Dulce Maria Cardoso
«No se puede ser escritor sin ser optimista»
Alejandro Luque
Cádiz | Noviembre 2020
Al teléfono es amable, divertida, se ríe con ganas… pero también se puede poner muy seria cuando reflexiona sobre la situación social del mundo en el que vivimos, el reparto (cada vez menos reparto) de la riqueza y las consecuencias de la pandemia. Dulce Maria Cardoso (Carrazeda de Ansiães, Bragança, 1964) responde a la llamada desde Cascais, un municipio costero en la periferia oeste de Lisboa donde vive su madre. España ha publicado este año La vida normal (Seix Barral) y Todo son historias de amor (La Umbría y la Solana), recuperando así un retraso histórico: hace solo dos años que salió en español El retorno, una novela sobre el regreso de las familias portuguesas desde las colonias africanas, que le dio fama inmediata en Portugal en 2011, aunque ya estaba presente en el panorama literario desde su primera obra, Campos de Sangre (2002) y llevaba acumulando premios con Os meus sentimentos (2005) y O chão dos pardais (2009).
Recientemente participó en un encuentro virtual en la Fundación Tres Culturas, en conversación con Pilar del Río.
Usted nació en Trás-os-Montes, en el extremo noreste de Portugal. ¿Es un territorio que inspira la creatividad literaria?
Es un lugar muy solitario, apartado de Portugal central, una especie de autonomía exquisita, un territorio muy aislado por los montes. Mi abuelo, por ejemplo, nunca vio el mar. Nunca salió de Trás-os-Montes. Y es normal que los lugares aislados estimulen la creatividad. Pero yo salí de allí a los pocos meses. Solo estoy conectada genéticamente.
A usted le estimuló su infancia en Angola ¿cierto?
Sí, tengo la memoria de haber vivido allí. Fui la última generación de portugueses que aún fue colona. Mis padres eran colonos blancos y yo también. Tenía diez años el 25 de abril (de 1975, fecha de la revolución portuguesa y el fin del imperio colonial portugués).
Esta memoria de Angola ¿la ha vivido como una herida, tal y como le sucede al personaje de Rui en El retorno?
«El primer idioma que aprendí era kimbundu, antes que portugués, porque jugaban con los niños negros»
[Duda] Sí. Sí. Tuve consciencia, aunque era muy joven, de que no regresaría nunca a aquella vida. No supe ponerlo aún en palabras, tenía diez años, pero sabía que aquella vida había terminado. Vi la guerra civil, vi las ciudades destruidas, y al mismo tiempo una fuerza de reconstrucción; vi a la gente irse, entendía un impulso de que la gente volviera y empezara otra vez a construir todo. Y por eso hice el esfuerzo de ‘decorar’. En portugués la palabra decorar tiene doble sentido. Uno es memorizar y otro es embellecer. Y creo que hice las dos cosas: memorizé todo y embellecí todo.
¿Por qué lo quiso embellecer?
Porque durante mucho tiempo, Angola para mí era una vida perfecta. Los recuerdos eran casi perfectos, porque la realidad aquí, en Portugal, era tan dolorosa… de hecho, nos recibieron muy mal aquí. Y eso hizo que yo embelleciera cada vez más las memorias africanas. Después de un tiempo, creo, cuando crecí, hice el intento de racionalizar, de intentar entender por qué nos recibieron tan mal, de intentar entender qué había pasado, y creo que ahora tengo unas memorias más o menos… no diría ciertas porque no hay cierto o equivocado, pero más conforme a la realidad.
Para una niña, ¿vivir en Angola era como vivir en Portugal o se daba cuenta de que era otro sitio, un lugar de habla portuguesa, pero distinto?
Ah, no, nosotros teníamos clara la idea de qué era la metrópolis, que era Portugal, y que el lugar donde nosotros vivíamos era Angola y que era diferente. Había una mitificación de la metrópoli, donde todo era maravilloso, sabíamos que la metrópoli estaba muy lejos, en otro continente, y que teníamos una vida aparte. Eso sí, se creía que Angola era Portugal: por la presencia de los soldados portugueses Angola era nuestra. Había una relación de poder de los portugueses sobre Angola.
¿Con la población nativa de Angola tenía usted relación, o vivía en una burbuja?
