Elecciones en el filo de un voto
Ilya U. Topper
Estambul | Junio 2015 |
“Son las elecciones más críticas de mi generación”. Así de rotundo es Sercan Çelebi, empresario de apenas treinta años y activista cívico, fundador de una ONG de observadores electorales. “Las más importantes en la historia del país”, le supera Songül Tatliadim, de la misma edad. “Unas elecciones históricas que podrán cambiar el destino de Turquía”, insiste.
¿Por qué? “Un sólo voto puede decidir si se quedan 65 representantes fuera del Parlamento», recuerda Çelebi. Alude a la cifra probable de diputados que conseguirá el partido izquierdista HDP si supera el umbral del 10 por ciento de los votos a nivel nacional. Es probable que lo consiga – en los sondeos oscila entre el 9,5 y el 12 por ciento – pero no está garantizado. Cada voto cuenta.
Esa cifra mágica del 10 por ciento – la barrera más alta del mundo, instaurada en Turquía tras el golpe militar de 1980 y denunciada a voces por muchos intelectuales – protagoniza desde hace semanas toda tertulia política: puede decidir si el AKP, el partido islamista en el poder desde 2002, renueva su mayoría absoluta o la pierde.
El HDP, nacido del movimiento marxista kurdo, aglutina ahora a la izquierda de toda Turquía
En los mítines del HDP cunde el optimismo. “Abajo la barrera” rezan las pancartas sobre una inmensa muchedumbre – cientos de miles – que se congrega en un descampado de Estambul para escuchar a Selahattin Demirtas, el joven líder de este partido nacido del movimiento marxista kurdo pero mudado en opción preferida para gran parte de la izquierda de Turquía. La gran mayoría son jóvenes; chicos y chicas en igual número, alegremente mezclados, bailando en corro.
Hay banderas de todos los colores, pero destacan algunas rojas: la enseña nacional turca, impensable hasta ayer en un mitin kurdo. Apenas se ven retratos de Abdullah Öcalan, fundador y eterno dirigente del PKK, la guerrilla kurda, tan ubicuos antes. Un cambio parejo al del discurso del HDP (y su antecesor, el BDP) que hace más de tres años dejó atrás no sólo la antigua reivindicación de la independencia sino también la de la autonomía y exige únicamente derechos cívicos para la minoría kurda dentro de una Turquía unida.
El efecto es llamativo en los sectores kemalistas de la izquierda liberal de Estambul, que hasta anteayer consideraban al HDP el brazo político del terrorismo kurdo: todo son de repente simpatías con el joven partido del árbol verde y morado, que se presenta como ecologista y feminista. No faltan adhesiones públicas de decenas de escritores, artistas, académicos, periodistas. Sólo desde el AKP siguen martilleando con el miedo a los “separatistas”.
Selahattin Demirtas no habla de autonomía. Habla de convivencia, de paz, de derechos humanos y sociales para todos. Entre risas y bromas se gana un público ya entregado. Hay quien levanta una pancarta: “Mi exnovia votará al HDP”, recordando la consigna del líder de pedir el voto “hasta a tu ex amante”. Otro lo supera: “Mi exnovia dice que votará al HDP y llamará a su hijo Selahattin”.
Legalmente, el presidente no puede intervenir en la campaña pero Erdogan da mítines todos los días
A una parada del Marmaray – el moderno tren de cercanías que cruza por debajo del Bósforo, inaugurado hace año y medio – hay otra muchedumbre, teóricamente convocada para celebrar el 562 aniversario de la toma de Constantinopla. También aquí hay cientos de miles de ciudadanos. Predominan los hombres; hay parejas mayores y unas cuantas mujeres en el niqab negro, símbolo de la estricta corriente wahabí que, si bien no ha hecho acto de presencia entre los miembros del Gobierno, sí es una visión habitual en las convocatorias respaldadas por el AKP.
El mitin lo protagonizan, mano a mano, el primer ministro, Ahmet Davutoglu, y el presidente, Recep Tayyip Erdogan. Tal vez no debería llamarse mitin: la Constitución le exige al presidente neutralidad y equidistancia hacia todos los partidos. Legalmente, Erdogan, fundador del AKP y primer ministro hasta agosto pasado, no puede intervenir en la campaña. Pero incluso al ministro de Asuntos Europeos, Volkan Bozkir, le traiciona la lengua durante un desayuno con la prensa extranjera: habla de “nuestro gran mitin electoral de Estambul” para referirse a la ceremonia presidida por Erdogan. “Estamos en campaña, algo tiene que ver”, se defiende ante las extrañadas preguntas, antes de que le desautoriza su compañero de mesa.
