Gianfranco Rosi
«Italia ha perdido dos generaciones y su identidad»
Alejandro Luque
El último palmarés de la Mostra de Venezia sorprendió tanto por recaer sobre un italiano, Gianfranco Rosi, como por reconocer los méritos de un documental, y no una cinta de ficción: Sacro GRA, el personal retrato de la vida en el Grande Raccordo Anulare, la gigantesca circunvalación que rodea la ciudad de Roma, se llevó el León de Oro y ahora llega a España.
Nacido en Asmara de padres italianos, recriado en Estambul y poseedor de pasaporte estadounidense tras residir durante un cuarto de siglo en Nueva York, Rosi confiesa que rodar es lo que más le fatiga, tal vez el motivo por el cual alarga sus procesos creativos hasta lo imposible.
El director, que ha realizado apenas cuatro películas en veinte años de carrera y se caracteriza por convivir durante meses con sus personajes, cree que estos “poseen una fuerte identidad en un lugar sin identidad, como la Italia de este momento”, y defiende un cine “que filme la realidad para convertirla en otra cosa”.
Tengo entendido que fue evacuado de su región natal, Eritrea, cuando estalló la guerra de Etiopía. ¿Tiene recuerdos de su niñez allí?
Desde luego, nací en Asmara y allí transcurrió mi infancia, partí a los doce años y lo dejé todo atrás. Para mí no fue un lugar exótico, aunque vivía en un país extrañamente ligado a Italia, con un pasado que todos conocemos. Todo aquello fue interrumpido de repente. Desde entonces, siempre he sido un poco extranjero en todas partes, el nomadismo forma parte de mi formación sentimental.
¿Un niño puede sentir el fenómeno colonial?
Seguramente sí, había una población italiana muy importante, pero era como vivir en un proceso de transformación de un territorio ligado a una mentalidad extraña. La lengua era italiana, la escuela era italiana… Pero tenía amigos locales, con la gente de allí todo era muy normal. Los niños no piden el pasaporte.
¿Turquía dejó en usted una huella más profunda?
Turquía ha sido fundamental para mi formación, es un lugar por el que me siento fascinado, y que amo. He vivido durante 25 años en Nueva York, y pienso que Estambul es igual de importante en mi desarrollo.
«En Nueva York es imposible sentirse extranjero, es el lugar abierto por excelencia»
¿Qué aprendió allí?
Cuando uno llega a un sitio, aprende a mirar, a oír, a conocer, a integrarse, a acercarte a cosas que culturalmente no te pertenecen, a encontrar lazos profundos. Y allí empieza mi formación como director, que continúa en Italia hasta que me marcho con una beca a Estados Unidos, donde adquiero conciencia de mi mirada cinematográfica. En Nueva York es imposible sentirse extranjero, es una ciudad que ha amalgamado todas las distancias, todas las diferencias. Es el lugar abierto por excelencia.
¿Ha dejado de tener Nueva York una importante parte italiana?
Absolutamente, ya es una ciudad multicultural. La que yo conocí, además, era la menos cara del mundo, y empecé a trabajar prontísimo. Ahora se ha vuelto imposible. Mis amigos que siguen allí viven en Brooklyn, en Nueva Jersey, en Queens, lejísimos. Se ha perdido mucho de su sentido artístico, también.
Su Nueva York sería muy distinto de uno de sus maestros, Martin Scorsese. ¿Habló con él de esto, de italiano a italiano?
Scorsese no hablaba con nadie en la universidad, llegaba a clase, daba su lección y se marchaba, no tenía relación con sus alumnos. Además, es claustrofóbico y sufre asma, de modo que algo que estaba claro era que ninguno debía acercarse demasiado. Las preguntas se hacían siempre a distancia. Pero era maravilloso verlo en clase. Ese periodo fue genial, por allí pasaban los Coen, Spike Lee, Jim Jarmush, Tarantino… Era casi un club selecto.
La elección del documental, ¿a qué se debe?
El documental responde a un proceso de independencia muy fuerte, un modo de partir de una aventura personal y darle forma, escribir mi película rodándola siempre. El documental te da una libertad inmensa, te permite ser totalmente independiente.