[Ríe] Relación sí tenía, y tanto… El primer idioma que aprendí a hablar era kimbundu, antes que portugués. Porque había unos niños negros que eran nuestros compañeros, hablaban kimbundu, y yo lo aprendí con ellos. Luego, a fuerza de corregirme mis familiares, claro… ya no sé hablar mucho, salvo unas palabras. Pero lo aprendí primero, o a la vez con el portugués, pero usando mucho más el kimbundu.
¿Podemos hablar de integración, pues?
«Mis padres nunca tuvieron empleados negros pero eso podría ser un síntoma de racismo: no querer mezclarse»
No era una relación de igual a igual. Estos niños no venían a nuestras fiestas. Eran hijos de empleados de los vecinos. No eran empleados nuestros, porque mis padres nunca tuvieron empleados negros. Y eso, suelo decir, incluso podría ser un síntoma de medio racismo de parte de ellos: no querer mezclarse, no sé, pero nunca tuvieron empleados. También puede ser que era porque nunca habían tenido aquí (en Portugal) y continuaban así. Nunca tuve una respuesta clara de parte de ellos. Porque todo el mundo tenía empleados, y ellos no.
Pero con los niños sí estaba…
Yo jugaba con los hijos de los empleados de nuestros vecinos, pero ellos no venían a nuestras fiestas, no se les invitaba como a los demás. Y en mi escuela, que era un colegio privado, solo había dos negros, y eran protegidos. Uno era un protegido de de una monja que lo tenía adoptado. No era una relación de igual a igual.
¿Cómo recuerda esta infancia?
Era una infancia muy excesiva, porque África es muy excesiva, hay muchas cosas, mucha fruta, todo muy excesivo y me siento muy privilegiada por tener esa infancia, África es un continente de infancia, porque es todo muy exagerado, muy caliente, muy… a lo grande. Yo tuve suerte. Ahora bien, una situación como la de Angola, una colonia de un imperio, no debería existir nunca.
En Lisboa hay una importante presencia de africanos oriundos de las excolonias. ¿Están integrados o sigue habiendo diferencias?
«Somos un país pacífico, pero el número de mujeres asesinadas por sus compañeros o excompañeros es enorme»
Ah no, sigue habiendo mucha diferencia, mucha, y seguirá habiéndola. Porque la mentalidad es algo muy difícil de cambiar, hacen falta generaciones, y hay muchas personas educadas por padres tradicionalistas, muy conservadores. Hace poco vine a casa de mi madre en Cascais, una villa cerca de Lisboa, fui a la panadería, y mientras estaba en la cola asistí a esta conversación: Un señor, un hombre joven, unos treinta y tantos años, preguntó a una señora en la panadería si podía recomendarle una empleada para ocuparse de sus hijos. Y la señora le dijo de forma totalmente natural: “Ah sí, tengo una muy buena, pero es caboverdiana, no sé si le importa”. Y dice él: «No, no me importa, los caboverdianos son muy atentos». Y la señora: «Sí, claro, pero hay gente a la que no le gustan los negros, y tienen sus razones». Y él: «No, si a mí me gustan». Y era una conversación muy racista, pero ellos ni siquiera se daban cuenta, para ellos era natural pensar que podría haber problemas. Es un racismo enorme. Nunca dirían de una persona “Es blanca, no sé si le importa”. Hay un racismo profundo, no es que sean fascistas que digan Muerte a los negros, no es este tipo de racismo del Ku Klux Klan. Pero está ahí, está latente.
En el último libro suyo publicado en España, ‘Todo son historias de amor’, habla de tres generaciones de mujeres. ¿Ha habido una evolución o incluso una revolución especialmente pronunciada en las mujeres?
Las relaciones se han vuelto más igualitarios ahora; están aun lejos de ser igualitarias, pero lo son más que antes, y la historia empieza a ser escrita también por mujeres. Es decir: las mujeres también empiezan a tener el poder de decir su opinión, sea en el arte, sea en otros aspectos. Durante siglos, en una historia hecha por hombres y comentada por hombres, la presencia femenina era meramente decorativa, estaban como espectadores. Ahora no. Ahora empiezan a escribir la historia. Y es justo, no hay ningún motivo para que no sea así. Pero desgraciadamente aún no hay oportunidades iguales.