Erdogan lleva semanas recorriendo a diario diversas provincias para dirigirse a las muchedumbres en las plazas públicas en actos que en su agenda oficial se definen como «encuentro con los ciudadanos». Nadie se engaña: siempre carga contra la oposición, y a veces se olvida de evitar la primera persona al hablar del AKP: “Nosotros no presentamos como candidatos a un teólogo en un sitio y a un gay en otro”, azota lo que considera oportunismo del HDP.
Este “nosotros” se traduce a menudo en “los musulmanes”, etiqueta que reivindica el presidente blandiendo un Corán traducido al kurdo y arremetiendo contra “zoroastras”, “ateos” y “traidores” o directamente contra una conspiración de “periodistas, armenios y homosexuales” y “alevíes que no creen en Alí”. “Hemos empezado a construir una nueva Turquía pero tenemos enfrente a una coalición de la antigua Turquía” trona en un mitin – transcrito en la web oficial de Presidencia – para luego enumerar uno por uno a sus adversarios, con nombres y apellidos: Kemal Kiliçdaroglu, dirigente del socialdemócrata CHP, Devlet Bahçeli, del nacionalista MHP, y los kurdos del HDP. Las quejas casi diarias de la oposición al Consejo Electoral han sido todas rechazadas.
«De los grifos no salía agua. La basura se acumulaba en las calles. Llegó el AKP y cambió la ciudad”
Pero al AKP tampoco le faltan seguidores con buenos motivos para respaldar el partido al margen de los cada vez más enfurecidos discursos de Erdogan. “¿Sabes cómo estuvo Estambul hace veinte años?” pregunta Ramazan, de unos cincuenta años de edad y dueño de una pequeña tienda en el centro. “Gobernaban los socialistas. De los grifos no salía agua. La basura se acumulaba en las calles, nada funcionaba. Llegó el AKP y cambió la ciudad”. De hecho, Erdogan ha seguido reivindicando como mérito fundamental su eficaz gestión de la alcaldía en los años noventa.
Las reformas del AKP van más lejos: también es obra suya el sistema de seguridad social que garantiza atención médica primaria a toda la población mediante un sistema de tarjetas para personas de bajos ingresos. También tiene en su haber un aumento del gasto social público del 8,3 por ciento del PIB en 2000 al 12,5 en 2013, aunque todavía por debajo de la media de la OCDE (21 por ciento), señala el economista Mustafa Sönmez en su blog.
Pero ahora, el presidente ha dejado de lado el discurso económico y parece querer convertir los comicios en un referéndum sobre su persona y sus ambiciones: una victoria amplia del AKP (al menos un 44%), junto a un fracaso del HDP, podría darle al partido islamista la mayoría de tres quintos – 330 diputados – necesaria para preparar y someter a referéndum la reforma constitucional que pide Erdogan y que le convertiría en presidente con poderes ejecutivos, prácticamente sin contrapeso parlamentaria ni, pronto, judicial.
Los ámbitos empresariales temen un ‘superpresidente’: Erdogan inspira poca confianza a los mercados
Otra cosa es que este referéndum se aprueba: según un sondeo realizado en marzo y abril por la Universidad Koç y la Ohio State University, sólo un 27 por ciento de los ciudadanos, y no más del 43 por ciento de los votantes del propio AKP, ven positiva tal reforma. “A no ser que el Gobierno envuelva la propuesta en una espesa capa azucarada, pero hoy por hoy no veo cómo podría hacérselo tragar a los votantes”, resume el economista Sinan Ülgen, presidente del ‘think tank’ turco EDAM.
Los sondeos descartan directamente que el AKP consiga los dos tercios – 376 diputados – necesarios para aprobar una reforma en solitario, sin referéndum, ni se prevé que pueda ganar el apoyo de ningún otro partido. Entre parte de la izquierda persistía el temor de que el HDP, si gana, podría negociar su respaldo a cambio de una amplia reforma a favor de los kurdos, pero Demirtas no ha parado de desmentirlo: “No te haremos presidente”, martillea su eslogan principal.
De todas formas, no todo el AKP parece muy cómodo con la idea de un superpresidente, aunque no hay disidencias abiertas. En los ámbitos empresariales, esta opción se teme más bien, ya que Erdogan inspira poca confianza a los mercados, recuerda Ülgen. Ha sentado mal su abierta presión al Banco Central turco – llegó a insinuar que esta institución estaba “vendida a los extranjeros” – para que bajara los tipos de interés, y peor su razonamiento de que tal medida frenaría la inflación en lugar de acelerarla, como piensan los economistas.
¿Se lo cree de verdad? “Sí”, responde Ülgen. El economista Erdal Saglam no lo tiene tan claro, pero confirma que la lucha de Erdogan contra el Banco Central, respaldado por el viceprimer ministro Ali Babacan, “tal vez no tenga un gran efecto entre los votantes, pero sí ha dejado afectados a los empresarios cercanos al AKP, que confían mucho más en Babacan que en Erdogan”.
