Opinión

El vecino de mi vecino

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos

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Arde el Cáucaso. Caen obuses, suenan disparos, explotan tanques, mueren personas. Todo por un puñado de colinas en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán.

La lucha por Nagorno Karabaj es de estas guerras que no es fácil explicar con las teorías clásicas de intereses económicos y geopolíticos. No hay petróleo ni gas ni uranio ni diamantes en estas verdes colinas, tan verdes que si merecen el nombre de Karabaj (Jardín Negro) es precisamente porque llevan treinta años quemándose. Lo único que hay son armenios y azeríes.

Karabaj es la demostración de que no todo en este mundo es por dinero. Ojalá. Haz el negocio y no la guerra es una fórmula que suele funcionar bastante bien en política. Deja de funcionar cuando se meten en medio conceptos como orgullo nacional, fe, identidad. Esas cosas que suelen predicar señores, las más de las veces barbudos, de credenciales insobornables. Dispuestos a morir por un ideal porque saben que irán al cielo. O al menos a Twitter, como aquel sacerdote (sí, barbudo) con sotana, crucifijo y fusil de asalto al que el Gobierno de Armenia lanzó al firmamento del pajarito azul con el lema “Fe & Fuerza”.

Las guerras se hacen entre vecinos, siempre: solo a un vecino se le puede invadir cómodamente

Es lo que hay. Una guerra porque 140.000 personas —un poco más que los habitantes de Algeciras— no pueden vivir bajo soberanía de Bakú: son armenios, hablan armenio, son cristianos de misa, mientras que los de Bakú hablan azerí, es decir turco, y aunque no es que vayan mucho a la mezquita probablmente pondrían “musulmán” en un cuestionario. Nada que negociar salvo la independencia. Y porque los de Bakú no pueden permitir que unos 10.000 kilómetros cuadrados, un poco más que la provincia de Cádiz, estén fuera de su control ¡si la Unión Soviética les adjudicó ese territorio en 1920! Lo que se da no se quita. Nada que negociar salvo la soberanía.

Tengo un amigo que tiene una idea de cómo resolverlo: moviendo las fronteras unos pocos kilómetros para que ganen todos, pero me temo que no le preguntarán, porque cuando se meten por medio la fe y el orgullo nacional, nadie pide razones.

Donde sí hay razones es en la retaguardia. Allí donde se reciben los envíos de armas de países aliados y amigos. Cada potencia elige bando y hace su apuesta, más o menos como en las peleas de gallos, solo que aquí hace falta echarles pienso y munición a los combatientes. El reparto —quién va con quién— está claro y se resume en un concepto de geopolítica que el oficial alemán Karl Haushofer inventó al acercarse el siglo XX: el vecino de mi vecino es mi amigo.

Porque las guerras se hacen entre vecinos, siempre. Solo a un vecino se le puede invadir cómodamente, y normalmente es en el país vecino donde uno tiene motivos —poblaciones allegadas por fe o idioma— para reclamar territorio, quizás un distrito perdido cien o doscientos años atrás. Con un vecino se pueden tener excelentes relaciones comerciales y diplomáticas, pero nunca será tu aliado: solo espera el momento de asestarte la puñalada.

Tu aliado es el país detrás de tu vecino, ese que solo espera el momento de asestarle la puñalada desde el otro lado. Con este no solo te llevarás bien: tienes que cuidar que siempre se mantenga fuerte, porque así tu vecino estará ocupado guardándose la espalda y no tendrá tiempo de mirarte con ojos codiciosos.

En sus inicios esto se concebía directamente como estrategia militar: en caso de guerra, las tropas hacen pinza. De hecho, Haushofer se fue a Japón en 1909 para forjar una alianza con Alemania. En media quedaba, a cada lado, el resto del mundo. En esa época aún se pensaba a lo grande.

A largo plazo, el aliado natural de Israel es Irán, y lo fue, con armas y bagajes, hasta 1979 y un poco más

Hoy somos más modestos y tenemos paisitos en lugar de imperios. Pero el modelo no ha cambiado. El enemigo, por vecino, de Turquía es Armenia (de hecho, hay partidos armenios que siguen reclamando territorio anatolio). Por lo tanto, el aliado de Ankara es Azerbaiyán, que está justo detrás. Adivinen cuál es el aliado de Armenia. Exacto, Irán. En su caso porque recela de su vecino Azerbaiyán desde que la república caucásica se fundó en 1918 con este nombre. Un nombre que recibe también, y desde mucho antes, la región noroccidental iraní poblada por azeríes.

Hay más azeríes en Irán que en Azerbaiyán, y aunque en general no se declaran separatistas, uno nunca sabe. Dicen las malas lenguas que más de un político de Bakú tiene en la pared un mapa de Azerbaiyán que incluye buena parte del país vecino. Como para no desconfiar. ¿Qué haría usted si estuviera moviendo los hilos de política exterior de Teherán? Mantener ocupado al vecino ¿no? Mientras esté gastando municiones y vidas en su frontera oeste —y los armenios dan para rato, con tanta fe— dejará en paz la del sur.