Ya…
En Portugal hay algo que me avergüenza mucho: la violencia doméstica. Nuestra tasa del crimen es muy baja, somos un país relativamente pacífico, pero el número de mujeres asesinadas a manos de sus compañeros o excompañeros es enorme. Creo que en los últimos seis años fueron asesinadas 101 mujeres. Más de cien mujeres. Es mucho para un país de diez millones de habitantes y con una tasa de crimen muy baja. Es un problema grave.
En su novela O chão dos pardais habla del amor como un poder ejercido sobre otros. ¿Es algo culturalmente muy arraigado?
Sí, claro. El 25 de abril por ejemplo acabó con la censura, la violencia política… pero no cambió la mentalidad. Las personas no dejaron de pensar de una manera porque hubiera una revolución. No. En lo más profundo seguían pensando como antes. Hacen falta dos, tres, cuatro generaciones para que todas aquellas ideas conservadoras desaparezcan. En Portugal, incluso según el código civil hasta hace no tanto, el hombre tenía derecho a matar a su mujer si la encontraba en flagrante delito (de adulterio). La mujer necesitaba autorización para viajar. La mujer era, de hecho, una propiedad del hombre. Y eso no se cambia en 40 años.
¿Por qué se mantiene esta mentalidad?
«Las mujeres educan a menudo a sus hijos en comportamientos completamente machistas»
Los chavales educados por sus padres… y por sus madres, porque las mujeres son víctimas y autoras también de este proceso. También educan a los hijos ¿no? Es muy extraño ¿no? Las mujeres educan a menudo a sus hijos en comportamientos completamente machistas. Y saben que sus hijos van a perpetuar este comportamiento luego con sus compañeras. Es muy complicado quebrar este ciclo, es muy complicado desarmar esto. Ahora, evidentemente, las mujeres son las víctimas. No estoy diciendo que las mujeres son culpables. El culpable es el sistema. Pero es tan pernicioso que las propias mujeres están involucradas en este proceso…
Nuestra referencia de Portugal es el fado. Y en el fado siempre se sufre, pero sufren igual hombres que mujeres; es un sufrimiento unisex ¿no?
No. El fado es muy patriarcal, las letras más influyentes del fado son muy machistas. Es un buen ejemplo: las generaciones jóvenes siguen cantando estas letras, y es difícil parar a alguien y preguntarle: ¿pero qué es lo que estás cantando, qué quiere decir? Es difícil porque es un caldo cultural. Y estamos sumergidos en este caldo, por eso es tan difícil cortar amarras. El fado es un buen ejemplo, porque tiene letras muy machistas: “Voy a matarte”.. Crecemos con eso. Y luego la literatura, los filmes, todas esas pruebas de amor gigantescas, y de repente la gente piensa que eso es normal, que lo normal es morir por amor o matar por amor, que eso es el amor verdadero. Y no lo es. Es una enfermedad.
En el flamenco en España ocurre algo similar, pero los jóvenes intentan no cantar esas letras machistas o violentos. Se entiende que eran otras épocas.
Claro, españoles y portugueses somos todos muy parecidos.
¿Alguna vez ha participado usted del sueño ibérico de Portugal y España unidos que tuvieron Pessoa y Saramago?
Sí, lo veo como un vínculo. Creo que no tiene sentido que los países se aislen. Todo lo que ocurre en otro lado del mundo nos afecta, hay cuestiones globales y el cambio climático… no tiene sentido esa división. Y tengo mucho miedo a los nacionalismos y patriotismos.
En España, la gente más progresista admira a Portugal, sobre todo desde que se unieron los partidos de izquierdas. ¿Hacemos bien en tomar Portugal como modelo o no es todo tan bonito como parece?
«En EEUU como en España o Portugal, el populismo es la ideología de quienes se sienten abandonados, traicionados»
No es todo tan bonito, porque también está Chega, que es nuestro partido de extrema derecha, y que ha hecho ahora un acuerdo de coalición en Azores con el PSD, que es un gran partido (de centro derecha). Por su parte, la ‘jerigonza’ (el acuerdo de gobierno del Partido Socialista con Bloque de Izquierda y Partido Comunista), era un acuerdo que tenia mucho que ver con la personalidad de António Costa, el primer ministro, muy capaz, muy dialogante, alguien que crea consenso. Ahora, en la segunda ola de la pandemia, el Gobierno está muy desgastado; empezó con unos resultados altísimos, ya ahora ya mueren 83 personas al día, que para nosotros son cifras muy altas, y toda la luminosidad que tenía el Gobierno se ha quedado apagada.