En los últimos años, el documental ha crecido mucho en Italia…
En todo el mundo, salvo quizá en América, donde ha sido asesinado totalmente por Michael Moore… Espero que ese auge no sea una moda, sino un lenguaje narrativo que se está desarrollando, porque los medios técnicos de hoy permiten que una persona de talento que quiera contar una historia se levante por la mañana y se ponga a filmarla. Lo principal es que ahora no necesitas pedir dinero para hacer tu película. Con una cámara sencilla puedes empezar, solo necesitas tener una mirada y no detenerte.
El cine low cost, ¿es una solución, es una opción…?
No puede ser el único cine, un modo de trabajar no excluye al otro. La palabra fundamental es cine, y el documental, ya sea geográfico, newsreel, informativo, poético, de autor, lo que debe tener una mirada y mantener un pacto de confianza con el público.
En la rueda de prensa se ha emocionado al hablar de la situación de su país. ¿Qué le duele de Italia?
Que haya perdido 20, 25, 30 años, ha perdido dos generaciones, ha perdido su identidad, se ha vuelto un país descolgado, no solo por la política, pero sobre todo por el vínculo del individuo con la realidad, que está completamente perdido. Me duele mucho ver esa erosión tremenda.
¿El cine puede evitarlo?
No creo que sea labor del cine, es un deber del individuo, de todos. Es una responsabilidad colectiva. Cuando hay un país profundamente corrupto, cuando la clase dirigente viene elegida como en la guerra, el tiempo de los espías… ¿Sabes cuál era la condición principal de un espía?
Lo ignoro.
La chantajeabilidad, un espía debía ser chantajeable. Nuestra clase dirigente es toda así, y no podrá cambiar nunca. Los políticos no son elegidos por nosotros, sino por los partidos, representan solo a un pequeño núcleo, no la elección de un pueblo. España, Portugal, Italia, forman parte de un colapso que en parte se debe a esto.
«El documental crece en todo el mundo salvo EE.UU., donde lo ha asesinado Michael Moore»
En este panorama italiano, ¿qué simboliza Roma?
Creo que Roma se encuentra ahora en un pantano socio-gastronómico. Una ciudad vuelta al pasado, de rodillas ante su pasado, incapaz de mirar al futuro, que no ha sabido crecer, ni volverse europea. Una ciudad que ha perdido la esperanza. Tengo una hija, y espero que no crezca en Roma.
Todo el mundo compara su filme con La grande belleza, la mirada de Paolo Sorrentino sobre la alta sociedad romana, diciendo que son películas opuestas. Pero ambas tienen en común algo: muestran lo que el turista no ve.
Así es. La de Sorrentino está más ligada a la imagen, una Roma de casi reliquias. La mía es una ciudad invisible, y también una del futuro posible.
Usted frecuentó a los personajes de Sacro GRA durante meses. ¿Cómo caló en usted, en su ánimo, este contacto?
Tengo con ellos una relación muy estrecha con todos, casi de amor. Quiero que al final sea un filme positivo, porque ninguno se lamenta de su suerte, echan mano de la ironía… Puedo pasar horas con ellos, forman parte de mí.
Su película anterior, El sicario, retrata a un killer mexicano. ¿En qué se parece a los criminales mafiosos, a los delincuentes de Gomorra?
Era un type of men, un arquetipo. De hecho, ha tenido mucho éxito, en Japón, en Europa, en el Norte de África, incluso en México, donde esperaba que criticaran a alguien como yo, que no conoce a fondo aquella realidad. Es un personaje que escribe constantemente, te cuenta su vida como un story-board constante, incluso dibuja, como en una novela gráfica. No es la historia de un país, sino de un individuo.
¿Después de Venezia..?
¡Cannes! [Risas]. ¡Pero no la Palma de Oro! Y después de Sacro GRA, espero el encuentro con un lugar con personajes que me estimulen y me permitan empezar un filme sin saber cuándo lo terminaré. No tengo prisa, cada película es para mí la última.