Una mayoría exigua del AKP sería lo ideal para los mercados, cree Ülgen: mantendría la estabilidad pero forzaría a Erdogan a abandonar sus posturas irredentas y sus salidas de tono, por temor a provocar la caída del Gobierno. “En este escenario, Davutoglu tendría más poder”, razona. Aunque personalmente prefiriría incluso una coalición, apunta.
¿Puede darse? En teoría, sí: si el HDP supera la barrera y el AKP se queda alrededor del 42 por ciento, donde lo sitúan numerosas encuestas, mientras que el socialdemócrata CHP se mantiene en el 27 y el nacionalista MHP en el 16 por ciento, cercano a sus cuotas de las elecciones locales de 2014, ningún partido podrá superar los 276 diputados necesarios.
Qué ocurrirá entonces es un misterio. Lo más probable sería un pacto entre AKP y MHP, ya que ambos partidos atraen a un electorado similar, de bases nacionalista tradicional con cierta componente identitaria islámica. “Para la economía, bien; el gran perdedor sería el CHP, y la solución del tema kurdo se atrasaria”, juzga Ülgen. Un pacto con el HDP, en cambio, sería no sólo peligroso para el joven partido izquierdista sino también para el AKP ya que enfadaría a buena parte del electorado nacionalista que ahora le da su confianza.
No es realista un tripartito frente al AKP, aunque en la campaña, los partidos hacen un frente común
Una gran coalición AKP-CHP sería la opción preferida de Ülgen, dado que el partido socialdemócrata tiene un buen equipo de expertos y podría arreglar la frágil economía turca, en riesgo de derrumbarse si no vuelven a fluir las inversiones extranjeras. Pero no es realista, acota: “Erdogan no querrá. Y salvo que Davutoglu se enfrente abiertamente con el…”
Tampoco es realista un tripartito frente al AKP, aunque durante la campaña, todos los partidos parecen hacer un frente común, algo que ya les ha ganado la acusación de Davutoglu de haber “conspirado” para defenderse mutuamente y atacar juntos al Gobierno. En la calle se respira así. En el barrio de Kadiköy, uno de los más liberales de Estambul y tradicional feudo socialdemócrata, el amplio círculo de los simpatizantes del HDP, que bailan al son de tambores y flautas, casi se roza con el grupo de activistas del CHP que ondea sus rojas banderas.
Tal vez sea el espíritu de Gezi, el pequeño parque de Estambul que en verano de 2013 dio nombre a las mayores protestas de las últimas décadas, iniciadas por ecologistas contrarios a la tala de árboles y convertidas en un caleidoscopio de corrientes activistas, desde kurdos con sus retratos de Öcalan hasta kemalistas de la vieja escuela, pasando por feministas, defensores de los derechos de los homosexuales, travestis y dignatarios alevíes.
No cabe duda de que el HDP ha salido beneficiado por aquella iniciativa ciudadana al margen de los viejos frentes. En Gezi se vio por primera vez a jóvenes envueltas en la bandera turca cantar consignas en honor a un adolescente kurdo muerto por un disparo policial en Lice, el pueblo que vio nacer al PKK.
El HDP se ha beneficiado de la iniciativa cívica de Gezi, que supera los viejos frentes políticos
«Tengo claro que voy a votar al HDP: por una parte es el partido que más nos apoyó en Gezi, y por otra es el único que presenta un programa realmente distinto al del Gobierno», explic Sengül, una profesora de colegio que el 31 de mayo participa en el segundo aniversario de las protestas, frente a un enorme cordón policial que bloquea el camino a la simbólica plaza Taksim. Otra novedad: tras una sentada y unos discursos, la marcha se disuelve pacíficamente, no hay cargas policiales.
Incluso el MHP ha rebajado el tono contra su archienemigo “terrorista” y tras la explosión de sendos paquetes bomba en dos sedes del HDP en mayo, dirigentes nacionalistas llamaron personalmente a Demirtas para asegurarle que no tenían nada que ver. Pero ¿es posible meter a defensores a ultranza de la “turquicidad” en el mismo Gobierno que exguerrilleros kurdos? Inverosímil. “Quizás un breve gobierno en minoría CHP-MHP, apoyado puntualmente por el HDP para conseguir reformas muy concretas, como la reducción del umbral electoral”, aventura el analista.
Sea cual sea el color de un gobierno de coalición, ninguno aguantaría la legislatura, asevera Ülgen. Así las cosas es incluso posible que Erdogan, en su calidad de presidente, estire las negociaciones del AKP hasta llegar al límite legal de los 45 días y luego convoque nuevos comicios. Aunque nadie puede predecir qué resultado arrojarían.