Pero desde que esa coalición se creó tras las elecciones de 2015, ¿ha dado resultados?
Fue una experiencia única tener a la izquierda unida y funcionó durante un tiempo, pero también hubo muchos factores externos. Había una enorme cantidad de turistas porque Portugal era un país que estaba olvidado en Europa, poca gente lo conocía, de repente se descubrió. Pero Portugal tiene graves problemas estructurales.
También nos ha sorprendido siempre que Portugal durante décadas no tenía extrema derecha.
No había, cierto, no había. Yo creía que tenía que ver con tener la dictadura tan cercana. La gente tenía memoria o tenían padres con memoria. Casi todos los portugueses tenían alguna historia de represión en su familia. Pero luego he entendido que no, que no hubo porque nadie se alzó con esa voz, y en cuanto hubo alguien que sí lo hizo, que era André Ventura (el dirigente de Chega), tuvo una carrera bastante sorprendente.
¿Cuál es la causa de ese éxito?
Las personas se sienten traicionadas, abandonadas. Tanto en Estados Unidos como en España o Portugal. El populismo es la ideología de los que se sienten abandonados. Cuando aparece una persona que dice en voz alta lo que sienten, ellos se adhieren. Creo que no deberíamos ignorar a las personas que votan a esos candidatos ni decir que son tontos o malos. Debemos entender qué es lo que los lleva a votar. Si observáramos con rigor en lugar de quedarnos ofendidos en nuestros privilegios de ser los más instruidos y más informados, nos daríamos cuenta de que la mayoría de la gente vive bastante peor de lo que vivieron sus padres. Y que sabemos que nuestros hijos y nietos vivirán peor de lo que vivimos nosotros. Así no puede haber futuro.
¿Es la economía, pues?
«Un filme portugués se produce con una décima parte de lo que se gasta en uno norteamericano»
Es muy difícil que no haya populismo cuando hay un abismo salarial tan grande, cuando la riqueza está distribuido de una manera tan anómala. Cada vez hay menos ricos, pero con más dinero. Y si alguien como Trump, o Bolsonaro en Brasil o quién sea, dice en voz alta lo que piensan, ellos le creen. Porque es la única esperanza que tienen. En lugar de criticar a los votantes debemos entender el sistema inmunitario que ha permitido que esa herida se infecte.
Pasemos de la economía a algo más bonito: la cultura. ¿A qué escritores españoles admira?
Ahora tengo aquí Los enamoramientos de Javier Marías, lo estoy leyendo y me gusta mucho. También me gusta Enrique Vila-Matas, Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina… hablo de los más actuales. Ah, y se me olvida: Millás. Muy bueno.
Es obvio que en Portugal nos conocen mejor que nosotros a ellos. Vayamos a ponerle remedio. Así, ¿a quién, aparte de a Dulce María Cardoso, deberíamos descubrir?
[Ríe] A mi me gusta mucho Valério Romão, un escritor que empieza a ser muy leído. Otra escritora que habla de la descolonización es Isabela Figueiredo, tiene un librito que se llama Caderno de memórias coloniais, que trata esta cuestión. Luego están Gonçalo (Tavares), válter (hugo mae), (José Luis) Peixoto, que ya son más conocidos. Y David Machado. Quién se me olvida.. Teresa Veiga, no es joven, pero es una excelente escritora de relatos. Y es una especie de Ferrante portuguesa porque no da entrevistas, nadie sabe quién es.
Ya tenemos para empezar… Tengo la sensación de que Portugal vive un buen momento creativo no solo en Literatura, sino también en cine. ¿Se vive una ebullición cultural en el país?
Creo que con pocas producciones culturales —porque el presupuesto del Estado para cultura siempre está bajo mínimos— somos capaces de producir bastante en las condiciones en las que estamos. Un filme portugués se produce con una décima parte de lo que se gasta en un filme norteamericano o incluso español, y conseguimos tener buenos resultados con una especie de ingenio. Ahora bien, creo que no debería ser así. Creo que es muy triste que sea así. No es justo que una persona que sabe dirigir o sabe escribir acabe teniendo una vida muy mala para ofrecer a los demás esas obras que luego resultan ser tan influyentes. Ocurre así, pero a costa de la vida personal de cada uno, y eso es triste.