Por el mismo motivo, uno de los dos principales proveedores de armas de Azerbaiyán es Israel. Aquí tenemos que hacer un pequeño excurso: en realidad, a largo plazo, el aliado natural de Israel es Irán. Lo fue, de hecho, con armas, bagajes y diplomacia prácticamente desde el momento de establecerse Israel —en concreto: desde 1950— hasta la caída del sah bajo la revolución islámica de Jomeini en 1979. Y un poco más, incluso, porque pese al discurso y la falta de embajadores, ¿a quién le iba a comprar Irán las armas para enfrentarse a Iraq si no era a Israel?

Pero esta alianza lleva bastante rato dormida e Israel se ha alineado con su vecino, Arabia Saudí, contra Irán, rompiendo con la regla clásica y convirtiéndose en un apéndice geopolítico de Estados Unidos. Con Irán como enemigo, Azerbaiyán es el aliado, por supuesto: está justo detrás.

Ahora entenderán también por qué Irán ha apoyado siempre a la dictadura de la familia Asad en Siria. No sea crean las sandeces de motivos religiosos: en primer lugar, los alauíes no son chiíes y en segundo, ni aunque lo fuesen, nada tendría en común la práctica agnóstica alauí con el fundamentalismo jomeinista. Es tan sencillo como esto: Iraq queda en medio. Al igual que el aliado más fiel de Turquía, de toda la vida, aparte de Azerbaiyán, es Pakistán. Irán queda en medio.

Por mucho que Erdogan y Putin exhiban una entrañable amistad son rivales, nunca aliados

El mundo es un tablero de ajedrez con escaques de dos colores y saltos de caballo. David Ben Gurión, el diseñador del Estado de Israel, lo llamaba Alianza periférica; tengo por mí que se lo copió a Haushofer. Considerando que los países árabes alrededor de Israel eran todos enemigos, el aliado estaría justo detrás: Irán, Turquía, Etiopía. De hecho, Turquía reconoció a Israel antes de que lo hicieran Reino Unido, Canadá o Alemania: los dirigentes de Ankara debieron de pensar igual. Y la alianza ni siquiera se rompió al retirarse los embajadores tras el incidente del Mavi Marmara en 2010: seguían siendo expertos israelíes quienes manejaban los drones del Ejército turco. Una cosa son los discursos, otra la geopolítica.

Son esos drones israelíes los que fue copiando un joven ingeniero turco llamado Selçuk Bayraktar para desarrollar la aeronave no tripulada pero armada con misiles que lleva su nombre: el Bayraktar TB2. Son estos TB2, concuerda la prensa turca al completo (Ankara no lo ha confirmado oficialmente), los que están disparando misiles en Nagorno Karabaj y pulverizando tanques armenios.

Si Armenia resiste es porque también Rusia le presta apoyo. Para mantener ocupado a su vecino Azerbaiyán que le hace la competencia vendiendo gas caspio a Europa. Y para mantener ocupado de paso a Turquía. Porque por mucho que Erdogan y Putin exhiban una entrañable amistad masculina (o eso cree Erdogan), en términos geopolíticos son rivales, nunca aliados. Son demasiado grandes y llevan demasiados siglos demasiado cerca para esto: son vecinos en términos históricos, con una media de cuatro guerras por siglo desde finales del XVI.

Menos mal que ahora hay unos Estados colchón en el Cáucaso. Pero desde hace casi una década, Moscú y Ankara se están haciendo de nuevo la guerra, esta vez por delegación a los peones, como está de moda. Están en lados opuestas en todas las trincheras de la región: en Siria (Turquía con los islamistas, Rusia con Asad), en Libia (Turquía con Trípoli, Rusia con Haftar), en Crimea (Turquía con los tártaros opuestos la soberanía rusa, aunque sin pegar tiros), y por supuesto lo están también en Karabaj.

El objetivo de la geopolítica no es aniquilar: es debilitar, y a Rusia no le conviene una Turquía hundida

Pero la sangre no llegará al mar. Porque el objetivo de la geopolítica no es aniquilar: es debilitar. Seguramente nadie se ha estudiado las obras del siglo XIX tanto como los asesores de Putin. No en vano es un país de ajedrecistas. De manera que en Siria, los tanques rusos y turcos hasta realizan patrullas conjuntas y los comandantes se llaman por teléfono antes de lanzar ataques contra los peones del enemigo. Equilibrio militar se llama eso.

Porque a Rusia tampoco le conviene una Turquía hundida. Débil sí, para no molestar mucho en el patio propio, pero a la vez lo suficientemente fuerte como para poner un poco de desorden en el patio de la Unión Europea, que es un vecino mayor. Y qué mejor para un país que tus dos vecinos y enemigos se peleen entre ellos. Esto, más que un ajedrez, son las damas chinas, un juego que se inventó más o menos al mismo tiempo que la geopolítica de Haushofer.

Por lo mismo, Armenia no ganará la guerra de Karabaj ni la perderá. Ya cuidará Moscú de eso, aprovechando de paso para vender armas a Azerbaiyán también, que a diferencia de Armenia al menos puede pagarlas: para eso tiene gas y petróleo. Claro que para que Azerbaiyán pague armas deben dejarse algunas gratis a Armenia: hay que incentivar el consumo. Porque la guerra, ya lo dijo Brecht, es un negocio, pero tiene que durar para que rinda.

Al final sí todo será por dinero, me dirán. Cierto. Solo que los que van al frente a matar y morir por palabras como fe, nación e identidad no saben que la mercancía son ellos.
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© Ilya U. Topper | Especial para MSur

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