Otra gran pregunta sobrevuela el país ¿serán los resultados fiables? ¿No intentará el AKP falsear los resultados para dejar al HDP fuera? “Incentivos no le faltan, y el Alto Consejo Electoral está tan politizado ya que no tiene credibilidad”, admite Ülgen. “Pero técnicamente no es nada fácil robar votos mientras haya observadores de los partidos”. Kemal Kiliçdaroglu, el líder del CHP, ya ha dado consigna a sus simpatizantes qué hacer si vuelve a haber cortes de luz en el momento del recuento, tal y como ocurrio en las locales de marzo de 2014: “Lo primero, sentarse encima de la urna”.
El Colegio de Veterinarios de Estambul no se ha quedado atrás, recordando la explicación que el Gobierno dio el año pasado por el fallo eléctrico: un gato que merodeaba por un transformador. “Aviso a todos los gatos: os queremos mucho, pero en esta jornada electoral, ni se os ocurra acercaros a los transformadores, o tendremos que revisar la relación de amistad que nos une a vosotros. Luego no vengais a maullar”, reza un comunicado publicado por la prensa turca.
Oy ve Ötesi desplegará a más de 50.000 voluntarios imparciales para observar las urnas
Distinto es la herramienta elegida por Oy ve Ötesi (Voto y más allá), la organización cívica que dirige Sercan Çelebi: quiere cubrir 100.000 de los 194.000 colegios electorales del país con observadores imparciales. Fundada en 2013, la organización ya cuenta con casi 50.000 voluntarios y su número crece a razón de 3.500 al día, señala el joven empresario, que dejó su trabajo como consultor para dedicarse de lleno a la organización.
«En la oficina central de Estambul somos unas 20 personas que trabajamos a tiempo completo; nadie cobra en la organización y más de uno dejó su empleo para participar y», explica Zeynep, integrante del equipo que ya desplegó a casi 30.000 voluntarios en las últimas elecciones locales y unos 16.000 en las presidenciales.
Çelebi admite que las protestas antigubernamentales de Gezi le inspiraron para fundar Oy ve Ötesi junto a otros siete amigos. Los voluntarios rechazan incluso vincularse a esta referencia ya mítica de la izquierda turca y declaran su adhesión al concepto de la democracia, al margen de cualquier ideología. Sólo a media voz, algunas dejan entrever que el ambiente en los grupos de entrenamiento no es precisamente progubernamental y algún comentario – «Dicen que el AKP va a desplegar a 800.000 observadores; claro, ellos tienen los medios» – permite intuir que muchos se ven como contrapeso a una potente maquinaria que inspira poca confianza al ciudadano.
Dos de cada tres voluntarios son mujeres en un país donde sólo el 14 por ciento de los diputados lo son
«Me alisté cuando me di cuenta que debemos salvaguardar nuestros votos, ya que el Gobierno no lo hace», dice I. C., una voluntaria que no quiere dar su nombre porque trabaja en una universidad estatal y teme repercusiones. Ella ya participó en las dos citas anteriores: «Me chocó ver que los observadores de los partidos de la oposición tampoco hacían mucho para controlar el proceso. Quizás por pereza. Esta vez estarán más vigilantes», espera.
Oy ve Ötesi ha concluido acuerdos con cinco partidos para llevar sus identificaciones, requisito para obtener acceso ilimitado al proceso electoral, pero cada voluntario puede elegir cuál quiere ponerse y en todo caso seguirá siendo totalmente imparcial. «Nos regimos por números: despachamos voluntarios a los distritos electorales donde se prevé una diferencia de menos del 3 por ciento entre los dos mayores partidos, sean cuales sean», explica.
Los 50.000 voluntarios de Oy ve Ötesi han recibido un entrenamiento previo para conocer leyes y procedimientos «con dos horas de formación, ya saben más que el 80 por ciento de los demás observadores», presume Sercan Çelebi. Dos de cada tres voluntarios son mujeres, un dato llamativo en un país donde sólo el 14 por ciento de los diputados son de sexo femenino, subraya.
Además de vigilar las urnas, la organización ha desarrollado un programa informático que permite comparar los resultados del recuento con los que difundirá en formato digital la autoridad electoral
«Esta vez va a ser mucho más difícil que alguien intente robar votos», promete, ilusionada, Songül Tatliadim. Al igual que todos, se pagará de su bolsillo el transporte, el bocadillo y el agua que necesitará para aguantar la jornada electoral, desde la apertura de los colegios a las siete de la mañana hasta el final del recuento, tarde en la noche.
I.C. confía en que irá bien: «Las anteriores veces no hubo grandes problemas. Si alguien intentaba cometer una irregularidad, bastaba con llamarle la atención; nadie insistía. En mi mesa, las elecciones fueron limpias, puedo decir. Pero claro, nadie sabe qué habría pasado si yo no hubiera estado allí».
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