Ahora, durante la pandemia, como los viajes se han reducido mucho, los grandes festivales españoles han invitado a muchos portugueses… pero el Ministerio de Cultura portugués no apoya mucho; no estáis muy contentos ¿verdad?
]Ríe] No, no, no estoy nada contenta con el ministro de Cultura. Hace falta una visión de lo que es la Cultura, para empezar, y cuando alguien considera que la cultura de Portugal es la tauromaquia ya es una aberración. Luego se cree que el arte no es algo tan urgente como el pan o como un puente o un médico, y por lo tanto no se atiende, se deja para el final. Yo creo que a largo plazo es igual de necesario lo que hace el teatro. Si queremos hacer una analogía es construir puentes para el futuro. No salva vidas como un médico, pero salva el futuro. Amália Rodrigues, nuestra gran fadista, siempre contaba en las entrevistas una historia que para mí explica la existencia del arte…
Cuéntela.
«Incluso los escritores más negros son con certeza optimistas, porque si no, no escribirían»
Ella estaba en un hotel en Nueva York, había recibido una mala noticia de salud y quiso suicidarse. Estaba en un piso alto y abrió la ventana para tirarse, ella ya había tenido varios intentos de suicidio. Pero en ese momento pasaban en la televisión un musical de Fred Astaire y se dijo: no me puedo perder esta obra. No sé si es verdad o se lo inventó, pero es la mejor defensa del arte que conozco, porque el arte salva así. Yo misma tenía un momento en mi adolescencia que era terrible, y me salvaron los libros. No me fui por otros caminos que me habrían destruido, porque los libros eran una compañía inmensa. El arte no salva de manera cuantificable, visible, pero salva. Un país que no apuesta por su cultura, sus artistas, está condenado a morir. Lo único que queda en países como Portugal o España, donde los recursos naturales son escasos, es apostar por las personas, por el patrimonio.
¿Cómo vive una escritora todo este año de pandemia y confinamiento?
Son tiempos de ruptura para todo el mundo. Nos juzgábamos tan poderosos y de repente no podemos ignorar que no somos nada, basta un virus… y eso mina nuestra autoestima. Imagino que hay mucha gente tiene un sufrimiento atroz, no solo por la crisis sanitaria sino por la crisis económica, que es tan grave como la de salud: hay mucha gente en paro, mucha gente perdió la casa… una convulsión social terrorífica. Pero por otra parte pienso que puede ser una oportunidad par nosotros para buscar un futuro mejor. Al principio de la pandemia había una frase que decía mucha gente: “Éramos felices y no lo sabíamos”, y estoy totalmente en desacuerdo. Creo que estábamos infelices y lo sabíamos, y creo que seguimos estando infelices.
¿Y qué cambia la pandemia, entonces?
Es muy difícil parar una máquina en movimiento, pero si esta máquina está parada, quizás estaría bien preguntarnos cosas antes de volver a ponerla en marcha. Hablar de una vuelta a la normalidad parece casi ilógico, porque es también esa normalidad la que nos ha conducido aquí. Deberíamos pensar seriamente en cómo tratamos los sistemas nacionales de salud, cómo tratamos a los grupos más frágiles, como los ancianos, que son ahora las principales víctimas… Tenemos mucho material para pensar. Es un desafío.
¿Tiene esperanza en que se haga esa reflexión o sería de ilusos?
Yo soy optimista. Creo que no se puede ser escritor sin ser optimista, porque escribir es un acto tan solitario y al mismo tiempo es una ingenuidad tan grande pensar que estás ahí inventando una historia y vas a encontrar a personas que querrán leerla y entrar en este suspense… Incluso los escritores más negros son con certeza optimistas, porque si no, no escribirían. Escribir es optimismo. Y hace falta una idea del futuro. Somos ingratos, somos extremamente ambiciosos, pero no somos suicidas. Y esta crisis nos va a mostrar lo cerca que estamos del abismo y cómo seguimos caminando tan obstinadamente. Como no somos suicidas creo que nos pararemos a pensar. Es que si somos suicidas, pues que acabe pronto. Pero creo que no. Creo que nos pararemos a pensar.
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© Alejandro Luque | Especial para MSur · Noviembre 2020
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