. Sin embargo, en aquella época me convertí en todo un experto en pegar carteles.
Se dice que los escritores que ganan el Nobel lo hacen por toda su generación. ¿Se siente la suya representada por Modiano?
Patrick Modiano es un escritor importante y singular. Admiro enormemente algunos de sus libros y creo que fuimos muchos, en el momento de la concesión de su Premio Nobel, quienes nos sentimos muy felizmente representados.
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